José Luis Farías 18 de agosto de 2024
@fariasjoseluis
La
otra cara:
En el
turbulento panorama venezolano, Mibelis Acevedo ha logrado capturar con una
claridad metáforica notable el estado de nuestra nación al describirlo como “un
alumbramiento largo, trabajoso, de alto riesgo”. La metáfora del parto largo y
arduo es una representación incisiva de la experiencia colectiva de Venezuela,
un país tiranizado en un ciclo interminable de promesas incumplidas, esperanzas
frustradas y barbarie represiva. Esta imagen no solo ilustra la crudeza de
nuestra realidad, sino que nos sitúa en el corazón mismo del drama histórico
que vivimos. No hay espacio para sutilezas ni para las ilusiones cómodas aquí:
el parto es arduo, lleno de peligros, y sobre todo, encarna un proceso de
cambio que se desarrolla con lentitud y bajo la amenaza constante de
complicaciones, pero que avanza, inexorablemente, hacía un desenlace.
El Interregno Venezolano
Lo que
Acevedo nos presenta es una visión del momento actual de la nación, que
conceptualiza como “el interregno venezolano”, este periodo de tiempo en el que
priva la falta de estabilidad política y social, con la soberanía popular
burlada con represión sobre el pueblo, con instituciones que no funcionan de
manera efectiva por estar puestas al servicio de una ambición de perpetuidad,
pero que a pesar de la desesperanza predominante, contiene un matiz de
optimismo. Es un optimismo calculado, uno que surge no de la ignorancia de la
gravedad del momento, sino del reconocimiento de que, pese a todo, el cambio es
inevitable. Ese optimismo que refiere Peter Berger sobre la forma en que las
personas y las sociedades adoptan una actitud optimista, pero de manera
consciente y medida, para manejar los desafíos y las incertidumbres de la vida
qué puede influir en la dinámica social y en la capacidad de las sociedades para
adaptarse y cambiar. En el fondo, su metáfora del parto tiene un efecto casi
terapéutico, pues propone que, a pesar del sufrimiento, existe la posibilidad
de un nuevo nacimiento.
Esta
perspectiva se alinea con la célebre observación de Antonio Gramsci: “lo viejo
muere y lo nuevo no puede nacer”. Gramsci, desde su propia perspectiva
histórica, entendía que los períodos de crisis son espacios de transición, en
los que el viejo orden se desintegra mientras que lo nuevo aún no encuentra su
forma. En estos momentos, “se verifican los fenómenos morbosos más variados”, y
la nación, como un paciente en el quirófano de la historia, sufre en un
interregno donde el nuevo soberano es aún desconocido, eclipsado por la
brutalidad del poder.
Lo que
Acevedo y Gramsci nos sugieren, en última instancia, es que este período de
incertidumbre no es una condena al estancamiento, sino una invitación a la
acción. La metáfora del parto no solo describe el sufrimiento, sino también la
posibilidad de un renacimiento. La frase de Acevedo, al igual que la de
Gramsci, nos llama a no cruzarnos de brazos, sino a abrazar la esperanza
activa, a enfrentarnos a los demonios del poder con la certeza de que, aunque
el camino sea riesgoso, el llanto de la democracia por venir será el signo de
un futuro en gestación.
Este
enfoque, lejos de resignarse al pesimismo, busca movilizar una esperanza que
es, a la vez, paciente y decidida. Nos recuerda que en cada momento de crisis,
aunque el proceso sea doloroso y complicado, existe la posibilidad de una nueva
era, siempre y cuando estemos dispuestos a transitar el camino con coraje y
determinación.
La
Crisis como Espacio de Cambio
El
esfuerzo lírico calza como una constante aplicable a cada una de las
transiciones históricas fundamentales en Venezuela, una presencia omnipresente
que refleja el dolor y el ímpetu de nuestras épocas convulsas. La
independencia, un parto violento, dejó cicatrices indelebles, igual que los
años tormentosos de la formación de la República, que, aunque culminaron en la
paz de 1903, nos dejaron una herida de casi cien años de conflicto. A pesar de
ese sufrimiento persistente, la marcha del civilismo ha dado fortaleza a la
democracia, un proceso que sigue siendo arduo y peligroso, sin importar si
consideramos como referencia o punto de partida los años 1810-1811, 1936-1937,
1945-1947, 1957-1958, cada uno con sus propias heridas y con sus indiscutibles
avances.
