Julio Castillo Sagarzazu 19 de septiembre de 2022
El
consenso necesario de hoy no es para escoger un candidato, sino para escoger
una vía para lograrlo.
Una
nota del lunes pasado provocó algunas reacciones en los grupos a las que
normalmente las envío. Me ha parecido que, en lugar de responder
individualmente a los amigos que tuvieron la deferencia de tomarla como
referencia para abrir o continuar un interesante debate, tratara de escribir
otra para cumplir tal cometido.
Aquí va entonces la respuesta a los amigos: Primero, “noblesse oblige”, gracias a quienes generosamente se expresaron de acuerdo con las ideas allí expuestas e hicieron comentarios favorables, pero, sin duda lo que más sentido tiene es continuar el debate con aquellos que plantearon objeciones y/o propuestas diferentes.
Veamos:
Si entendí bien un grupo de estos amigos plantean que las primarias no son un
buen método de escogencia de un eventual abanderado de las fuerzas democráticas
porque de allí podría salir un candidato al que (por sus características)
Maduro y la FAN no entregaría el poder. Que la mejor manera de conseguir el
candidato potable a Maduro es mediante un consenso que logre con el perfil
deseado. En apoyo a esta tesis han traído como ejemplo (al menos, así lo hizo
el apreciado amigo Pedro Benítez) los de Patricio Aylwin y Violeta Chamorro.
Dos personas a quienes Pinochet y Ortega aceptaron entregar el bastón de mando.
Pues
bien, admitamos que se trata de una tesis con fundamento. Al menos se trata de
una propuesta concreta que merece ser analizada.
Veamos:
1.
En los casos de Chile y Nicaragua es obvio que hubo un consenso, pero ambos
consensos se dieron en un marco geopolítico y de realidades internas bien
particulares: En Chile Pinochet había perdido un plebiscito y las fuerzas
opositoras habían acordado un pacto para las elecciones que, virtualmente,
garantizaba tener un candidato unitario. Es cierto que el PS, que podría haber
reclamado para si la candidatura, tuvo la clarividencia de no ponerse creativo
o testarudo y apoyaron a Aylwin. Allí, Pinochet decidió no ser candidato y la
escogencia de Buchi un joven tecnócrata, sin experiencia, ni chance alguno, es
una muestra de que su fuelle electoral estaba agotado. Además, las Fuerzas
Armadas Chilenas fueron reticentes a desconocer los resultados del plebiscito y
con ello ya indicaban que no se sumarían ninguna aventura contra la voluntad
popular. En Nicaragua, Ortega fue, prácticamente obligado a convocar unas
elecciones en una suerte de celada de presidentes centro americanos en la
cumbre de Esquipulas. El entorno geopolítico y la presión militar de la
“contra”, auspiciada por un conocido de la política nacional como Elliot Abraams,
ayudaron a esta aceptación de elecciones con cierto grado de transparencia.
Violeta
Chamorro fue la candidata de la Unión Nacional Opositora. Es obvio que, en
ambos casos, hubo un consenso alrededor de los nombres y no se necesitaron
primarias o ningún otro “método” porque las fuerzas políticas y sociales
involucradas no lo consideraron necesario, entre otras cosas, porque no había
otros claros contendientes.
2.
En las dos realidades, lo que verdaderamente hay que poner de relieve es que la
capacidad de negociación y la inteligencia para hacerlo, vino sobre todo
después y no antes de la victoria. En Nicaragua, “la contra” aceptó desarmarse
y Violeta Chamorro aceptó dejar al hermano de Daniel Ortega al frente del
Ejercito Sandinista. En Chile, Pinochet quedó en el control de la Fuerzas
Armadas y con representación parlamentaria de gratis. Eso fue una negociación
para cobrar una victoria y demostró, como dijimos, madurez e inteligencia de
los actores. Valdría la pena que, en ese espejo se miraran nuestros candidatos,
porque no es descartable que algo parecido tenga eventualmente que hacerse en
Venezuela. Obviamente, primero hay que ganar y cobrar.
3.
Ahora bien, supongamos por un momento que nos acordamos y logramos un candidato
semejante a Aylwin o Chamorro. Un candidato a quien “teóricamente” Maduro sí
aceptaría imponerle la banda presidencial en una eventual sesión de la Asamblea
Nacional. Queda por saber cómo llegamos allí. ¿Como hacemos si se presentan
varios “potables” y si cada quien, con toda legitimidad, asume que el “suyo” es
el mejor? ¿Qué método utilizamos? Obviamente no será ir a preguntarle a Maduro
cuál es el que le disgusta menos.
4.
Si no hay acuerdos. ¿No es lo preferible acudir al juez popular, a la voz de
los ciudadanos para que nos digan qué es lo que les parece mejor? ¿No son unas
primarias una manera de movilizar con mayores perspectivas a ese 80% de los
venezolanos que responsabilizan a Maduro de la tragedia nacional? ¿Tendrá un
candidato escogido por un cenáculo (por más respetable que sea) el aliento
popular necesario? ¿Resistirá la crítica de que se trata de un candidato que
será “tolerado” por nuestro adversario?
Las
campañas son momentos para agitar, movilizar, entusiasmar. ¿Por qué renunciamos
de una vez a ello? ¿No habría más presión social nacional e internacional con
una opción legitimada por un acto popular? ¿No serían unas primarias una manera
de acercarse a las grandes mayorías de venezolanos que padecen la crisis y que
esperan por líderes y por salidas?
5.
Por supuesto que si las primarias se realizan con el “plomo en el ala” de una
“deslegitimación” argumental de una parte de la oposición de buena fe, a la que
se sumaría la de los agentes del chavismo, no serían lo que deberían ser. Por
ello es que un debate sereno, sin exclusiones, sin iconoclastas de ningún lado,
es una necesidad esencial. Sería triste que, por razones fútiles o innobles,
colaboremos con Maduro. Sería desprestigiar los mecanismos que tenemos para
lograr opciones unitarias y fuertes.
Si en
este momento hay un consenso ineludible, no es precisamente el de conseguir un
candidato, sino uno que exprese el “acuerdo para un acuerdo”.
Convendría,
al final de esta nota, recordar el llamado desesperado de Benjamín Franklin: “O
actuamos juntos o nos cuelgan por separado”
Julio
Castillo Sagarzazu
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