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domingo, 23 de julio de 2023

Izabela Stachowicz: la bióloga que conserva los ecosistemas únicos de la Gran Sabana de Venezuela, por @mongabaylatam

  • Desde hace más de una década, Izabela Stachowicz registra la actividad de la fauna, en especial la de los mamíferos grandes y medianos en lo profundo de las selvas y bosques venezolanos.
  • El enfoque de esta bióloga polaca no solo aborda los estudios biológicos sino también temas de conservación, sustentabilidad y trabajo directo con las comunidades.
  • Al ser inseguro el sur del país, una de las nuevas metas de Stachowicz es crear una legislación apropiada para la protección de las reservas naturales privadas que muchas veces funcionan como santuarios para la preservación, reproducción y estudio de la vida silvestre.
Desde que era una estudiante, Izabela Stachowicz tuvo muy claro que lo suyo era acampar a cielo abierto, hundir sus botas hasta la pantorrilla en el barro de una marisma, recorrer largas distancias en canoa sobre un caudaloso río y estudiar la fauna en territorios casi inaccesibles. No concebía pasar su vida en un laboratorio.

Esta bióloga polaca decidió internarse hace diez años en la profundidad de la Gran Sabana, una región localizada al sureste de Venezuela que se extiende hasta la frontera con Brasil y Guyana, armada con su equipo de estudio y cámaras trampa. Al principio, para los locales era solo una extraña mujer blanca que hablaba raro y que seguro había llegado como muchos otros, atraída por la fiebre del oro. Pero con el tiempo, estas comunidades indígenas, principalmente los pemones Arekuna, empezaron a trabajar con ella. Esa colaboración provocó en Stachowicz un cambio de mentalidad y el surgimiento de un propósito superior: preservar los ecosistemas de la Gran Sabana en donde habita una biodiversidad única.

En el Achi Paru, de la Gran Sabana venezolana, en 2015, Con el guía Cezar Castro. Foto: Lisandro Moran.

El primer acercamiento a Venezuela fue en 2009, cuando viajó a un curso gracias a un convenio entre su universidad en Cracovia y el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Quedó enamorada del país suramericano y de su gente. Viajó dos veces más y en 2013 decidió quedarse. Desde entonces ha efectuado varios estudios y logrado diversos hallazgos importantes: hizo parte de los equipos que descubrieron las polillas diurnas del género Erateina (Geometridae, Larentiinae) y las curiosas mariposas satirinas del género Protopedaliodes (Lepidoptera, Nymphalidae, Satyrinae), mientras expedicionó muy cerca de la cima del macizo guayanés. También realizó el primer intento de trabajo cuantitativo de mamíferos en La Gran Sabana, enfocado en tres objetivos principales: la fragmentación del hábitat, el impacto de la cacería y del fuego en los grupos de mamíferos grandes y medianos.

La Doctora Stachowicz lleva a cabo investigaciones sobre la fauna y su territorio, apoyando pequeños proyectos impulsados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), cuyo objetivo es impulsar oportunidades alternativas para las comunidades indígenas que han decidido no realizar minería en el país. Y aunque tuvo que vivir la crisis humanitaria compleja que ha atravesado el país durante los últimos años, no se detuvo en seguir recorriendo el territorio venezolano.

Actualmente enarbola un proyecto que pretende crear una Red de Áreas Conservadas de Venezuela y desarrolla estudios para la protección de la Danta (Tapirus terrestris).

Una de las dantas captadas por las cámaras trampa instaladas por el equipo de Izabela Stachowicz.

En esta entrevista para Mongabay Latam, la bióloga revela detalles sobre la importancia científica de su visión.

—La mayoría de sus primeros estudios en Venezuela se centran en la distribución y en el comportamiento de mamíferos grandes y medianos en la Gran Sabana, pero también en las perturbaciones causadas por el hombre dentro del ecosistema ¿Por qué empezar por allí?

—Cuando llegué a Venezuela empecé de inmediato a trabajar con las cámaras trampa en la selva y mi interés principal —al menos en un principio— era el jaguar (Panthera Onca). Pero luego me di cuenta que no existía ninguna información sobre los registros de especies en la zona, solo había un esfuerzo en los años 60 dirigido por el Instituto Smithsonian. Pensé que era una buena idea hacer un primer intento de trabajo cuantitativo, que fuera una línea base para futuras investigaciones. Queríamos que estos registros nos permitieran evaluar el impacto de la fragmentación del hábitat, de la cacería y del fuego en grupos de mamíferos grandes y medianos, observando su presencia y comportamientos.

