Orlando Viera-Blanco 09 de noviembre de 2022
@ovierablanco
Desde
la expulsión de Adán y Eva del jardín del Edén, la búsqueda de un espacio vital
de convivencia y cultivo de víveres y hábitos, es decir, la conformación de un
Estado, ha sido un paso crucial de la humanidad.
James
Scott, en su extraordinario libro “Contra el Estado”, nos relata los
desafíos del hombre desde la prehistoria por organizarse: “¿Cómo llegó a vivir
el Homo Sapiens en un momento tan avanzado de la historia de su especie, en
populosas comunidades sedentarias, con ganado domesticado y un puñado de granos
de cereal, gobernado por los ancestros de los que ahora llamamos Estados?”
Este
nuevo complejo ecológico y social se convertiría “en el modelo para casi toda
la historia de nuestra especie” […] enormemente amplificado por el crecimiento
de la población, la energía hidráulica, los animales de tiro, la navegación a
vela y el comercio a larga distancia. Un modelo que prevaleció durante más de
seis milenios hasta la llegada de los combustibles fósiles y de los bárbaros…
Del Estado temprano al Estado-cereal, central y estratificado
Lo
fascinante de la ‘historia del Estado’ es precisar sus factores de vulneración
y quiebre. Tanto cae un Estado agrario y rural, en las apacibles riberas del
Nilo, como el mega Estado Imperial, Romano o Constantino. Desde la forma de
cultivo faraónica hasta los Estados-naciones, legionarios y recientes, el riesgo
continuo ha sido la actitud devoradora de “los recolectores saqueadores”.
Claude
Lévi-Strauss escribió: “El único fenómeno que la escritura ha acompañado
fielmente es la formación de ciudades e imperios; la integración de un número
considerable de individuos en un sistema político y su jerarquización en castas
y en clases […] lo que parece favorecer la explotación de los hombres antes que
su iluminación».
Esta
explotación es el origen de todas las tensiones. ¿Cómo aliviarlas? Pasaron casi
seis milenios para que Grecia lanzara al mundo la república democrática.
La
conformación comunal, la servidumbre, la esclavitud, el hacinamiento, son los
fenómenos sociales y patológicos que caracterizan a los Estados tempranos,
frágiles y propensos al colapso. Enfrentamientos entre el sedentarismo agrario,
feudal y aluvial -propio de los Estados tempranos-vs. las civilizaciones
bárbaras [vecinas, montañosas] rompían los Estados, hasta la aparición de
ciudades amuralladas que abrieron paso a faraones [El Obeid], emperadores
[Grecia/Roma], dinastías [Qin y Han de China] y principados del nuevo mundo.
6,600
años de domesticación, siembra, adaptación y comprensión de ecosistemas;
dominio de castas, enfermedades, colapsos, asaltos de los recolectores
bárbaros, donde los Estados tempranos como Mesopotamia [entre
ríos/Tigris y el Éufrates], desaparecieron en el reloj de la historia por
hacerse débiles a la hostilidad de los cazadores, recolectores-saqueadores
[externos].
Sugiere
Scott que la permanencia del Estado en sus orígenes no era posible sin la
servidumbre [Aristóteles], sin un diseño centralizado,
estratificado, que diese rendimiento al Estado-Cereal de
diversificación alimentaria y defensa contra los asaltos.
La
modernidad, el vapor, la revolución industrial, no ha quedado a salvo
del barbarismo propio de tiempos faraónicos. La industria también
aceleró “la filosofía”, un pensamiento más libre, creativo, autosuficiente,
positivista, donde el poder de la manufactura y el ajuste de distancias
sustituyó al estado cereal, sedentario y famélico, forzando una visión más
holística, orgánica y normativa, para contener la amenaza
del antropoceno o actividades de los hombres para la alteración de
ecosistemas y la atmósfera mundial.