Lo
esencial es reconocer lo constante, que el ímpetu venezolano por alcanzar la
paz y la libertad en una democracia con sus altibajos nunca ha cesado,
manteniendo siempre viva la llama de la esperanza. El desvelo poético, con sus
metáforas abrasantes, se adentra en la historia para reafirmar, sin demagogia,
los valores democráticos como un pacto de espíritu hegeliano, concebido por Hegel
como una fuerza dinámica que se manifiesta a través de la historia, la cultura
y las relaciones sociales, no solo como un contrato formal, sino como una
manifestación de la voluntad colectiva y el desarrollo del espíritu.
Así,
los acuerdos reflejan una evolución en la conciencia y las relaciones entre
individuos o grupos, contribuyendo al progreso de la libertad y la realización
del espíritu en la sociedad. No es simplemente una cuestión práctica o legal,
sino una expresión de la evolución filosófica y ética en las interacciones
humanas. En última instancia, lo estético y lo ético se entrelazan, resistiendo
las fuerzas tiránicas que intentan frenar la voluntad libertaria encapsulada en
ese espíritu.
En
este presente 2024, el 28 de julio revela un brutal zarpazo de la barbarie
contra la voluntad general, intentando perpetuar una eternidad de
estancamiento. Se busca ocultar el ocaso de un régimen totalitario disfrazado
de socialismo, cerrando así el paso a la promesa de una verdadera democracia.
Al confirmar atrocidades, parece como si el tiempo y la memoria se congregaran
para exhibir un espectro perturbador y enigmático, destinado a instaurar una
tiranía que se enorgullece de haber detenido a 2.500 ciudadanos, en su mayoría
jóvenes. Para ellos, el destino es una suerte de campos de concentración en
Yare, Tocorón y Tocuyito, viejos penales que en su momento albergaron a
reclusos de alta peligrosidad.
No
falta quien atribuye la tragedia actual a un supuesto error de la oposición por
haber elegido como candidato a un “títere” en lugar de un candidato con la
“aquiescencia” del régimen, a quien, con seguridad, “se le habría entregado el
gobierno” sin mayores traumas. Y, por supuesto, también están quienes sostienen
que la inocencia del pueblo no solo fue sacrificada en la presunta selección
equivocada, sino en el altar de la ruta electoral misma, proclamando que
“dictadura no sale con votos”.
El 28
de Julio: La Determinación Popular
Esas
posturas sirven, de manera inquietante, para cimentar el terreno del régimen al
ignorar que el 28 de julio los venezolanos ofrecimos una lección de
determinación palpable, un compromiso firme de desmantelar el régimen
autoritario que nos oprime. Con un sufragio contundente, elegimos desafiar el
régimen que ha reemplazado al sistema democrático.
La
avalancha de votos, como un torrente de voluntad de cambio, se desató
inesperadamente ante la mirada estupefacta del gobierno, que reaccionó enviando
a Elvis Amoroso, presidente del CNE, para presentar unos resultados que
chocaban frontalmente con las expectativas construidas a partir de los datos
visibles en las mesas electorales y las imágenes de las actas que circulaban
frenéticamente por las redes sociales. La madrugada del 29 de julio, la
declaración de Amoroso desencadenó una conmoción que desbordó las fronteras del
asombro colectivo. Nadie, en su sano juicio, podía aceptar tal falacia como
verdad. La ola de indignación, que se levantó principalmente desde los sectores
populares, otrora bastiones inquebrantables del gobierno, recorrió con furia el
país aquel lunes y captó la atención internacional.
Ese
episodio vergonzoso, que asoló la nación respirando corrupción y mal gobierno
con el objetivo de perpetuarse, recuerda la frase del leal centinela Marcelo al
príncipe Hamlet: “algo huele mal en Dinamarca”, justo antes de la aparición del
espectro de su padre, el rey de Dinamarca, quien se manifiesta para comunicar a
su hijo que ha sido asesinado vilmente por su propio hermano Claudio, con el
fin de usurpar el trono y casarse con la reciente viuda, sumiendo al joven en
un luto amargo al descubrir que su madre se ha entregado al “lecho incestuoso”.
