Por Tzvetan Todorov
“Analizar la ideología
totalitaria no basta para describir la realidad de los países en los que
prospera. Aunque la ideología desempeña un importante papel en la lucha por la
conquista del poder, en el seno del Estado comunista asume una función cada vez
más decorativa y ritual, porque en esos momentos forma parte de los medios, no
de los fines. En este sentido ese Estado no es verdaderamente una teocracia
secular, o ideocracia, como se ha podido pensar. El poder ya no tiene más
finalidad que sí mismo, aunque sigue siendo necesario mantener el mito
comunista.
Encontramos una confirmación
de este cambio en un documento publicado recientemente, el diario del dirigente
comunista búlgaro Georgi Dimitrov, que mantenía contacto frecuente con Stalin y
sus colaboradores más próximos entre 1934 y 1948, y que tomó nota de las
palabras que intercambiaban. Las estudio en el capítulo titulado «Stalin de
cerca». Tienen que ver sobre todo con la política exterior de la URSS. Ahora
bien, Stalin no sólo no hace nunca exposiciones doctrinales, lo que podría
explicarse por las circunstancias, sino que además advierte expresamente a sus
interlocutores contra la tentación de tomar al pie de la letra los eslóganes
ideológicos. Reconocer la supremacía de los principios ideológicos habría
creado una forma de legitimidad, a saber, la fidelidad a la doctrina, que sería
independiente a la voluntad del jefe. Es tanto como decir que habría abierto
una brecha en el monismo totalitario. Stalin no tiene el menor escrúpulo en
contradecir los dogmas abstractos e incluso sus propias afirmaciones, y por eso
el jefe tiene que reescribir constantemente la historia del partido y rodearse
de colaboradores jóvenes en detrimento de los viejos bolcheviques. Los viejos
podrían recordar el pasado y reivindicar los principios que se defendieron en
otros tiempos, mientras que los jóvenes deben su ascenso exclusivamente a la
voluntad de Stalin, por lo que su sumisión es incondicional. Ya Orwell había
observado estas características del totalitarismo.
La finalidad es conquistar y
conservar el poder, y el medio (eventual), las bonitas construcciones
ideológicas. Encontramos ejemplos de cómo se aplica esta máxima a lo largo de
todo el período en que Dimitrov toma notas. Durante el pacto germano-soviético
(y por lo tanto nazi-comunista), Stalin no siente la menor repugnancia
ideológica en colaborar con Hitler. Para él lo único que cuenta es que los
países europeos se debiliten mutuamente debido a esa larga guerra. Un año
después incluso propone a Hitler unirse al pacto tripartito (Alemania, Italia y
Japón) y convertirlo en cuatripartito. En cuanto empieza la invasión alemana, se
olvida de toda referencia ideológica y sólo reivindica la guerra patriótica
contra Alemania. La ideología hace las funciones de una máscara de la que sólo
puede decirse que es útil o dañina. La de Hitler traiciona a su autor. Afirma
que los demás pueblos son inferiores, así que ¿cómo pretende que lo apoyen? La
de Stalin proclamará las ideas de igualdad y paz, y poco importa que en
realidad exija la sumisión y practique la violencia. Después de la guerra
reprocha a los dirigentes de la Europa del Este que empleen palabras como
«sóviets», «comunismo» y «dictadura», ya que hablar de estas cosas es
contraproducente, puede asustar a los indecisos y alertar a los aliados, que se
han convertido en hostiles. Basta con actuar. La ideología se ve reducida a una
pura forma más o menos cómoda. El fondo es apropiarse del poder.
(…)
El comunista medio no es un
fanático, sino un arribista cínico que hace lo que hay que hacer para acceder a
una posición privilegiada y asegurarse una vida de mejor calidad. El motor de
la vida social no es la fe en un ideal, sino la voluntad de poder. Además la
Seguridad del Estado nada tiene de hueca. Su actividad es absolutamente
indispensable para que funcione el régimen, que sin un aparato de represión se
derrumbaría de la noche a la mañana. Su papel, pese a sus supuestas
intenciones, no es luchar contra los enemigos ni castigar a los culpables. Si
los hubiera (cosa que la cruel represión de los primeros años del régimen ha
hecho imposible), la justicia y la policía corrientes bastarían y sobrarían
para reprimirlos. El objetivo de la Seguridad no son los culpables, sino los
inocentes, a los que es preciso mantener todo el tiempo atemorizados, para que
colaboren con ella y la ayuden a alcanzar este otro ideal: una sociedad
totalmente transparente, bajo continua vigilancia, en la que el aparato de
control pueda disponer de un conocimiento total sobre la población.”
***
De La experiencia
totalitaria (Círculo de Lectores, 2009)
06-01-18
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