San Josemaría 11 de marzo de 2023
@sJosemaria
Es preciso convencerse de que Dios está
junto a nosotros de continuo. –Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos,
donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a
nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos–, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo... y perdonando. ¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar el ceño de nuestros padres diciéndoles, después de una travesura: ¡ya no lo haré más! -Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz, la cara seria, nos reprende..., a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico, ¡qué esfuerzos hace para portarse bien! Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos. (Camino, 267)
Descansad
en la filiación divina. Dios es un Padre lleno de ternura, de infinito amor.
Llámale Padre muchas veces al día, y dile –a solas, en tu corazón– que le
quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo.
Supone un auténtico programa de vida interior, que hay que canalizar a través
de tus relaciones de piedad con Dios –pocas, pero constantes, insisto–, que te
permitirán adquirir los sentimientos y las maneras de un buen hijo.
Necesito
prevenirte todavía contra el peligro de la rutina –verdadero sepulcro de la
piedad–, que se presenta frecuentemente disfrazada con ambiciones de realizar o
emprender gestas importantes, mientras se descuida cómodamente la debida
ocupación cotidiana. Cuando percibas esas insinuaciones, ponte con sinceridad
delante del Señor: piensa si no te habrás hastiado de luchar siempre en lo
mismo, porque no buscabas a Dios; mira si ha decaído –por falta de generosidad,
de espíritu de sacrificio– la perseverancia fiel en el trabajo.
Entonces,
tus normas de piedad, las pequeñas mortificaciones, la actividad apostólica que
no recoge un fruto inmediato, aparecen como tremendamente estériles. Estamos
vacíos, y quizá empezamos a soñar con nuevos planes, para acallar la voz de
nuestro Padre del Cielo, que reclama una total lealtad. Y con una pesadilla de
grandezas en el alma, echamos en olvido la realidad más cierta, el camino que
sin duda nos conduce derechos hacia la santidad: clara señal de que hemos
perdido el punto de mira sobrenatural; el convencimiento de que somos niños
pequeños; la persuasión de que nuestro Padre obrará en nosotros maravillas, si
recomenzamos con humildad. (Amigos de Dios, n. 150)
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/dailytext/
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