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domingo, 4 de agosto de 2024

Francis Krivoy: “El problema radica en modificar nuestra realidad social” / Hugo Prieto @prodavinci

 


Convivimos con la modernidad, entendida como madurez social y política, pero también con las taras de nuestros mitos y nuestras creencias. No es casual que en la principal autopista de Caracas se haya construido un nicho para María Lionza, “madre y diosa del culto que lleva su nombre”. Vamos entre una cosa y otra. Y esas dos cosas se combinan permanentemente. Lo que hace de nuestro comportamiento una conducta impredecible. Pero hay otras razones, otros resortes que disparan lo inesperado. Es algo que está en nuestra psiquis. Así como lo está el pensamiento mágico. Las soluciones fáciles, sin necesidad de esforzarnos, las estructuras impuestas, sin que participemos en su construcción. Somos tribales en la medida en que respondemos a nuestro entorno y nada más. Lo público es un asunto que no despierta mayor interés. Arrastramos una carga emocional alimentada por las crisis reiteradas que comenzaron un viernes negro, cuando la economía avisó que el andamiaje, eso que los marxistas llaman la superestructura, se resquebrajó en 1983 y se desplomó en 2024.

Quien habla es la psicóloga Francis Krivoy. Lo hace a partir de un estudio, una investigación profunda, hecha a pulmón por nuestra Universidad Central de Venezuela. Más de 20.000 personas se comprometieron con la realización de este estudio, realizado en las capitales de los 23 estados de Venezuela.  

¿Qué la llevó a estudiar la personalidad de los venezolanos? ¿De sus motivaciones para actuar y procesar los entornos en los que se desenvuelven?

Yo soy profesora de la Universidad Central de Venezuela, en el área de métodos de diagnósticos. Es decir, del uso de los test psicológicos. Uno de ellos es el test de Rorschach, el más complejo para evaluar la personalidad. Uno de mis colegas hizo una investigación que respondía a una pregunta: ¿Cómo se comportaba la prueba cuando se aplica en diferentes países, en diferentes culturas? Y uno de sus primeros hallazgos fue percatarse de que la prueba no arroja resultados similares si se realiza en Estados Unidos o Venezuela, por ejemplo. Si extrapolas los resultados de un país a otro, eso te puede llevar a errores interpretativos y a dar respuestas que pueden ser mal interpretadas cuando las comparas con una norma extranjera. Posteriormente, yo asumí esa línea de investigación, que se hizo a lo largo de todo el país, en todas las capitales de estado. Queríamos ver cuáles eran nuestras propias normas, de tal modo que pudiéramos comparar los resultados con nuestra propia población. Esa es, básicamente, la motivación. 

Voy a citar algunas frases del estudio, que me parecieron relevantes o importantes. “Mientras más ambiguo sea el estímulo -la figura objeto de análisis-, más se refleja en la personalidad del sujeto”. De alguna forma, esta frase me resultó contradictoria. La confusión también es ambigüedad. ¿Tenemos una personalidad ambigua, confusa?

No. En las pruebas de personalidad, hay una suerte de continuo. Un continuo que va desde las pruebas objetivas, en donde yo pregunto. ¿Le gusta leer revistas de mecánica? Ante la cual, la persona responde sí o no. Ahí, obviamente, no hay ambigüedad, por el tipo de respuesta (afirmación o negación). Cuando avanzo en ese continuo aparece otro estudio, en el cual hay imágenes concretas, pero son difusas. Entonces, la persona puede proyectar en ellas cosas que son personales. Más adelante, siguiendo en ese continuo, y en el otro extremo, aparece una tercera prueba R, en la que los estímulos no son un objeto concreto; son simples manchas de tinta. Y la persona se tiene que someter a esa prueba.

Es decir, un test mucho más complejo, que nos dice ¿qué cosas?

