Laureano Márquez 08 de marzo de 2023
Hoy,
Día de la Mujer, quiero recordar a una dama que anda por allí perdida en el
fondo del talego de la historia, la emperatriz Teodora de Bizancio, aunque con
mayor propiedad deberíamos llamarla emperatriz romana, por ser la esposa de
Justiniano, el basileus (emperador en griego) del Imperio
romano de Oriente desde el 527 hasta su muerte; o también Santa Teodora, pues a
pesar de su turbulenta juventud en los lenocinios de Constantinopla, es santa
de la iglesia ortodoxa.
Teodora merece ser recordada, entre otras cosas, por ser una precursora de la lucha por la defensa de los derechos de la mujer. Aprovechando las recopilación del Corpus Iuris Civilis, que es el fundamento del moderno derecho civil, realizada por su marido, Teodora introduce legislación en pro de las mujeres, para, entre otras cosas, castigar las habituales agresiones sexuales, defender el derecho de la mujer a recibir herencias en las mismas condiciones que los hombres, de los niños ilegítimos a tener derecho sobre el patrimonio de sus padres y la condena de la prostitución como «un agravio a la dignidad de las mujeres», que eran sometidas, por cierto, por tal condición, a la llamada «tacha de infamia» (infamis), que involucraba la pérdida de derechos y el descredito moral de la persona sancionada.
Tal
fue el caso de la propia Teodora, hija del domador de osos del hipódromo de
Constantinopla, en cuyos sótanos nació y en donde, obligada por las
circunstancias de su entorno, terminó de actriz del citado circo, oficio que en
aquellos tiempos era consustancial al de la prostitución.
Teodora
destacó por su belleza, en el teatro por su habilidad para la comedia y por su
falta de pudor en el escenario. Cuando por fin abandonó el hipódromo, se casó
con un funcionario del imperio que la llevó a África. En algún momento ella
huye de sus constantes maltratos y termina en Alejandría, en Egipto, donde
traba contacto con el patriarca cristiano de la ciudad, que la protege y se
ocupa de formarla y darle algo de la educación que nunca tuvo.
De
regreso en Constantinopla, se dedica a trabajar como hilandera y, por
casualidad, conoce al heredero del emperador Justino, el sobrino de éste,
Justiniano. Surge entre ambos un amor apasionado que les unirá para siempre.
Pronto se convierten en amantes. Justiniano quiere contraer matrimonio con
ella, pero la oposición de la mujer de Justino, por temor al escándalo, impide
cambiar las normas que lo prohíben, hasta que consigue hacerlo poco antes de
asumir el trono.
Según
los historiadores, Teodora fue mucho más que una emperatriz consorte (¡y con
suerte!), participó en igualdad de condiciones, junto a su marido del gobierno
del imperio. A ella se debe la reconstrucción de la magnífica iglesia de Santa
Sofia, aun en pie en la moderna Estambul y las citadas reformas jurídicas que
la convierten en pionera de la lucha por la defensa de los derechos de la mujer
hace casi mil quinientos años, como para que quede claro que se trata de una
historia larga, tediosa y con altibajos.
Desde
aquí felicitamos a las mujeres en su día y las animamos y acompañamos a seguir
en el empeño, no solo por la liberación de la mujer, sino por la liberación de
la humanidad toda de las múltiples opresiones que la agobian.
Laureano
Márquez
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