Humberto García Larralde 05 de abril de 2023
El
comunismo como idea, no como doctrina, ha sido idealizado en el mundo
occidental a través de la historia. Hunde sus raíces en tradiciones
judeocristianas, que evocan comunidades en las que todo o casi todo se poseía
en común o, en cualquier caso, era de usufructo común. Vienen a la mente sectas
bíblicas como la de los esenios o de las comunidades cristianas primitivas, en
las que había una clara proscripción del lucro, del afán por la riqueza, hasta
el punto de elevar la pobreza, la sencillez y la humildad en virtudes a ser
emuladas. Encontraba justificación en la situación de baja y estancada
productividad que caracterizaba a la antigüedad, en la cual la mejora visible
en las condiciones de vida de alguien era necesariamente a expensas de las de
otros. Sustentaba un criterio de justicia que abominaba de las diferencias de
riqueza. La solidaridad y la comunión de propósitos eran imperativos de
sobrevivencia en tales condiciones, y se expresaban en la forma de hábitos y
normas de convivencia estrictas, que debían ser observadas por todos sus
integrantes. Con base en éstas se asentaron códigos morales severos –los 10
mandamientos, por ejemplo—amparados en creencias religiosas, que intimaban a
que fuesen cumplidos, so pena de castigo divino.
Estas posturas “moralmente superiores”, conforme al tamiz a través del cual solemos formular nuestra memoria histórica, se convirtieron en mitos. Alimentaron una especie de nostalgia romántica, una reverencia por una supuesta época de oro de la humanidad en la que no existía la maldad ni el egoísmo, sino una comunidad hermanada en torno a la noble prosecución del bien común. Quedaba oculto, sin embargo, la emergencia de un poder indiscutible de la casta sacerdotal y/o de ancianos venerables, bajo cuya férrea tutela se aseguraba la necesaria cohesión social y política. Fueron los encargados de resguardar la comunidad de las tentaciones corruptoras a las que sucumbieron aquellas comunidades disolutas, mencionadas con reprobación por la biblia, por no adorar al Dios único. Esta vigilancia estricta por impedir el descarrío de sus ovejas hace brotar la semilla de las sociedades totalitarias, en las cuales la salvación –sea material o espiritual—pende de la observación celosa de una verdad única. La libertad sólo tendría sentido para hacer realidad la voluntad del Señor. Fidel Castro lo recogería milenios más tarde a su manera: “Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada”.
Episodios
variados de reclamo social a lo largo de los siglos contribuyeron también a
alimentar la noción positiva de comunismo. Como sabemos, fue bandera de lucha
de Marx y Engels, quienes elaboraron una teoría del cambio social impulsado por
la lucha de clases entre explotadores y explotados, que culminaba con la
liberación definitiva de las clases trabajadoras por la revolución socialista,
bajo la conducción victoriosa del proletariado. Al liberar a las fuerzas productivas
de sus férulas capitalistas, se creaban las bases para arribar a un estadio de
abundancia que podía sustentar aquello de, “de cada quien, según sus
capacidades, a cada quien, según sus necesidades”. Marx habría dado con el
razonamiento científico para retornar a tan ansiada época de oro, pero ya no en
las condiciones de pobreza que forzaron al comunismo primitivo (Engels dixit),
sino como un estadio de prosperidad, liberando a la humanidad de toda penuria
material. Al cerrarse el círculo, como señaló Mircea Eliade, el mito comunista
recogía “la esperanza escatológica judeocristiana de un fin absoluto de la
Historia”[1].
Como
demostró nuestro recordado profesor y amigo, Emeterio Gómez, la doctrina de
Marx no era ciencia sino ideología. Pero, con la consolidación del poder
bolchevique en Rusia, Stalin la codificó con aportes de Lenin para construir un
credo legitimador de autocracias –el marxismo-leninismo– que, en nombre de tan
glorioso destino, sometió a más de la cuarta parte de la población mundial en
distintos países a las más oprobiosas dictaduras bajo el control férreo de los
guardianes de esa fe, es decir, del partido comunista. No sólo negaba las
libertades más básicas, sino que también condenó a sus residentes a penurias
económicas inaceptables en los países a los que, pretendidamente, el socialismo
iba a superar. Sobrevive todavía con la tiranía dinástica hambreadora de los
Kim en Corea del norte. Y, en aquellos países que visiblemente abandonaron todo
intento de “construir el socialismo” a la vieja usanza, como China y Vietnam,
justifica el poder totalitario del partido comunista, paradójicamente, órgano
de una dictadura del proletariado cuya razón de ser es asegurar la inexorable
transformación socialista. Por estos lares, muchas de sus categorías y clichés
sobrevivieron como constructos retóricos en boca de líderes “revolucionarios”
redentores.