Voy a un ejemplo. Yo le digo: Abra esa puerta, al tiempo que le doy una llave. Usted va a agarrar la llave, la va a introducir en la cerradura, va a girar el pomo de la puerta y la va a abrir. Si hago eso con muchas personas, probablemente harán lo mismo, pero ¿Qué pasa si introduzco la ambigüedad? Si le digo: Abra la puerta, pero no le doy la llave. Entonces, cada persona va a reaccionar de forma diferente. Uno va a decir. De aquí no vamos a salir más nunca. Otro va a decir: Pero podemos salir por la ventana y un tercero dirá: Vamos a reunirnos en equipo para buscar una solución. Entonces, cuando el estímulo es ambiguo es cuando se ponen en juego las características individuales. Y cada quien va a reaccionar en función de sus propias características, que tienen que ver con factores biológicos y con la experiencia que haya tenido cada quien. En la constitución de esas cosas es donde se constituye la personalidad. Y, mientras más ambiguo es el estímulo, más se pone en juego la personalidad. Mientras más estructurada es la pregunta, más probabilidades hay de que todos contesten de la misma manera. Eso es lo que quiere decir esa frase. 

Estamos frente a un test mucho más complejo. Pero que, a la vez, nos lleva a conclusiones más comprobables. 

Cuando el estímulo es ambiguo, lo que se produce es el proceso de proyección: un mecanismo que todos tenemos, mediante el cual ponemos afuera, externalizamos, lo que no nos gusta, lo que nos resulta incómodo. Ese mecanismo se pone en juego en el test de Rorschach. Entonces, yo pongo cosas mías afuera. Voy a un ejemplo. Para la figura de una lámina, alguien puede decir que es un murciélago; puede decir que es bonito, que es feo, que me da miedo. O puedo señalar diferentes características de la lámina para justificar la respuesta. Ahí es cuando se comienza a poner en juego la personalidad. Y la ventaja es que en las pruebas objetivas (las que se responden con un sí o no), la gente puede falsear su respuesta, la gente puede contestar por contestar o por deseabilidad social (con la idea de presentarse muy bien) o puede presentarse muy mal (como una forma de pedir ayuda). Es decir, yo puedo manipular la respuesta en función del objetivo que yo tengo, en las pruebas proyectivas, como el test de Rorschach. De modo que no se pueden manipular sus respuestas y podemos ver la estructura (de personalidad), de la persona que estamos evaluando. Es un camino para llegar a cosas más profundas, no solamente conscientes. Es una prueba mucho más compleja, porque la planificación, la codificación, así como la interpretación, requieren mucho más entrenamiento. Hay una dificultad. Si la persona no está comprometida con la prueba, nos da muy poca información. 

La capacidad del test Rorschach permite describir las características psicológicas de la persona evaluada. Permite, además, una comprensión holística de la estructura y funcionamiento de la personalidad, así como una apreciación global de la personalidad. ¿En términos generales, podría mencionar tres características propias de la personalidad de los venezolanos? ¿Cuáles mencionaría y por qué?

La primera, que es muy destacada, es la tendencia a simplificar. Tendemos a quedarnos con lo obvio. Sin hacer mucho esfuerzo en elaborar las respuestas, en general y en la vida, que vamos a dar. Esa característica, además, ha sido constante a lo largo del tiempo. No se ha modificado desde el primer estudio que hicimos. Eso caracteriza, no solamente a los venezolanos, sino a los latinoamericanos y nos diferencia de la muestra anglosajona. Otra característica es que la gente puede ser introvertida, extrovertida o ambitendente. No es una cosa ni la otra. Mayormente, somos ambitendentes. A veces, usamos lo intelectual. A veces, usamos lo emocional. Eso nos puede hacer adaptativos, pero al mismo tiempo impredecibles. No sabemos cómo va a reaccionar la persona. Si va a meditar antes de dar una respuesta, si va a considerar todas las alternativas o va a actuar de manera emocional. 

Antes de ir a la tercera característica. Esta capacidad de adaptabilidad es positiva o, por el contrario, negativa. 

Son las dos cosas. Por un lado, permite la versatilidad. Pero, por otro lado, no puedo predecir cómo va a funcionar la persona. Si va a pensar en las alternativas y en sus consecuencias o va a actuar de manera impulsiva. Lo que puede ser problemático ante ciertas situaciones. Entonces, tiene un lado bueno y uno malo. 

¿Cuál sería la tercera característica?

