San Josemaría 03 de diciembre de 2022
@sJosemaria
Realmente, a cada uno de nosotros, como a
Lázaro, fue un «veni foras» –sal fuera, lo que nos puso en movimiento. –¡Qué
pena dan quienes aún están muertos, y no conocen el poder de la misericordia de
Dios! –Renueva tu alegría santa porque, frente al hombre que se desintegra sin
Cristo, se alza el hombre que ha resucitado con Él. (Forja, 476)
Es bueno que hayamos considerado las insidias de estos enemigos del alma: el desorden de la sensualidad y de la fácil ligereza; el desatino de la razón que se opone al Señor; la presunción altanera, esterilizadora del amor a Dios y a las criaturas. Todas estas situaciones del ánimo son obstáculos ciertos, y su poder perturbador es grande. Por eso la liturgia nos hace implorar la misericordia divina: a Ti, Señor, elevo mi alma; en Ti espero; que no sea confundido, ni se gocen de mí mis adversarios, hemos rezado en el introito. Y en la antífona del Ofertorio repetiremos: espero en Ti, ¡que yo no sea confundido!
Ahora,
que se acerca el tiempo de la salvación, consuela escuchar de los labios de San
Pablo que después que Dios Nuestro Salvador ha manifestado su
benignidad y amor con los hombres, nos ha liberado no a causa de las obras de
justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia.
Si
recorréis las Escrituras Santas, descubriréis constantemente la presencia de la
misericordia de Dios: llena la tierra, se extiende a todos sus
hijos, super omnem carnem; nos rodea, nos
antecede, se multiplica para ayudarnos, y
continuamente ha sido confirmada. Dios, al ocuparse de nosotros
como Padre amoroso, nos considera en su misericordia: una misericordia suave, hermosa
como nube de lluvia.
Jesucristo
resume y compendia toda esta historia de la misericordia divina: bienaventurados
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Y en otra
ocasión: sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es
misericordioso. (Es Cristo que pasa, 7)
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/dailytext/implora-la-misericordia-divina/
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