—¿Y cuáles fueron los resultados?

—Confirmamos que cuando disminuye el parche (de bosque) o se fragmenta por deforestación, el grupo de los mamíferos que desaparece primero es el de los carnívoros, como el jaguar y el puma, mientras que los herbívoros no tanto. Observamos también qué ocurría con el fuego en las diferentes especies, entendiendo que este es un elemento cuyo proceso a veces puede ser natural para la sabana así como también, en algunos casos, tener un impacto muy negativo para los mamíferos. Esto resulta una tarea bastante compleja, pero estamos analizando la distancia entre las especies y los eventos de fuego en diferentes períodos de tiempo.

Hemos descubierto que entre las especies que de alguna manera se ven atraídas por el fuego —usando unos modelos de occupancy— está la danta. Algo que nos sorprendió porque todo lo que sabemos de ecología de esa especie es que busca casi siempre un bosque primario.

Las notas que le han permitido la identificación de especia a la bióloga Izabela Stachowicz.

—¿Entonces el fuego no resulta un peligro para la especie?

—Sí, pero lo curioso es que las dantas regresan a los sitios donde hubo fuego. No quiero decir que vuelven en la misma semana, podría pasar un año, incluso dos años para que eso ocurra. La presencia de la danta en un sitio así es señal de que ya se están recuperando los recursos. La vegetación es muy joven pero para la danta, por lo visto, es una nueva fuente de alimento. Igual nos salió esa relación positiva para los monos capuchinos (cebus sp), lo que es todavía más sorprendente porque se trata de una especie que necesita las copas de los árboles para poder vivir. Esta investigación sigue abierta e intentamos entender por qué regresan a estos lugares y cuáles son los recursos que buscan.


—Uno de los proyectos de monitoreo que lidera está en la Estación Biológica de la Guáquira, ¿cuál ha sido el registro más interesante?

—Además de haber estudiado a la especie en el sur del país, actualmente estoy en esta reserva ubicada en Yaracuy, al centro-occidente. Tenemos algunos resultados preliminares porque como la danta es una especie muy particular que tiene necesidades ecológicas y territoriales muy específicas y complejas, se requieren estudios a largo plazo para hablar de la estructura poblacional de la región.

Tenemos el registro de una danta, una hembra embarazada, que está pernoctando en un sitio apropiado para su reproducción. Al mismo tiempo estamos viendo el impacto que está teniendo la deforestación en esa región, incluso en los linderos de la misma reserva Guáquira. El dueño Oscar Pietri está de verdad poniendo el pecho para proteger la tierra, puesto que, según las leyes que existen en Venezuela, ese tipo de deforestación no se puede realizar.

Estación Ecológica Guáquira, en Venezuela. Foto: Instagram.

—¿Ese es el hábitat principal de la danta?

—Aunque las dantas están utilizando diferentes hábitat para vivir, el bosque cercano a afluentes de agua limpia sigue siendo su hábitat más importante. El asunto aquí radica en la relación de la comunidad con la especie a la que le cuesta a veces entender el valor del animal dentro del ecosistema. Investigando he llegado a escuchar información donde me dicen que encontraron una danta chiquitica y la gente se la toma como una mascota, pero al indagar lo más probable es que hayan matado a la madre y quedó la cría.

—¿Qué tan fuerte es la presión por la cacería?

—La presión de la cacería está muy presente. El siguiente paso del proyecto de la Guáquira es empezar las entrevistas en la región para ver cómo está esa situación, cómo está ocurriendo y qué podemos hacer para la conservación. Dependiendo de los resultados nosotros podemos delimitar diferentes enfoques. Debemos descubrir cómo acercar esa especie a las personas y demostrar que la danta viva en el bosque tiene más valor que la danta en una sopa o vendida para usar su piel.

Promover el cultivo de cacao es uno de los objetivos que sigue hoy la bióloga Izabela Stachowicz, para así lograr nuevos medios de subsistencia para las comunidades.

—Existe una iniciativa junto a un grupo de mujeres para incentivar el cultivo de cacao artesanal. ¿Cómo se desarrolla este proyecto y qué relación guarda con la conservación de la danta?