Aquella que se repite en todos los estudios y en todos los estados de Venezuela. Esto es, puntuamos en lo que se llama el índice de inhabilidad social. ¿Qué quiere decir eso? Que somos, socialmente, inmaduros. Podemos establecer relaciones sociales muy fácilmente, pero las relaciones son superficiales. Son difíciles de mantener. Tenemos poca capacidad para captar las necesidades de los demás. Nos centramos más en nuestras propias necesidades y consideramos poco las del grupo. Esas, creo, son las tres características más distintivas de la población evaluada. 

Eso nos podría llevar a la conclusión de que somos más individualistas, menos empáticos y menos solidarios.

Sí. Y si revisas el marco teórico en los estudios previos sobre la personalidad de los venezolanos, de alguna manera, eso ya estaba escrito por otros autores. Hay una tendencia de que somos más individualistas. Buscamos el beneficio personal, pero no el del colectivo. 

Francis Krivoy retratada por Alfredo Lasry | RMTF

Quizás por esa razón, los venezolanos no nos ocupamos de lo público. Lo público es una esfera para los académicos de las ciencias sociales (incluidos los periodistas) y para los políticos. Lo que nos habla de un gran problema. 

Sí. Tiene que ver con lo que hemos mencionado. Uno cuida su espacio, su resguardo personal, pero no se preocupa por el colectivo. Es una tendencia que la podemos ver en la historia de Venezuela. Cuando se producen las crisis, uno puede ver algo parecido a reacción colectiva. Pero hasta ahí. Yo creo que es una característica que nos define realmente. Nos preocupamos por nuestro grupo de referencia, pero no por el colectivo.

Un grupo de referencia puede ser nuestra tribu, a la que nos une los lazos emocionales y los intereses comunes. El venezolano es tribal. 

Esa palabra (tribal), implicaría otras características. Me refiero al entorno de cada quien, pero el colectivo, en general, no nos preocupa demasiado.

Creo que tiene miedo de decir la palabra tribal. 

Lo que pasa es que esa palabra nos lleva a pensar en lo primitivo.  

Es el grupo con el que nos sentimos bien, con el que compartimos, con el podemos discutir. 

En ese sentido, sí. 

Pero si nos vemos como colectivo, eso es un problema.

Lo es. Y creo que la historia lo ha señalado así. Es decir, nos preocupamos por lo nuestro, pero cuando tenemos que ceder algo de nosotros para alcanzar un objetivo mayor, no hemos podido. 

¿Funcionamos como grupo tribal?

Sí. Pero cuando tenemos que establecer relaciones más sólidas, más profundas, más duraderas, ahí es cuando viene la dificultad. Pero cuando estamos en nuestro entorno, cómodos, funcionamos bien. Siempre y cuando no implique mucha exigencia. 

¿El hecho de que seamos incapaces de actuar con grupos diferentes es una de las razones que explica nuestra conducta tribal?

Diría que puede tener algo que ver, porque no nos sentimos cómodos con los códigos que se manejan en otros estratos sociales. Nos gusta sentirnos cómodos en el ambiente que conocemos, donde nos estamos moviendo. Buscamos estar seguros y confortables en un entorno que nos resulta fácil de manejar. Y en esa misma medida, tenemos dificultades para movernos en otros estratos. Además, hay elementos de recelos, de suspicacias, donde no soy totalmente abierto. 

Más que recelos, diría que hay desconfianza. 

Exacto. 

Esa palabra implica un rechazo.

Sí, pero también implica protección. Me cuido para no exponerme. Ahí, como lo dije anteriormente, hay cierto recelo, cierta suspicacia. Cierta distancia. 

En buena medida, debido a esas características, vivimos en una tensión permanente. Además, hemos sido impredecibles ante ciertas conductas sociales y políticas. Lo que llama la atención es que, en esta oportunidad, los que salieron a la calle fueron jóvenes de los sectores populares. En 2017 fue la clase media. ¿Tiene alguna hipótesis para esas respuestas?

