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sábado, 12 de noviembre de 2022

Deslaves en Venezuela exponen un torrente de vulnerabilidades / Joshua de Freitas

  


El 12 de octubre, cuatro días después de que ocurriera el deslave que casi arrasó con el pueblo de Las Tejerías, en el estado Aragua, aún seguía lloviendo. Julio Riera, de 33 años, se dirigía en su camioneta a prestar auxilio a los habitantes de la localidad ubicada en la región central de Venezuela.

Se desplazaba por la Carretera Panamericana, que conecta a Caracas con este destino, a 68 kilómetros de distancia. El agua le llegaba hasta el capó del carro, cubría casi un metro de altura. Mientras más se acercaban a Las Tejerías, el agua se convertía en barro y escombros. Julio iba junto a la ONG Ángeles de las Vías, un grupo de paramédicos y voluntarios que atienden casos de emergencia en las calles de Caracas. Llevaban agua y comida a los afectados. 

Habían llegado al barrio El Béisbol, uno de los lugares más afectados por el alud. Riera cuenta que al llegar tuvo la sensación de que una bomba había arrasado el lugar. El lodo pintaba todo: las casas, los carros, los tractores limpiando las carreteras, las personas, las mascotas. Aunque una llovizna en la zona se llevaba un poco la tierra, Julio no pudo describir otro color en el ambiente que no fuese ocre. 

Su grupo se instaló frente a un puente que pasa por encima de la Quebrada Los Patos. Cerca de ellos un grupo de Protección Civil escarbaba la tierra debajo del puente para liberar las quebradas que habían crecido por las lluvias días antes y arrastraron a las casas cercanas a su cauce. 

Riera y sus compañeros comenzaron a entregar los víveres, pero el llanto de una mujer los hizo voltear la mirada hacia el puente. Vio cómo sacaban un cuerpo del lodo. Luego desenterraron dos cuerpos más. La gente se amontonaba en la escena para ayudar a mover los cadáveres envueltos en sábanas. Esas tres víctimas eran parte de las más de 60 personas fallecidas que el gobierno venezolano ha contado hasta ahora como consecuencia de ese desastre socioambiental. De ese grupo, solo 37 han sido identificadas. Otras ocho siguen desaparecidas después de un mes.

Recordó que, antes de que él llegara, en las redes sociales había reportes de inundaciones en toda la cordillera de la Costa y los Andes venezolanos y que los militares llegaron a Las Tejerías días antes y mencionaron que había llovido en un día, todo lo que llovió en un mes. Pero, antes del desastre, nadie sabía exactamente cuánto había llovido en la zona. 

Vulnerabilidad a ciegas

El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) advirtió que Venezuela es uno de los países más vulnerables del continente americano frente a los eventos socioambientales relacionados al clima. 

En su informe titulado Climate Change 2022: Impacts, Adaptation and Vulnerability, el IPCC califica a la región Norte de Sudamérica (NSA) como la segunda zona más vulnerable a los efectos del cambio climático en toda América. Se estima que la zona que engloba a Venezuela, Surinam, Guayana Británica, Guayana Francesa, el norte de Brasil y el sureste de Colombia mantiene una «alta inseguridad» frente a los eventos socioambientales debido a la alta exposición a extremos de calor y la falta de preparación para sobrellevar el clima. 

«El NSA es una de las subregiones más vulnerables, después de Centroamérica. Esto se evidencia en la alta exposición a riesgos y vulnerabilidades en 4 de las 6 variables evaluadas por el Panel (seguridad alimentaria, infraestructura urbana, suministro de agua dulce, estilo de vida y pobreza, suministro de agua potable y sustentabilidad en los ecosistemas terrestres)», se lee en el capítulo 12 del informe.

El grupo de expertos avalado por la ONU especifica que la región NSA tiene un incremento significativo en la intensidad y frecuencia en extremos de calor anual, en las ondas de calor y en la frecuencia de inundaciones y aludes torrenciales severos y anómalos por las lluvias. «Pero la falta de coberturas de datos en las tendencias de precipitaciones y sus eventos extremos resulta en una confianza baja para mantener un consenso en el punto de las inundaciones y aludes de tierra». 