En la
tensión entre la esperanza y la opresión, la voluntad del pueblo se enfrenta a
la dureza del poder. La lucha por el cambio se manifiesta en cada rincón de
nuestra sociedad, y el costo de nuestra resistencia es el costo de la libertad
misma.
El
momento es complicado y lleno de incertidumbre, una de esas instancias en las
que la realidad nos desafía a encontrar sentido en medio del caos y la
ambigüedad. Es una encrucijada en la que el destino parece jugar sus cartas más
caprichosas y despiadadas. Debemos aplicar la disciplina rigurosa de un
artesano y la resiliencia implacable de un guerrero como herramientas
fundamentales en la tarea de fomentar una alternativa que fortalezca y
enriquezca nuestra democracia. No es sencillo. Ha sido un camino lleno de
dolor, uno de esos que dejan marcas profundas y cicatrices invisibles.
¿Qué
hacer?
La
respuesta, en realidad, es más sencilla de lo que a menudo se cree: debemos
defender la Constitución Nacional y el Estado de derecho. Lo complicado, tal
vez, es encontrar la manera de hacerlo. Pero no es un desafío insuperable si lo
enfrentamos con coraje, firmeza y una dosis considerable de imaginación. La
esencia del problema no radica en la respuesta, sino en la creatividad y la
determinación con las que se enfrenta.
En un
panorama donde la opresión se despliega bajo un gobierno que no ostenta ni un
ápice de legitimidad, el país se encuentra al borde de un abismo de
inestabilidad y regresión institucional a niveles impensables. La democracia se
ve amenazada por una erosión sistemática, que promete llevar a la nación a una
crisis aún más profunda. La pregunta que surge no es meramente retórica; es una
cuestión que exige reflexión y un vigoroso debate de ideas para sostener y
acentuar la presión en el plano del civismo.
El
escenario actual demanda una reacción contundente, un esfuerzo decidido para
fortalecer el asedio democrático contra los abusos tiránicos. En este contexto,
es imperativo construir alternativas que no solo desafíen el régimen opresor en
las instancias internacionales que hoy lo mantienen cercado, con serias
diferencias internas y sin ninguna base social, sino que también ofrezcan
iniciativas y respuestas políticas internas adecuadas y acciones consistentes,
incluso en medio de instituciones gravemente deterioradas, podridas moralmente
y sometidas al poder despótico. Hay que insistir sobre ellas para exigirles
cumplimiento de sus funciones constitucionales, la Constitución Nacional y la
defensa del Estado de derecho es nuestro mejor refugio e instrumento de lucha.
Las
respuestas en el ámbito de la calle deben caracterizarse por una calidad
organizativa en exigencia de respeto al Estado de derecho, con pertinencia y
claridad en los mensajes y las consignas que permitan una movilización efectiva
y sostenible. La creatividad y audacia se vuelven esenciales para mantener la
presión, pero deben equilibrarse con un alto grado de civilidad. La lucha por
el cambio debe ser un esfuerzo prudente que preserve la paz, evitando que el
clamor por justicia se convierta en caos, y valorar las propuestas que apunten
a soluciones hacia la democracia.
En
última instancia, la preservación de la paz y la efectividad del cambio
dependen de nuestra capacidad para movilizarnos de manera estratégica y
organizada, sin sacrificar los principios que definen nuestra lucha por la
democracia. El tiempo para la reflexión y la acción es ahora: impulsémoos el
asedio democrático al régimen. No podrán ocultar una mentira tan monstruosa que
desconoce la voluntad popular, la verdad de lo sucedido la conocen: el mundo
entero, los noventa mil testigos electorales del PSUV, las decenas de miles de
efectivos militares y policiales que custodiaron los centros electorales y
también, sin duda alguna, los miles de oficiales de mediana y alta graduación
involucrados en el Plan República. Más temprano que tarde, el sol saldrá para
todos.
José
Luis Farías
@fariasjoseluis
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