Opus Dei 09 de septiembre de 2023
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Evangelio
del 23º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A) y comentario al evangelio
Evangelio (Mt 18,15-20)
Si tu hermano peca contra ti,
vete y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no escucha, toma entonces contigo a uno o dos, para que cualquier
asunto quede firme por la palabra de dos o tres testigos. Pero si no quiere
escucharlos, díselo a la iglesia. Si tampoco quiere escuchar a la iglesia,
tenlo por pagano y publicano.
Os aseguro que todo lo que
atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la
tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro también que si dos
de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que quieran
pedir, mi Padre que está en los cielos se lo concederá. Pues donde hay dos o
tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Comentario
Componen el evangelio de este
domingo tres dichos de Jesús que regulan aspectos importantes para la futura
vida de la Iglesia: la corrección fraterna entre los fieles, el poder de atar y
desatar otorgado a los apóstoles y sus sucesores y la eficacia de la oración en
común.
El mensaje de Jesús no hace
impecables a los hombres; pero sí les pide amarse unos a otros a pesar de sus
defectos y errores. Una muestra clara de este amor es la mutua ayuda por medio
del perdón y de la corrección. Con esta primera enseñanza, Jesús invita a cada
uno a vivir el papel de un juez misericordioso que trata con comprensión a
quien le ha agraviado o yerra en algo. Por eso, “la práctica de la corrección
fraterna –que tiene entraña evangélica– es una prueba de sobrenatural cariño y
de confianza –decía san Josemaría−. Agradécela cuando la recibas, y no dejes de
practicarla con quienes convives”[1]. La
corrección fraterna evita también, como señala el Papa Francisco, “esa amargura
del corazón que lleva a la ira y al resentimiento y que nos conducen a insultar
y agredir. Es muy feo ver salir de la boca de un cristiano un insulto o una
agresión. (…) Insultar no es cristiano”[2].
Sobre la corrección fraterna,
verdadero acto de nobleza y amistad, hablaron bastantes Padres de la Iglesia,
quienes sacaban consecuencias prácticas a partir de las palabras de Jesús. Por
ejemplo, san Agustín amonestaba así a sus fieles: “debemos, pues, corregir al
hermano por amor; no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención
de lograr su enmienda. Si así lo hacemos, cumpliremos muy bien el precepto”[3].
En cuanto al segundo dicho de
Jesús (v. 18), el Catecismo de la Iglesia explica que «las palabras atar
y desatar significan: aquel a quien excluyáis de vuestra comunión,
será excluido de la comunión con Dios; aquél a quien recibáis de nuevo en
vuestra comunión, Dios lo acogerá también en la suya. La reconciliación
con la Iglesia es inseparable de la reconciliación con Dios» (n. 1445).
Después de hablar de la reconciliación entre hermanos, Jesús entrega a sus
apóstoles la potestad de reconciliar a los fieles con la Iglesia. Este poder se
expresa ordinariamente por medio de la confesión de los pecados a través del
confesor, que ha recibido el poder del obispo, sucesor de los apóstoles.
Por último, Jesús se refiere a
“otro fruto de la caridad en la comunidad: la oración en común −decía Benedicto
XVI−. La oración personal es ciertamente importante, es más, indispensable,
pero el Señor asegura su presencia a la comunidad que —incluso siendo muy
pequeña— es unida y unánime, porque ella refleja la realidad misma de Dios uno
y trino, perfecta comunión de amor”[4]. Cuando oramos
juntos no solo movemos a Dios a concedernos lo que pedimos, sino que además se
nos regala la presencia del mismo Dios entre nosotros que es, en definitiva, el
principal don que podemos y debemos pedir.
Como explica el Magisterio,
“Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica.
Está presente en el sacrificio de la Misa, tanto en la persona del ministro,
ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se
ofreció en la cruz, como, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está
presente con su fuerza en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza,
es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues, cuando se lee en la
Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último,
cuando la Iglesia suplica y canta salmos, pues él mismo prometió: Donde
dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”[5].
[1] San
Josemaría, Forja, n. 566.
[2] Papa
Francisco, Ángelus, 7 de septiembre de 2014.
[3] San
Agustín, Sermón 82.
[4] Papa
Benedicto XVI, Ángelus, 4 de septiembre de 2011.
[5] Conc.
Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n. 7.
Tomado de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/
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