«La vulnerabilidad obedece a dos razones: primero, al fenómeno climático per sé —es decir, a las lluvias intensas—, y lo segundo es la condición socioeconómica de los poblados, dónde están ubicados y la calidad de la infraestructura que los prepara para los eventos climatológicos extremos», explicó Juan Carlos Sánchez, miembro fundador de la Cátedra Libre de Cambio Climático de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y antiguo asesor de la delegación venezolana para IPCC.

«El caso específico de Las Tejerías se puede ampliar a otras ciudades venezolanas de la cordillera de la Costa y de los Andes. Las poblaciones están ubicadas muy cerca de los márgenes de los ríos y quebradas. Pero eso no es todo: lo más importante, y lo que agudiza el riesgo, es la pobreza. La infraestructura y los patrones de población improvisados en la mayoría de las localidades no los resguardan de estos fenómenos extremos. Entonces, toda la población de la cordillera de la Costa y de los Andes venezolanos es altamente vulnerable a estos eventos», agregó.

El ministro de Interior, Justicia y Paz, Remigio Ceballos, informó el 28 de octubre que 26.000 familias se han visto afectadas, en diferente medida, por las intensas lluvias en Venezuela solo en el mes de octubre del 2022. Los estados con mayor registro de afectaciones son La Guaira, Miranda, Mérida y Táchira.

De acuerdo con el reporte del IPCC, Venezuela combina dos escenarios poco favorables: está dentro de una de las regiones con mayores pronósticos de amenazas socioambientales ligadas al clima y es una de las regiones más vulnerables del continente.

Si bien se estima que la región Centroamericana (CA) es más insegura para sobrellevar el cambio climático que el norte de Sudamérica (NSA), la región donde se encuentra Venezuela es la que mantiene más proyecciones de amenazas socioambientales relacionadas con el clima para las próximas décadas, como inundaciones por lluvias y el aumento del nivel del mar, olas de calor y sequías extremas, incendios forestales, entre otros. En esa categoría está a la par con el este de Brasil, con 10 amenazas cada uno. 

Del mismo modo, el extremo este de Brasil (conocido en el informe como el noreste suramericano o NES) es menos vulnerable que Venezuela en eventos climáticos extremos porque el país tiene una infraestructura política, económica y pedagógica mejor que el país caribeño.

La muletilla del cambio climático

Un par de días después de la tragedia que cumplió un mes el 8 de noviembre, el gobernante Nicolás Maduro caminaba junto a la prensa estatal venezolana por las calles cubiertas de barro en Las Tejerías. Era el 10 de octubre del 2022 cuando Maduro visitó el poblado aragüeño.

Frente a las cámaras de televisión, Maduro advirtió que el alud y las pérdidas que ocasionó son consecuencia de la «crisis climática» y las intensas lluvias en Venezuela. Alegó que durante sus 25 años como dirigente político en el país no había visto un torrencial de lluvias similar. 

«Sin lugar a dudas, el cambio climático tiene que ver con toda esta perturbación que tienen las lluvias, en el mundo entero, no solo aquí», dijo.

Sin embargo, activistas y expertos en el tema afirman que no hay suficientes datos meteorológicos públicos en el país, tanto históricos como recientes, para corroborar que la temporada de lluvias del 2022 y el alud de Las Tejerías están relacionados directamente con el cambio climático. 

«El cambio climático es un fenómeno global, causado por la especie humana. Estamos viendo algunas repercusiones a nivel general. Pero, en el caso de Venezuela, y muy específicamente en el caso de la variación de las lluvias, no podemos decir ni calcular el impacto porque no hay estaciones que nos brinden información para saber los riesgos que corremos», explicó Alicia Villamizar, fundadora de la Secretaría Académica de Cambio Climático de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales de Venezuela (Acfiman). 

Esa falta de datos hace al país más vulnerable a fenómenos climatológicos futuros. «Necesitamos información de los últimos 40 años, como mínimo, para sacar una conclusión. Al no tener esa información, estamos menos preparados para prevenir los eventos climatológicos extremos, por lo que somos más vulnerables a los efectos del cambio climático», agregó la experta. 

Días antes del deslave en Las Tejerías, el 6 de octubre, Maduro se reunió con varios dirigentes del Partido Socialista Unido de Venezuela para evaluar los daños estructurales en 120 municipios del país causados por inundaciones y las corrientes de los vientos. En esa trasmisión estatal, Maduro advirtió que las lluvias «muy fuertes», y los daños que genera, son un producto directo del cambio climático. 