Para tratar de conservar la especie se me ocurrió el proyecto del cacao. Este es un trabajo de producción de chocolate que realizan mujeres y la danta es el símbolo principal del proyecto. A través de los productos generados quiero acercar la presencia de la especie a la gente y otros animales también, como el puma, el cunaguaro o el mono. Sé que para las comunidades cazar y vender es una fuente de dinero, pero con el proyecto espero demostrar que con la conservación también se puede. Además, en las plantaciones hemos visto huellas de danta lo que quiere decir que ella está utilizando el espacio como hábitat.

Es un trabajo increíble y demandante. El ritmo del campo siempre empieza muy temprano en la mañana y no para hasta que cae la noche. Pero esperamos concientizar a través de un producto rentable que cubra también las necesidades económicas de las personas. Trabajar con las comunidades de la Guáquira es mágico y necesario. Siempre recuerdo a una señora que se llama María, ella con Vetiver está diseñando en tela una danta y está quedando hermosa.



La importancia de las comunidades

La identificación de especies en familia, con los Warapara, en la Gran Sabana. Foto: Izabela Stachowicz.

—Para realizar estos trabajos hay que trabajar muy de cerca con las comunidades locales que comparten territorio con los animales. ¿Cuál fue la respuesta de las comunidades indígenas frente al tema de la preservación y estudio de estas especies?

—Es delicado ya que ellos en la Constitución de Venezuela tienen asegurado el derecho de cazar las especies y así siempre ha sido. Gran parte de la vida de ellos es la cacería y la pesca. Sin embargo, incluso bajo esta ley hay contradicciones. Luego de un tiempo, también con el tema de la minería en la región, la aproximación fue complicada. —Es un tema cultural— Para los indígenas pemones es una actividad de subsistencia. Ellos no venden carne de cacería y tienen mucho tabú en cuanto al uso de las especies. No cazan felinos ni armadillos ni oso palmero, nada de esas especies. De acuerdo al área de estudio que se evaluó descubrimos que se enfocan en el venado de cola blanca y en algunos roedores. Es probable que en otra parte de la Gran Sabana con una presencia del bosque más alta, la preferencia sea diferente.

Este venado es un animal con baja densidad y la comunidad lo sabe, pero esto no les detiene. Me decían: “estamos conscientes que cada vez la vemos menos, pero también si podemos verla, la cazamos de una vez”.

—¿Cómo la perciben a usted las comunidades indígenas cuándo va a instalar los equipos para monitorear y explorar la fauna de sus territorios?

—Es curioso, la verdad, con las cámaras trampa el acercamiento a las comunidades como investigadores generalmente es diferente, distante. Yo me gané muchísimo la confianza de las comunidades indígenas porque cuando vieron los primeros resultados con estos equipos estaban genuinamente asombrados. Cada vez que yo llegaba, decían: “¿hay más? ¿Qué has visto? ¿Qué has encontrado?” Y entonces se sentaron conmigo a revisar las fotos, súper fascinados.

—Porque puede demostrar resultados de inmediato.

—Cuando investigamos generamos datos que al momento somos incapaces de mostrar a la gente y a las comunidades de una forma directa y transparente, pero con las cámaras no hace falta procesar esos datos. Los tenemos allá, sacamos la tarjeta SD y ya de una vez: “señores, ¿quieren ver qué salió?”. Y eso no necesita ningún gráfico, ninguna interpretación, que es lo que nosotros como biólogos necesitamos para sacar conclusiones y tomar decisiones.

Construcción de casa -churuata en la Gran Sabana, Venezuela

Un hombre construye una casa – churuata en el sur de Venezuela, en la Gran Sabana. Foto: Izabela Stachowicz.

Es importante seguir los pasos más tradicionales de la investigación, claro que sí, pero los registros de cámara y el vínculo con la gente también son importantes. No soy de esas personas que aparece, pone algo en su territorio y desaparece sin dar ninguna explicación.

Así que para mí es un momento de gran cambio, que va mucho más allá de obtener datos. Estamos haciendo un trabajo importante de interacción con la comunidad y es así como se puede hacer alguna transformación real a largo plazo.

—¿En algún momento estas cámaras trampas les han traído dificultades?

