Trino Márquez 02 de diciembre de 2022
@trinomarquezc
El
reinicio de la ronda de conversaciones con la oposición en México evidencia que
el régimen de Nicolás Maduro cedió ante las presiones políticas y diplomáticas
internacionales, y frente al efecto de las sanciones económicas.
No pudo seguir ignorando las iniciativas de los mandatarios Emmanuel Macron, Gustavo Petro, Alberto Fernández, y las declaraciones de Gabriel Boric y Andrés Manuel López Obrador, entre otros presidentes de la región y del planeta, que se han pronunciado a favor de que Venezuela supere en términos pacíficos la crisis política que la sacude desde 2018, cuando Maduro rompió el hilo constitucional al convocar unas elecciones ilegítimas; además, retorne al modelo democrático, cuyo epicentro se encuentra en la convocatoria de elecciones libres y equilibradas, con supervisión internacional, y exista la alternancia en el poder con períodos presidenciales finitos.
El
Gobierno tuvo que ceder a la persistente exigencia de actores internacionales,
a pesar de haber construido –con la ayuda de Irán, Turquía y Rusia- mecanismos
que le han permitido evadir y atenuar el peso de las sanciones. Podría
decirse, incluso, que el régimen se ha acostumbrado a vivir con las
penalizaciones. Esta adaptación y reacomodo le han posibilitado lograr que la
economía haya detenido, a partir de 2021, la caída y empezado a crecer a tasas
moderadas, tal como lo registran distintos centros de investigación y empresas
consultoras.
El
mérito de haber obligado a Nicolás Maduro a regresar a la mesa de negociaciones
se encuentra fundamentalmente en factores internacionales como los que he
mencionado, más que condiciones internas, nacionales.
Es una
verdad irrebatible que la oposición por sí misma no se encuentra en
circunstancias de imponerle nada al Gobierno. Los distintos grupos que la
integran se han fragmentado en pequeñas parcelas. El régimen ha llevado a cabo
una labor de zapa, comprando, dividiendo y judicializando a las pequeñas
agrupaciones que se resisten a desaparecer. Numerosos dirigentes han sido
obligados a marcharse del país porque, de haberse quedado en Venezuela,
estarían presos o habrían corrido la suerte del asesinado Fernando Albán.
Además
de la crisis secular de los partidos políticos, el país ya no cuenta con el
entramado de organizaciones sociales que tuvo en el pasado. Los sindicatos,
gremios, federaciones campesinas y estudiantiles, se encuentran muy
debilitadas. La ciudadanía se desmovilizó porque, además de que se ha
extinguido ese factor tan poderoso de agitación y organización que son los
partidos y las organizaciones sociales, la gente está preocupada esencialmente
por sobrevivir a la inflación galopante y a la miseria que afecta a la inmensa
mayoría de la nación.
En
este cuadro de debilidad global –conocido tanto por los países amigos de la
democracia como por el Gobierno y la oposición- fue que Maduro aceptó concurrir
a México.
Lo que
allí se logró fue significativo.
El
acuerdo firmado integra parcialmente las expectativas de cada uno de los
interlocutores. Los agentes que intervinieron asumieron el encuentro desde la
perspectiva de sus propios intereses. El Gobierno ganó tiempo.
El
tema de las condiciones electorales y los aspectos relacionados con la
violación de los derechos humanos y la amnistía para liberar los presos
políticos y levantar las inhabilitaciones, quedaron postergados para el futuro.
Además,
consiguió que Chevron, atenazado por numerosas restricciones, vuelva a operar
en Venezuela y contribuya a elevar la producción de petróleo, aunque ni el
Gobierno ni Pdvsa puedan lucrarse de esa presencia.
La
oposición, consiguió la creación de un fondo social con tres mil millones de
dólares pertenecientes a los venezolanos, administrado por la ONU, que servirá
para aliviar un poco la grave situación de los grupos más pobres. Los
opositores pueden exhibir un resultado concreto que los aproxima a las franjas
más deprimidas del país. Estados Unidos, protagonista entre bambalinas, logró
–a muy bajo costo- aumentar un poco el abastecimiento interno de crudo sin
tener que apelar a las reservas estratégicas ni aumentar la producción interna.
La
primera ronda en México se llevó a cabo dentro de los límites de lo posible.
Nada de programas maximalistas, como algunos radicales pretenden. Se impuso el
gradualismo sensato y racional, explicado muy bien por Gerardo Blyde frente a
algunos periodistas, entre ellos Román Lozinski, con quien sostuvo una extensa
entrevista.
Las
redes sociales, algunos analistas y comentaristas improvisados han cavado
trincheras para atacar un acuerdo que, hasta ahora, resulta inobjetable.
También descalifican a Estados Unidos por haber levantado en parte las
sanciones contra el Gobierno. Los lugares comunes y las frases destempladas
abundan. Ninguna proposición de cambio factible se sugiere. Se establecen
demandas inauditas que no toman en cuenta las condiciones específicas del país,
de la oposición, de las organizaciones sociales y de los ciudadanos. Esos
juicios confunden los deseos y caprichos con lo objetivamente posible.
Los
negociadores de la oposición deben continuar el plan evitando que el Gobierno
tome por la tangente y eluda cumplir con lo que todo el país espera: que
tengamos en 2024 elecciones que permitan sustituir a Maduro sin mayores
traumas. En México se dieron pasos hacia adelante. Hay que continuar.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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