«Estamos en la onda tropical número 41, se calculan que serán 65. Este año, particularmente, las lluvias han caído muy fuerte. El cambio climático sin lugar a dudas se refleja», dijo Maduro.

A principios del 2021, en el «XX Foro del Clima del Oeste de Sudamérica», el director del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inameh), José Pereira, advirtió que «está lloviendo de manera muy intensa en corto tiempo» debido a la variabilidad climática y a consecuencia del cambio climático. 

«En Las Tejerías la gente decía que tenía miedo a las lluvias, pero sabían que no eran el único origen del desastre», contó Julio Riera. «Cuando regresé de Las Tejerías a Caracas ese día, como a las 7:00 pm, mi camioneta se volvió a inundar. Entre todo el equipo de Ángeles de las Vías vigilamos que nadie se quedara atrás. Pasamos como 20 carros varados en todo el trayecto, inundados por el agua. Allí me di cuenta de que la lluvia no es el problema, sino que no sabemos manejar el problema. Somos vulnerables frente a ella, y eso aterra», opinó. 

El caso de Las Tejerías no fue el único. En un mes, la región central del país sufrió al menos otros tres deslizamientos de tierra o aludes torrenciales producto de las lluvias constantes: en la urbanización de El Castaño el 18 de octubre, en Aragua, a 40 minutos de Tejerías, que dejó cuatro muertos y varias pérdidas; en el barrio 23 de Enero de Caracas el 24 de octubre, donde hubo 162 familias afectadas tras el desplome de unas casas, y en la urbanización Catia La Mar, donde se desbordaron los ríos del Estado Vargas, una mujer y dos hijos murieron por un alud cerca de su casa y los daños materiales de la zona aún se están contando. 

El desastre socioambiental de Las Tejerías es el que tiene mayor número de víctimas y pérdidas materiales hasta ahora.

Balancear responsabilidades

Frente a todo este panorama, distintas organizaciones ambientalistas denuncian que el uso del cambio climático como el único responsable de los desastres socioambientales es inapropiado. 

Para Liliana Buitrago, investigadora del Observatorio de Ecología Política de Venezuela, el discurso mediático y político debe enfatizar que los desastres socioambientales relacionados con la crisis climática son producto de la actividad del hombre a través del tiempo.  

«La Niña y El Niño son fenómenos climáticos, y cuando estamos dentro de un contexto de crisis climática mundial, estos fenómenos se manifiestan con mayor intensidad, independientemente de que tengamos cifras o no. Esto no es un efecto aislado y devenido así de la naturaleza, es producto de la actividad del hombre, de la actividad antropogénica», afirmó Buitrago. «Los Estados y los gobiernos son responsables y tienen que actuar de inmediato. Ahora bien, cuando se utiliza el cambio climático como excusa, y no para no asumir compromisos y responsabilidades, se está incurriendo en una terrible irresponsabilidad». 

«Es importante enfatizar que la responsabilidad del cambio climático y la mitigación y adaptación de sus efectos está bajo la responsabilidad de los Estados y los gobiernos. Frente a esto, precisamente, se debe hacer mucha mayor presión para poder implementar las acciones de protección de inmediato», agregó.

La OMM estableció en su informe Estado del clima en América Latina y el Caribe 2021 (publicado este año) que todos los Estados del continente debe afinar sus sistemas de alerta y de medición «para reducir los efectos adversos de los desastres relacionados con el clima y apoyar las decisiones relativas a la gestión de los recursos y la mejora de los resultados, se necesitan servicios climáticos, sistemas de alerta temprana de extremo a extremo e inversiones sostenibles, que aún no son adecuados». 

«Venezuela sufre un mal parecido al resto de la región: no separan las instituciones relacionadas con los pronósticos climáticos de la gestión de riesgos», opinó  climatólogo José Antonio Marengo, director del Centro de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales de Brasil, autor principal del informe de la OMM. 

«Es una deuda pendiente que tiene el país. Tiene que establecer una institución que se encargue solo de medir el clima y otra solo de emitir y gestionar sistemas de alerta temprana y otro que se encargue de la gestión de riesgos en el momento y después de los desastres. Pero el país tiene la responsabilidad de estructurar sus instituciones a corto plazo». 

