Laureano Márquez 07 de diciembre de 2022
En la edición del 6 de diciembre del diario El Nuevo Herald aparece una información cuyo protagonista es el señor Alejandro Andrade, ex tesorero general de la nación (venezolana). El personaje se declara culpable de “robar” 1.000.000.000,00 (puesto así, en números, para que se note más claramente) de dólares a Venezuela. Se imagina uno que redondeó para simplificar las cosas, a lo mejor no fueron 1000, millones sino 1034, o 976, pero para evitar «decimillones», mil. Son 500 escuelas de dos millones de dólares, 50 ambulatorios de 20 millones de dólares, 16.666 máquinas de diálisis, el sueldo de un profesor titular durante casi siete millones de años, o de siete millones de profesores durante un año. No se asombre el lector de esta última cifra, los profesores universitarios venezolanos son los peores pagados del continente (lo que debe ubicarlos también entre los peores pagados del planeta).
Este
señor, sobre cuya conciencia sabe Dios cuántos miles de estudiantes que no
pudieron graduarse, o cuántos dializados que fallecieron, o cuántos pacientes
de hospitales que perdieron la vida pesarán (lo de «sobre cuya conciencia» es
un decir), ya se encuentra en libertad en los Estados Unidos y ponga usted que
haya podido rescatar del botín un par de milloncejos, de modo que, aunque no
tenga ya caballos, bien podrá cabalgar cómodamente el resto de vida que le
quede.
Los
mil millones que declara haberse robado fueron pagados como multa por Andrade
al gobierno de los Estados Unidos, más 250 millones de los verdes que estaban
«ocultos» en Suiza.
En
otras palabras, este prócer revolucionario y antiimperialista transfirió al
gobierno del detestado imperio lo robado al pueblo venezolano. Son las
contradicciones de una revolución corrupta que termina financiando a su enemigo
para que construya las escuelas, hospitales y servicios con los que el pueblo
venezolano no contará por su culpa.
El
susobicho es testigo del Departamento de Justicia de los EEUU en el juicio
contra otra ex tesorera general de la nación (venezolana) y su esposo que se
sigue en los tribunales de la Florida. Se trata de Claudia Díaz Guillén y
Adrián Velásquez Figueroa. Esta linda parejita, según los fiscales recibió
sobornos por 100 millones de dólares (millón más, millón menos). Es decir, que
a los ojos del testigo deben aparecer como unos simples aficionados de la trama
de corrupción más impactante de la historia universal. Porque este es solo un
caso de tantos miles similares, ocurridos durante estos tiempos de lucha contra
la «podredumbre del pasado».
La
señora Díaz Gillén fue la enfermera del fallecido presidente anterior y su
marido escolta del mencionado líder revolucionario, quien, quizá para
recompensar las capacidades terapéuticas de la primera, le asigno la tesorería
de la nación, para cuya dirección son imprescindibles habilidades de asistencia
sanitaria, como tomar el pulso de los sobornos, revisar la presión arterial de
las comisiones y medir la temperatura para determinar la fiebre de divisas.
Curiosidades
de esta contradictoria tierra nuestra que cuenta, simultáneamente, con la
enfermera mejor pagada del planeta y un hospital, como el J.M de los
Ríos, que otrora fue emblema internacional de calidad, donde hasta el mes de
febrero se registraron 66 niños y adolescentes fallecidos en los últimos cinco
años por el cierre del sistema de procura de órganos de trasplante.
Laureano
Márquez
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