—No todo suele ser tan sencillo. En algunos casos los resultados pueden ser inesperados. En La Guáquira, por ejemplo, las mujeres que trabajan en el proyecto estaban asombradas por todos los animales que se ven en las cámaras trampas, sin embargo, otras comunidades alrededor de la reserva pareciera que aumentaron sus actividades de cacería. Dentro de la reserva tenemos registros de la presencia de gente. Significa que se corrió también la noticia sobre fauna en el sitio. Entonces es un arma de doble filo. Por un lado capturamos información para hablar y concientizar, pero por el otro hay personas que lo utilizan en nuestra contra.

—¿Cómo podrían gestionarlo de manera más apropiada para que esta situación no sea contraproducente para el proyecto?

—Mi plan es incluir ahora en estos proyectos no solo personas del área de la biología o la conservación, sino también vincular sociólogos Yo soy bióloga y esa es mi formación, entonces tengo limitaciones y a veces no me toman demasiado en serio. Así que eso en ciertas comunidades puede generar resistencia a nuestra iniciativa. Intentamos convencer porque de lo contrario no podríamos llevar a cabo el proyecto al que le tenemos fe.

Explicación de las cámaras trampa a familia de la comunidad Warapara en la Gran Sabana. Foto: Lisandro Moran.

—¿Hubo lugares en Venezuela donde las comunidades no les dejaron investigar?

—Sí, entre 2018 y 2019 estuvimos trabajando cerca del Arco Minero del Orinoco, en un proyecto cerca de la comunidad de San Miguel de Betania. El proyecto es del PNUD y se enfoca en darle cabida a las oportunidades alternativas a las comunidades indígenas que habían decidido no realizar minería. Una de las iniciativas era hacer ecoturismo observando al Gallito de Rocas Guayanés (Rupicola, Rupicola). Sin embargo, aunque los líderes y gran parte de la comunidad estaban interesados, había un grupo de personas que no. Claro, igual creíamos en el proyecto e hicimos un monitoreo de fauna y también pusimos las cámaras que lamentablemente fueron robadas. Pensé al principio que habían sido removidas por la guerrilla presente en la zona. Creí que las habían quitado del bosque porque estaban pasando por ahí, pero no fue así.

Resulta que una parte de la comunidad no estaba de acuerdo con el proyecto y no lo habían comentado anteriormente. Al final las devolvieron, pero fue una ruptura del proyecto ya que no hubo un acuerdo completo para poder realizarlo. Fue muy lamentable porque es un sitio bellísimo, cercano a los tepuyes en la frontera con Guyana. El potencial era muy grande. Sin embargo, ellos necesitaban ponerse de acuerdo y resolver sus conflictos internos, porque ahí nuestra capacidad no llegaba.

Las labores para observar a las especies y seguir su rastro requiere trabajo de toda la comunidad. Foto: Izabela Stachowicz.

—En los tepuyes descubrió las polillas diurnas Erateina puellaastuta y Erateina kuczynskii. Luego también una mariposa endémica del género Protopedaliodes, en el mismo territorio.

—Sí, las Erateina fueron en la Gran Sabana durante las expediciones que realizamos con acuerdos del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas y la Universidad de Jagiellonian. Fueron expediciones con esfuerzos muy fuertes. Nos movíamos cada día con todos los equipos, con toda la carga.

Recuerdo que habíamos caminado mucho y llegamos a un campo donde sería nuestra “residencia” y aún faltaba limpiar todo. Yo me senté en una roca y vi unas mariposas. Estaba tan cansada que dije: “no, no voy a hacerlo, no voy a sacar la malla”, pero algo en mí se movió y me reclamé: “no, chica, muévete porque eso no es tan fácil”. Eran un poco lentas, así que fue fácil capturarlas. Esa tarde fue muy bonita, con un sol que no es común en esa parte de la Gran Sabana.

—¿Y la segunda mariposa, cómo la encontró?

—Las Protopedaliodes fue en una zona más alta y había mucho viento. Yo las veía pasando tan rápido que no tenía ni posibilidad de sacar las mallas. Corría como una loca para agarrarlas, pero era imposible. Estuve como dos días tratando de capturarlas. Incluso hubo un momento en el que recordé que a veces llegaban a las heces y pedí a todo el grupo para que hicieran su pupú en un sólo sitio. Mi estrategia era agarrar las mariposas allí, pero tampoco funcionó. Un día estaba desesperada y subió el jefe de la expedición. Llegó cansado, súper sudado y allí ellas se acercaron por el aroma, un poco tontas y confundidas. Fue mi momento. Las denominamos Arekuna para rendirle honor a la comunidad.