El Niño por venir

Una de las preocupaciones de Alicia Villamizar, más allá de la vulnerabilidad frente a las lluvias intensas y la gestión de riesgos, es la preparación que tiene el país frente al aumento de las olas de calor y la desertificación de los ecosistemas. 

«Sea que estemos frente a una variable climática —que es natural— o un extremo climático o un evento relacionado por el cambio climático —que es producto de la actividad humana—, debemos estar trabajando para mitigar el impacto que tienen esos fenómenos en nuestra sociedad», advirtió Villamizar. «Un error que cometemos todos es pensar que esto está desligado a nosotros, y es todo lo contrario. El cambio climático es producto de la alteración de los ecosistemas sin regulaciones: talando bosques, urbanizando áreas para agricultura o ciudades, contaminar y cambiar cuerpos de agua. Internacionalmente se está trabajando y algunos gobiernos están tomando medidas». 

La Aficman estableció en su informe Compromisos de Venezuela con el Convenio de París (parte 1) que las vulnerabilidades del venezolano frente a las olas de calor están más documentadas que las de las lluvias. Entre los problemas a los que el país está expuesto por el aumento de las temperaturas y la pérdida de las lluvias están la proliferación de insectos transmisores de enfermedades tropicales (como la malaria y el mal de Chagas), aumentando el riesgo de contagios, la pérdida de ecosistemas por la desertificación y la reducción de cuerpos de agua dulce, el aumento del nivel del mar, que inunda a las poblaciones costeras del país, la pérdida de impermeabilidad de los suelos, que genera un ciclo más fuerte de inundaciones si llueve y no hay suficiente humedad en el suelo para absorber el agua, desbalance en los ciclos de siembra y cosecha.

Venezuela no fue ajena a los impactos de una gran sequía. En 2015 y 2016 se registró la temporada más intensa de El Niño hasta la fecha y en el país se evidenció con daños a la infraestructura hidroeléctrica —privando aún más del servicio eléctrico a la población—, en el incremento de casos del Zika, Dengue y Chikungunya, así como pérdidas en la producción ganadera que, hasta el día de hoy, no han sido calculadas en su totalidad. 

«¿Quién está preparado para un periodo de El Niño fuerte?», cuestionó Villamizar. «Después de que pase este período de La Niña no sabemos si va a entrar un período de El Niño fuerte. No sabemos si va a ocurrir todavía, pero tampoco estamos preparados. La falta de información estadística en materia climática, en materia de economía y de producción, en gestión de riesgo y demográfica nos envuelve en una incertidumbre y nos expone a una vulnerabilidad inmensa. Se necesitan mapas de riesgo actualizados que nos indiquen cuánta población está expuesta a estos escenarios climatológicos para poder establecer cuánto riesgo tenemos para dar el primer paso a la mitigación. Esa información tampoco la tenemos, no es pública». 

Las preocupaciones de Villamizar se evidencian en el informe «Calor extremo: Preparándose para las olas de calor del futuro», elaborado por la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (Ocha) y la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja (IFRC). 

Las olas de calor y la sequía extrema serán uno de los problemas más comunes en el futuro y alientan a los Estados a «intervenir en las brechas de datos para tener una mejora crítica en el entendimiento y respuesta de estos fenómenos para así adaptar el sistema humanitario a los riesgos actuales y futuros de las olas de calor». 

El 16 de septiembre, el Inameh anunció que se instalarán monitores de sequía en colaboración con el programa multilateral EUROCLIMA+. Pero, hasta los momentos, el Instituto no ha dado más detalles de las zonas estratégicas donde se ubicarán dichos monitores o qué variables específicas medirán. 

«El Estado debe actualizar sus leyes frente al control de emisiones de gases de efecto invernadero y la publicación de datos climatológicos. Existe un gran retraso en el país para cumplir sus compromisos internacionales como el Acuerdo de París, el Acuerdo de Kioto y los convenios con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo para fortalecer la gestión de desastres tanto a nivel preventivo como forense. Estamos desprotegidos», concluyó Villamizar.

https://talcualdigital.com/deslaves-en-venezuela-exponen-un-torrente-de-vulnerabilidades/

http://aperturaven.blogspot.com/p/contactanos.html?m=1


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