Lo que ocurre es que cuando se viola de manera flagrante una acción que yo he llevado a cabo, allí surge el comportamiento impredecible. Y la forma en que va a reaccionar cada quien. Es decir, esto fue una cosa muy extrema, muy gruesa, muy arbitraria. Ahí es cuando se pone en juego lo impredecible, entre otras cosas, porque fue mucha gente la que fue sometida a la misma situación. En ese momento, yo sí me puedo unir, yo sí me puedo vincular porque tengo un objetivo común. Probablemente, desaparezca cuando pase ese objetivo común, cada quien vuelva a su lugar. Pero en el momento de la tensión, sí me comienzo a identificar con las otras personas que tengo en mi entorno. Eso, creo, es lo que está sucediendo actualmente. Y ahí se pueden borrar los límites entre grupos específicos. Lo que pueda venir más adelante, también será imprevisible, porque se están moviendo los aspectos más emocionales. Además, acumulados en muchos años. Allí es donde lo impredecible, incluso, se puede volver peligroso. 

La racionalidad apenas es una pincelada de barniz que nos recubre a los seres humanos, pero las emociones son los resortes que disparan la conducta. 

Las emociones son millones de años de evolución y la corteza cerebral se formó apenas miles de años. Entonces, contra eso es muy difícil luchar. Mucho menos en circunstancias cuando a uno lo empujan entre la espada y la pared. Ahí es donde entra en juego el papel del liderazgo, para que esa emocionalidad no se vuelva violenta, no se convierta en anarquía. Esa es la función del liderazgo, señalar líneas de racionalidad, de serenidad y de organización. De lo contrario, vienen las historias tristes de los fallecidos. En la irracionalidad ni se considera el futuro, ni las consecuencias de las acciones. Se mide el aquí y el ahora y ahí es donde viene el peligro. 

La economía venezolana se fracturó en 1983, se fracturó socialmente en 1989 con el Caracazo, después, en 1992, se fracturó políticamente con el golpe de Estado. Y pareciera que, en 2024, la institucionalidad nos ha puesto contra la pared. ¿Qué piensa sobre esa secuencia?

Es interesante, porque no había visto, en cada periodo, una fractura específica. El malestar, en 1983, quizás responde a que los venezolanos que estaban bien nunca se preocuparon por aquellos que no lo estaban. Ese punto de partida nos lleva a lo que estamos viviendo en estos momentos. Esa incapacidad (señalada en esa secuencia) para ver la necesidad del otro, impedido de tener una buena educación, de tener acceso a la salud y al hecho de que nunca falta la comida. Eso generó un gran malestar social, porque se puso una barrera entre quienes podían y quienes no podían. Eso fue lo que llevó a los saqueos en esos primeros años. Estamos viviendo las consecuencias de esa incapacidad para organizarnos como colectivo. Si hubiésemos dado un paso atrás para poder estructurar una organización política y social, no hubiésemos llegado a esto. Hemos cometido toda una serie de errores, todos estos años, por pensar de una forma sumamente egocéntrica. Tuvimos muchas oportunidades de hacer las cosas bien, pero nunca las hicimos.  

¿Cuál sería la conclusión general sobre los asuntos que aborda el estudio?

Yo creo que necesitamos educación, educación y más educación. Es la manera, la vía, de poder enderezar esto. Así mismo, creo que las estructuras de la economía y de las instituciones se reponen fácilmente, mediante acciones políticas que atraigan inversión y fortalecimiento institucional. El problema radica en modificar nuestra realidad social. Es decir, los valores, los principios, los límites, las consecuencias de las conductas y eso solamente se logra con educación. Pero eso implica políticas de Estado. Eso implica que realmente haya un objetivo y un deseo por mejorar lo social. Aparte de trabajar con el tema de la personalidad, me dedico al área de la neuropsicología y creo fervientemente en la neuroplasticidad. Es decir, en la posibilidad que tenemos todos de cambiar nuestra manera de funcionar. Necesitamos políticas de Estado que, realmente, eduquen a nuestra población.  

***

*Licenciada en Psicología. Universidad Central de Venezuela. Especialización en Psicología Clínica en la misma universidad. Pasantías en Neuropsciología en el Hospital Henry Ford de Detroit y en el Instituto de Neuropsiquiatría de la Universidad de Illinois, en Chicago. Profesora en la UCV. Coordinadora del diplomado de Neuropsicología Clínica de esa casa de estudios. 

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