—¿Es posible continuar con este tipo de proyectos de investigación en la Gran Sabana, a pesar de la presencia de la minería incluso en áreas sagradas para los pueblos indígenas?

—No, lo señalé en mi última carta científica publicada en la revista Science. No es posible realizar proyectos en la Gran Sabana debido a la situación política y el arco minero. Todo esto impacta además negativamente a la Nación Autonómica de Canaima. Llegar hasta allá es muy caro y complejo, nunca salen los permisos. Además, no siempre hay apoyo de las comunidades.

—Aunque el Arco Minero del Orinoco fue designado en 2016 usted continuó trabajando en ese territorio durante un tiempo más.

—Si, continué un poco más después del doctorado. Amplié el área y fui a Kavanayén para realizar otros bloques de estudio. No quería rendirme y mi idea era crear unos sitios fijos de monitoreo de mamíferos en la Gran Sabana, en el Parque Nacional Canaima, como en muchos parques nacionales en el mundo. En América Latina se acostumbra montar estas estaciones fijas de monitoreo porque solamente a largo plazo somos capaces de obtener información sobre el estado de la población de la fauna. Pero me di cuenta que las personas que tienen proyectos a largo plazo, si no son bien vistos por las autoridades del lugar, el proyecto se puede perder. Es un precio muy alto, demasiado alto.

—Es un territorio hostil para la exploración científica

—Exacto. Recuerdo que hace un par de años, un día estábamos entrando a la Reserva Forestal de Imataca, un área de bosques protegidos, y pasamos por una estación de policías. Como a unos 15 metros había un puesto de comida con una piel de jaguar recién eviscerada que estaban secando. Me acerqué a esa gente que estaba vendiendo comida y pregunté si podía comprar la piel. El señor me dijo: “Por supuesto, claro que la puedes comprar”. Pero luego les comenté que eso era ilegal en el país.

Su actitud cambió. Él y las demás personas que estaban ahí me dijeron: “Aquí eso no importa porque en esta parte de Venezuela no hay reglas, ya no más. No hay autoridades, no hay nada”, y la policía estaba muy cerca. Para mí eso fue una alerta muy fuerte sobre que allí no aplicaba ninguna ley. La gente necesita ingresos de dinero para ellos mismos, para sus familias, y no van a mirar atrás.

Minas Gran Sabana en el Parque Nacional Canaima. Pemon Estado de Bolivar, Venezuela. Foto: Charles Brewer.

—Entiendo que ahora apuesta por el trabajo en reservas ecológicas privadas ¿Por qué este nuevo interés y enfoque?

—Porque son territorios que no tienen una figura de protección y están en la parte de Venezuela que tiene más impacto antropogénico: la Cordillera de la Costa. Viendo el interés de las personas empezamos a pensar cómo podíamos ir formando eso en algo que nos uniera por la conservación, porque los diferentes dueños tienen problemas muy parecidos que les interesan evitar, que son las inundaciones, la deforestación ilegal y los fuegos provocados.

Decidí que en estos proyectos en zonas privadas no solo tenían que ser muestreados los mamíferos grandes, entonces también invité a otros investigadores que son herpetólogos y ornitólogos para tener una imagen de la biodiversidad del sitio. Hay mucha información que de momento no existe. A lo mejor hay alguna observación de aves, pero nunca un estudio tan complejo. Incluimos, también, a los murciélagos y roedores a través de algo que se llama “RAP” un Rapid Assessment de la biodiversidad.

—¿Qué particularidades tienen estas reservas privadas que hace que sea importante conservarlas?

Estas iniciativas empezaron en los años noventa, sin embargo, la política y el cambio de gobierno no les permitió avanzar demasiado y menos después de que diferentes hatos fueran expropiados. Esperamos que el gobierno tenga ahora otra óptica y que vea el valor en los esfuerzos de la gente que con su propio dinero está invirtiendo para, por ejemplo, combatir los fuegos, combatir los invasores de tierras y darle el espacio a la naturaleza.

Las imágenes logradas por las cámaras trampa le permitieron a Izabela Stachowicz su entrada a comunidad Warapara en la Gran Sabana venezolana. Foto: Lisandro Moran.

Estas áreas protegidas tienen comunidades cerca, conectan con parques nacionales que tenemos en la cordillera de la costa y por lo tanto son sitios clave para mantener la conectividad ecológica. La idea es ampliar esa iniciativa a diferentes partes como los llanos del país.

Tomado de:

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