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jueves, 24 de octubre de 2024

Mayorías y minorías en la oposición, por Richard Casanova


Richard Casanova 23 de octubre de 2024

Hace muchos años, leí un libro extraordinario sobre la estrategia y la política de las minorías, eran tiempos cuando Teodoro decía que “el MAS es como una bicicleta que tiene que pedalear entre dos gandolas”, asumiendo sin complejos que su partido era mucho más pequeño que AD y Copei, lo cual se traducía en una campaña política y electoral distinta. Si no podías igualarte en su tamaño a los “partidos de masa”, tenías que buscar otras formas de diferenciarte y atraer al electorado. Y de alguna manera, la “campaña bicéntrica” funcionó pues -con un mínimo porcentaje nacional- se logró tener una interesante fracción parlamentaria, además ganar muchas gobernaciones y alcaldías importantes del país. Que después el MAS dejó de ser una alternativa al bipartidismo, es otra historia que tiene mucho que ver con perder el foco y dejarse arrastrar por estériles luchas internas. Valga la lección hoy, como veremos más adelante.

En otros países, las pequeñas organizaciones partidistas se sienten orgullosas de llamarse “partido de cuadros”, aludiendo nuevamente a la clásica clasificación de partidos formulada por Maurice Duverger. Es decir, asumen su condición y procuran partir de la realidad y aprovechar de la mejor manera sus capacidades y limitados recursos en una estrategia de crecimiento. Así ganan elecciones, sin descalificar. En Venezuela, hoy es otra la realidad. Algunos grupos claramente contrarios al gobierno, incluso algunos que provienen de allá y hoy promueven un cambio, suelen referirse a la Plataforma Unitaria como “la Oposición Tradicional”, con un claro sesgo despectivo. Otros se refieren a María Corina Machado como “la señora” y claro que es toda una señora pero también es evidente el mismo sesgo.

Por su parte, los partidos pequeños -que los hay y no es una descalificación- no piensan como un partido de cuadros o en la estrategia de las minorías que aludía al principio. Más bien insisten en descalificar a los partidos más grandes con argumentos tan absurdos como “aquí todos los partidos están destruidos”, “no hay partidos grandes, todos son cascarones vacíos”, etc. Esa estrategia de “igualarnos todos por abajo” no considera el crecimiento de los pequeños sino la destrucción de los más grandes. Eso es dispararse en el pie antes de la carrera: ¿Cómo gana una oposición si todos los partidos están destruidos? ¿Por qué no pensar en alianzas ganadoras que preserven las fuerzas de cada quien e induzcan el crecimiento de todos? La respuesta es simple: aún no se han superado las mezquindades, prevalecen intereses facciosos por encima del interés nacional. O sea, la UNIDAD es un lugar común en el plano retórico pero no en la práctica política.

Así unos grupos hablan de la “Unidad Superior” y otros invocan algo similar con nombres distintos. A unos y otros hay que decirles que la unidad pasa por reconocer una realidad incuestionable:

1) El liderazgo fundamental de la oposición está sobre los hombros de María Corina Machado (MCM) y Edmundo González Urrutia (EGU) como presidente electo, al menos para buena parte de la comunidad nacional e internacional es así. Les guste o no, es un liderazgo legitimado en primarias primero y luego en las elecciones del 28 de Julio. Desconocer está realidad es buscarle 5 patas al gato. Y políticamente es una inmadurez, una falta de sensatez y una mezquindad.

2) Lo mismo podemos decir de desconocer a la Plataforma Unitaria como el principal centro de dirección política. Más allá de cualquier crítica, gracias a ella hemos llegado hasta aquí: fue posible hacer las primarias, hacer una campaña exitosa en medio de grandes adversidades, defender los votos en las mesas y avanzar en todas las gestiones internacionales para lograr el respaldo que hoy tiene la oposición democratica en la exigencia de que se respete el resultado expresado por el pueblo venezolano en las urnas electorales.

Entonces cabe la pregunta ¿Acaso es posible la UNIDAD -superior o como la llames- sin MCM, EGU y la Plataforma Unitaria? ¿O esa unidad debe ser “en torno a nosotros” que representamos algo distinto a la “oposición tradicional” o a “los políticos”? Con el mínimo de sensatez llegaremos a una respuesta racional, obvia podríamos decir. ¡No!

En estos días, conversando con uno de estos valiosos grupos minoritarios, me decían “no tenemos problema en reconocer el liderazgo de MCM, EGU y la Plataforma Unitaria pero sumarnos no puede ser un acto de incondicionalidad. Es necesaria una comunicación más franca y tener claridad sobre nuestra participación”. No dudé en admitir su argumento como válido, lo que nos conduce a asumir que la unidad requiere de una disposición real de ambas partes. Es cierto que a veces las organizaciones más grandes y sus líderes actúan con prepotencia y su arrogancia radicaliza a los partidos más pequeños, cuyo aporte es esencial en los cruciales momentos que vive la República. El “todos somos necesarios” no termina de asumirse como una práctica política en el mundo opositor y salvó excepciones, vale decir que esa es la conducta dominante.