La
revolución industrial, el hormigón y el petróleo
Scott:
“Medido por el lapso de aproximadamente 200.000 años de nuestra especie, el
Antropoceno comenzó tan sólo hace unos minutos”. Y de qué manera. En tan
sólo “esos minutos’ brota el movimiento histórico más profundo y
disciplinado de la humanidad, donde pasamos en segundos de cuevas y tribus a
ciudades-estados. Del sedentarismo, artes domésticas y artesanales a la
producción masiva. De lo aluvial y rural a lo urbano. ¿En libertad? Hasta hace
“segundos” vivimos en esclavitud. Y seguimos con ella.
El
colapso de los Estados es la falta de razón contra la tiranía y la dominación.
Le acompañan [Contra los Estados] la aspereza del ecosistema, las enfermedades
y la rudeza de los bárbaros.
A
pesar de los enormes progresos del cambio climático, los cambios demográficos,
la calidad del suelo, el rendimiento laborioso y hábitos alimentarios; de la
Politeia de Platón; de la era industrial, la tecnología, el vehículo, el tren,
el avión, el fax y la internet, seguimos siendo vulnerables a la ferocidad de
los bárbaros.
Después
de 8.000 años de domesticación de los granos y los frutos, pasar de la
esclavitud cuadrúpeda a la declaración de los Derechos Universales del Hombre;
del ganso y la gallina de las cosas, al internet de las cosas, aun subyace la
amenaza contra el Estado.
El
Estado ausente… ausente de carácter para contener el reformismo igualitario,
ausente de voluntad política para fortalecer la coerción a la barbarie, ausente
de liderazgo para derribar la sociedad de súbditos, clientelar y populista.
Ausente de carácter para derrotar la tiranía y ausente de consenso para
expulsar al dictador. Y los pueblos se convierten en ciudadanos a famélicos.
Así cae el estado ausente, industrial, petrolero y de hormigón, pero sin alma y
razón.
La
dieta es la democracia
Parafraseando
a Scott: La democracia es como una red alimentaria a la que todos deben
acceder. En ella todos deben beber y comer. El alimento básico es el
conocimiento, la diversidad y la oportunidad. El Estado ausente es el Estado
injusto, sin orden y sin ley. Es el estado mal-proveedor, vulnerable al asalto
de los bárbaros… por cierto, muy eficientes en sus “estrategias” itinerantes,
caóticas y atrincheradas. Los bárbaros se meten en las estructuras
de los estados, los arruinan y se apoderan de sus riquezas e instituciones. Es
el estado ausente el preludio de la escasez, la anarquía, la anomia y la nada.
En el
mejor de los casos, los bárbaros iban pendientes de la captura, y en el peor
del exterminio. La misión es la dominación y domesticación, y de no ser
posible, la solución final es el leger, el aislamiento, que
puede conducir al holocausto.
Las
civilizaciones y su penumbra bárbara
Hemos
visto como el estado temprano resultó radicalmente inestable por
causas estructurales, epidemiológicas, políticas y ecosistémicas. Y observamos
como la amenaza primitiva de los bárbaros, persiste…
El
Estado [por ausente, vacío] se hizo mercadeable. Dice Scott que “con él
convirtieron [al Estado] en algo mucho más viable y lucrativo de lo que podía
haber resultado su ausencia”. Saquear y comerciar no fueron simples formas de
apropiación. Fueron modos más eficaces de dominio por generar la falsa
percepción de estabilidad [Dixit H. Arendt]. Nace el fundamento del
totalitarismo.
Los
bárbaros, en palabras de Bronson, “están simplemente ahí fuera, mirando hacia
dentro, controlando y recolectando todo”. Los bárbaros no pagan impuestos. Los
tasan, los cobran y confiscan, generando su propio pueblo, su 1984; precario,
hambriento, incapacitado…Sin jardín y sin espacio, como quedaron Adán y Eva.
Concluye
Scott: “Las levas bárbaras tienen tanto que ver con el saqueo de los Estados
como con su construcción. Al reponer sistemáticamente la base de mano de obra
de los Estados por medio de la esclavización, y al protegerlos y ampliarlos con
sus actividades militares, los bárbaros cavaron su propia tumba”.
Y en
ese Estado Ausente, en ese edén -en ese «jardín» sin Adán y Eva- los bárbaros
resisten la rebelión en la granja y cavan…
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
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