Pero,
aún con fracasos tan visibles, la idea de sobreponer lo colectivo a las
apetencias individualistas (por descarte, egoístas) en la prosecución del bien
común se perpetuó como objetivo loable. Una digresión permite asentar mi
conformidad con el hecho de que, en muchas instancias o situaciones, debe
privilegiarse la prosecución del interés colectivo. Para ello están las
organizaciones sociales –gremios, sindicatos, asociaciones—constituidos a
partir de los intereses comunes de sus afiliados, que buscan hacerlos avanzar. Están
también los procesos legislativos que, en sintonía con el electorado que
representan, aprueban normas que acotan la prosecución ilimitada del beneficio
para financiar al Estado con el cobro de impuestos, o para defender los
derechos de minorías, luchar contra el cambio climático, etc., en fin, para
asegurar la convivencia digna y pacífica entre pobladores, conforme a cánones
aceptados de justicia social. La provisión adecuada de bienes públicos es
consustancial a ello.
Dicho
lo anterior, lo que es inadmisible es la pretensión de minorías, armadas de
clichés y categorías heredadas de la mitología comunista, de arrogarse la
representación de intereses superiores para imponer a la fuerza normas
opresivas, castrantes de la creatividad y de la libertad. Obviamente, esto
involucra también a otros credos. De ahí las teocracias totalitarias, hoy de
inspiración islamista, pero en el pasado, inquisitorialmente cristianas. Evoca,
además, lo señalado por Raymond Aron hace casi 80 años, al describir al
comunismo como religión de Estado, “opio de los intelectuales”.
Hoy
sorprende la pervivencia de resabios comunistoides para justificar
abominaciones que, en sus orígenes, prometía superar “para siempre”. Aún más
insólito es su provecho para exhibir posturas de supuesta superioridad moral,
con la cual descalificar toda crítica a sus autores. Es el caso de la dictadura
militar, semi-dinástica, en Cuba, corrompida hasta los tuétanos por tantos años
de disfrute del poder absoluto. En Venezuela, mezclado con posturas patrioteras
y militaristas, todavía se asoman como mampara para absolver el cruel saqueo de
la nación, que ha condenado a sus residentes a penurias desconocidas desde que
se inició la explotación petrolera. En nombre de un antiimperialismo que, no
obstante, aplaude la invasión de Putin a Ucrania y se entrega a los cubanos,
los “revolucionarios” de hoy justifican los sueldos de hambre que impiden una
vida mínimamente digna de las mayorías, culpando a las sanciones. En tal
impostura se cobijan, asimismo, las bandas guerrilleras vecinas que viven del
tráfico de drogas y del secuestro. Pero, ante las narices de Maduro, su
protector, estalla el escándalo del descomunal desfalco a PdVSA extendida, por
ahora, a empresas básicas de Guayana. Y todavía esgrimen primacía moral,
¡alardeando que nadie como ellos ha luchado tanto contra la corrupción!
La
pretendida supremacía moral que acompaña una retórica que todavía pretende
hacerse pasar como expresión de los mejores destinos de la humanidad, sirve de
blindaje contra todo exhorto de rectificación. Cuando gánsteres como Daniel
Ortega, abocado a superar en sus desmanes y atropellos a la dictadura de Somoza
contra la cual insurgió, se ampara en esos postulados comunistoides, no puede
quedar duda alguna de que, independientemente de sus propósitos iniciales, hoy
han pasado a justificar los regímenes más atrasados, retrógradas e injustos del
mundo actual.
Sirvan
estas reflexiones como un modesto mea culpa de quien, junto a muchos de mi
generación, se dejó envolver, en sus años mozos, por los espejismos de lo que
resultó ser tan funesto proyecto.
[1]
Mito y Realidad, Labor / Punto Omega, Barcelona.
Humberto
García Larralde
Invitamos
a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo
electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura
recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo
electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los
enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes,
boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos
en el Blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico