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martes, 28 de octubre de 2014

REY MIDAS. Por @AmericoMartin

Américo Martin 23 de octubre de 2014

Arrastrado por el más desatado despelote retórico, el presidente Maduro no parece entender que la técnica falaz de su sacralizado mentor no podía enturbiar indefinidamente los fueros de la verdad. La gente está para creerle, no, a quien se atropella a sí mismo balbuciendo denuncias de conspiraciones, magnicidios y siniestros planes del lado colombiano “y que” urdidos por el insaciable Uribe.

No se puede confiar en su palabra porque si bien ciertos cínicos juegan todas sus cartas a la pregonada mala memoria de los venezolanos, aún ellos tendrán que aceptar que las falacias tienen corta vida, sobre todo si no cambian el disco. Si la cúpula del poder jamás entregó ni entregará pruebas que sustenten sus desgarradas acusaciones y si no hay manera de que cuando menos cambie una línea del aburrido libreto, la gran mayoría –como ya lo viene haciendo- terminará por aceptar que aquella gente miente a sabiendas.

Y lo más delicado es que entre los desengañados aparecen cada vez más militantes de todos los niveles del PSUV y sus aliados, si podemos llamarlos así.

Se trata además del cuero seco recordado por el autócrata Antonio Guzmán Blanco:

Lo pisas por un lado –se quejaba con amargo humor- y se levanta por el otro. Así es Venezuela.

La fórmula de mentir libremente mientras consolida la dictadura de los medios y amenaza los últimos reductos de opinión libre ya no está dando resultados. Y es lógico: el país está atormentado de calamidades nunca vistas. Incluso el que quiera creer que Uribe envió a Mónica Lewinski a sobornar guardaespaldas y, con el diputado Berrizbeitia, a amenazar a Diosdado Cabello, no tendrá sino para gritar su descontento al llegar al mercado o someterse al toque de queda de los criminales sueltos. No sobra tiempo para escuchar al presidente.

¡Lance su ofensiva contra ABC semanal después de intentar aniquilar a TalCual! ¡Expulse del PSUV a quien desentone! ¡Siga persiguiendo alcaldes y diputados democráticos! Pero, hombre, no deje de observar que los resultados le están causando problemas cada vez más complicados. Usted ya no puede. Ya no da más. El eco de sus desgarrados gritos es muy lánguido. Acaso se dirijan a usted mismo, en un intento de ahuyentar su angustia y falta de ideas.

Ustedes encienden esos clamores para contener a quienes en el entorno quisieran analizar con calma las dimensiones del fracaso y las limitaciones de la cumbre del gobierno. Saltan de un micrófono a otro. Hablan y hablan para no pensar. ¿De dónde sacó Maduro la macabra promesa de que mantendrá el soborno social aunque el petróleo descienda por debajo de USD 80 por barril? ¿Cree que podrá seguir ocultando la verdad en el caso de los bárbaros asesinatos de Serra, Odremán y otros cuatro militantes de colectivos? ¿Cree que elevando el tono podrá conjurar el desconcierto causado por la suma de disparates y estólidas acusaciones?

Observe presidente, su propio frente tiende a resquebrajarse. Arrostra las consecuencias de su falta de seriedad y de la falacia, puestas al desnudo. De la manera más lisa Freddy Bernal, el mismo que condenó de antemano al diputado Berrizbeitia; el mismo que movió a las dóciles autoridades públicas a sacrificarlo, va y se desdice. A tenor de su nuevo decir resulta que no hay pruebas contra Berrizbeitia, no obstante que le exigieron presentarse ante el TSJ sin notificarle de qué se trataba. ¿Motivos? ¿Para qué?

Bueno Bernal, ¿y si no tienen pruebas por qué debe acudir a la cúspide de la justicia?
Y va este hombre confundido y responde algo así como:

Debe concurrir para que explique lo que quiso decir cuando habló de “días contados”.
Es decir diputado Bernal, Berrizbeitia, cuya hoja de servicios es impecable, que nunca reprimió a nadie ni se cogió un centavo del erario público ¿debe presentarse sin que nadie lo acuse de nada ni presente un principio de prueba? ¿Olvida usted que “la carga de la prueba recae en el acusador, no en el acusado”. Esa regla procesal nada tiene de argucia leguleya. Es un sólido medio legal para defender a los humildes de la calle de los abusos de los poderosos, comenzando por gobiernos como el que tenemos.

Imaginemos que se invierta la carga de la prueba y sean los acusados los que deban demostrar su inocencia. Desde una poltrona, campaneando un güisqui, cualquier mandón disparará su ametralladora inquisitorial poniendo a correr a la afanosa víctima tras danzantes pruebas. ¡Y díganme si el tribunal las considera insuficientes!

Históricamente fue ese el método del Santo Oficio. Acusar equivalía a sentenciar. Es lo que les falta, señor: convertirse en modernos inquisidores de la bellaca institución del siglo XVI, recreada por las revoluciones de siglos XX y XXI. No les falta mucho.

Maduro persevera. Como los tres monitos místicos japoneses, esculpidos hace unos 400 años, no ve, no oye, ni… iba a decir “habla” pero acabo de recordar cuánto perora. Rectifico pues: el tercer mono habla pero nunca de lo que viene al caso.

Se autonombró líder de la “Generación de Oro”, legado supremo –asegura- del comandante. Sería injusto considerarlo único culpable del más desastroso de los gobiernos de Venezuela a partir de mayo 1830. El creador del modelo -lo cantan todas las variables- es el principal. Maduro no se atreve a modificarlo. Quizá no duerma buscando cómo hacerlo sin que le reprochen terribles traiciones. Tarea difícil, pero consolémonos: es de la generación de quien convierte en oro lo que toca. ¿Un Midas? Así lo ha sugerido y según sus lebreles su palabra vale oro.


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