Se requiere entender que la oposición es diversa y coexisten múltiples visiones, que es posible que existan diferentes formas de abordar el problema y que nadie es dueño de la razón. Es indispensable esforzarse en vencer las mezquindades, por ejemplo: yo no milito en el partido de Enrique Márquez, pero no tengo problemas en saludar los esfuerzos que hace y valorar sus iniciativas como positivas, entendiendo que su “apego” a la institucionalidad no significa que ésta exista, ni supone esperar una respuesta de esas “instituciones”. Es simplemente otra forma de luchar exactamente por lo mismo que se plantea desde la Plataforma Unitaria.

Es deseable -no necesariamente indispensable- que Enrique Márquez sume su esfuerzo a la Plataforma Unitaria y viceversa, lógicamente. Aunque perfectamente pueden coexistir múltiples iniciativas, siempre que el objetivo sea el mismo. ¿Cuál es el problema? Lo que sería inaudito es que el juego de la mutua descalificación termine por lesionar a la causa democrática y no exista un mínimo entendimiento entre las partes.

A veces el problema no son los partidos sino los “analistas” que pululan en la galería: no tienen influencia, hablan pendejadas sin saber, no mueven un solo voto pero hacen mucho ruido. Andan con un hacha en la mano, cazando a cualquier partido, dirigente o grupo de la sociedad civil que no le sea simpático o difiera de su forma de pensar. Se parecen al chavismo y hasta repiten las mismas descalificaciones que pone a rodar el gobierno, mostrando una insaciable vocación destructiva. Se dicen de oposición pero disparan con saña contra ella y hasta creen que la política es el arte de disfrazar intereses colectivos como intereses particulares, expresiones de la anti política que rayan en la estupidez. En esta materia, el gobierno si aventaja a la oposición: cohesionados por el poder y el dinero mal habido, mantienen la unidad requerida y hacia afuera disimulan sus conflictos, aunque sabemos que existen.

En todo caso, no es cierto que todos los partidos en la oposición son iguales o todos están prácticamente destruidos pero esa retórica es suicida, sin dudas. Ahora, si fuera cierto ¿Cómo impulsar entonces el anhelado cambio en Venezuela? Es aquí donde la anti política cree ganar la partida: hablan de soluciones mágicas, de mesías independientes, sueñan con una invasión yanqui y apuntan a salidas extra constitucionales o fantasiosamente subversivas.

Afortunadamente esa práctica perversa de deshuesarnos entre nosotros está reducida a grupos minúsculos, sobre todo en las redes sociales. Lo insólito es que pretenden incluso censurar la actuación de la sociedad civil organizada, que no debe asumirse como oposición, ni como gobierno y cuya autonomía conviene respetar. Por ejemplo, nos encontramos con gente que desconoce la cantidad de organizaciones y líderes sociales que se agrupan en el Foro Cívico, así como su democrática dinámica interna, sin embargo -con pasmosa ligereza y sin argumentos serios- se atreven a descalificar a ese espacio de encuentro y sus iniciativas. Espero que no sea envidia y dudo que sea mera ignorancia y más bien pareciera que el régimen ha logrado inocular el virus de la intolerancia en distintas esferas de la sociedad. Y por esa vía, la mezquindad ha ganado terreno.

Quizás sin querer, esa irresponsable manera de asumir el desafío de la unidad democrática, le hace el juego a la estrategia de “las oposiciones” que tiene en marcha el gobierno. Hay que salirle al paso, excluyendo a los llamados alacranes –pues son parte del gobierno- aquí hay una sola oposición que es inmensa, es una evidente mayoría, amplia, plural y muy diversa. Nos diferencian muchas cosas, pero nos une la urgente necesidad de un cambio democrático en Venezuela y el compromiso con vastos sectores de la población que padecen la severa crisis social y económica.

Ciertamente, hoy vivimos una tragedia y nuestro pueblo ha sufrido tanto pero tanto que uno se pregunta ¿Qué hace falta que suceda en Venezuela para que el liderazgo nacional -no solo político- asuma honestamente y con absoluto desprendimiento el compromiso de la unidad y la exigencia de cambio que recorre al país? Para ello hay que ser mucho más tolerante que el gobierno que se aspira cambiar. La unidad es como el amor, no basta con declararlo, sino que debes demostrarlo con acciones a cada paso. Demuestren todos con su actitud que la unidad es mucho más que un discurso. ¡Dios bendiga a Venezuela!

Richard Casanova


  

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