Francisco Fernández-Carvajal 05 de diciembre de 2023
@hablarcondios
— La Virgen y el sacramento de la
Penitencia.
— Su actitud misericordiosa para con los
pecadores.
— Nuestro refugio.
I. Salve,
llena de gracia, eres llamada clementísima para los pecadores, porque
contemplas misericordiosa nuestra miseria1.
Desde muy antiguo fue costumbre en algunos lugares representar a Nuestra Señora con un gran manto debajo del cual se encuentran, con rostros de paz, todo género de gentes: papas y reyes, comerciantes y campesinos, hombres y mujeres... A algunos, que no se cobijaron bien bajo este manto protector, se les ve heridos por alguna flecha: el perezoso es representado sentado y con la flecha en una pierna anquilosada, el goloso con el plato en la mano y la flecha en el vientre...2. Refugium peccatorum: desde siempre los cristianos la han visto como amparo y refugio de los pecadores, donde acudimos a protegernos, como por instinto, en momentos de mayor tentación o dificultades más grandes, o cuando quizá no hemos sido fieles al Señor. Ella es el atajo que nos facilita la vuelta rápida a Jesús.
En los
primeros siglos de nuestra fe, los Santos Padres, al tratar del misterio de la
Encarnación del Verbo, afirmaron con frecuencia que el seno virginal de María
fue el lugar donde se realizó la paz entre Dios y los hombres. Ella, por su
especialísima unión con Cristo, ejerce una maternidad sobre los hombres que
consiste en «contribuir a restaurar la vida sobrenatural en las almas»3;
por esta maternidad, forma parte muy especial del plan querido por Dios para
librar al mundo de sus pecados. Para eso, «se consagró totalmente como esclava
del Señor a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo bajo Él y con
Él al misterio de la redención»4;
estuvo asociada a la expiación de Cristo por todos los pecados del mundo,
padeció con Él y fue corredentora en todos los momentos de la vida de Jesús, y
de modo muy particular en el Calvario, donde ofreció a su Hijo al Padre y Ella
se ofreció juntamente con Él: «Verdaderamente María se ha convertido en
la aliada de Dios en virtud de su maternidad divina en la obra
de la reconciliación»5.
Por esto, suelen comentar muchos teólogos que la Virgen está de algún modo
presente en la Confesión sacramental, donde se nos conceden particularmente las
gracias de la redención. «Si alguien separa del sacramento de la penitencia la
coexpiación de María, introduce entre Ella y Cristo una división que ni existió
nunca ni puede ser admitida (...), puesto que es Cristo mismo quien asume en su
expiación toda la cooperación expiatoria de su Madre»6.
Muy
cerca de la Confesión se encuentra siempre María: está presente en el camino
que lleva a este sacramento, disponiendo el alma para que, con humildad,
sinceridad y arrepentimiento, se llegue a este sacramento de la misericordia
divina. Ella ejerce una labor maternal importantísima, facilitando el camino de
la sinceridad y moviendo suavemente a esa fuente de la gracia. En el apostolado
de la Confesión, Ella es la primera aliada. Si alguna vez avergüenzan
particularmente las faltas cometidas, es el Refugio primero al que hay que
acudir. Y Ella, poco a poco, con su gracia maternal, hace fácil lo que al
principio quizá resultaba difícil. Si un hijo se ha alejado de la casa paterna,
¿qué madre no estaría dispuesta a facilitarle el regreso? «La Madre de Dios,
que buscó afanosamente a su Hijo, perdido sin culpa de Ella, que experimentó la
mayor alegría al encontrarle, nos ayudará a desandar lo andado, a rectificar lo
que sea preciso cuando por nuestras ligerezas o pecados no acertemos a
distinguir a Cristo. Alcanzaremos así la alegría de abrazarnos de nuevo a Él,
para decirle que no lo perderemos Más»7.
Santa
María, Refugio de los pecadores, nuestro refugio, danos el instinto
certero de acudir a Ti cuando nos hayamos alejado, aunque sea poco, del amor de
tu Hijo, Danos el don de la contrición.
II. Santa
María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores...
Siempre
es posible el perdón. El Señor desea nuestra salvación y la limpieza de nuestra
alma más que nosotros mismos. Dios es todopoderoso, es nuestro Padre y es Amor.
Y Jesús dice a todos, y a nosotros también: no he venido a llamar a los
justos, sino a los pecadores8.
Él nos llama y en esta Novena con más fuerza para que, con la ayuda de su
Madre, nos despeguemos del egoísmo, de pequeños rencores quizá, faltas de amor,
juicios precipitados sobre los demás, faltas de desprendimiento... Debemos
acercarnos a la gran fiesta de Nuestra Señora con un corazón más limpio. En la
intimidad del corazón, debemos sentir esa llamada a una mayor pureza interior.
Una tradición muy antigua narra la aparición del Señor a San Jerónimo. Jesús le
dijo: Jerónimo, ¿qué me vas a dar?, a lo que el Santo
respondió: Te ofreceré mis escritos. Y Cristo replicó que no era
suficiente. ¿Qué te entregaré entonces?, ¿mi vida de mortificación y de
penitencia? La respuesta fue: Tampoco me basta. ¿Qué me queda
por dar?, preguntó Jerónimo. Y Cristo le contestó: Puedes darme tus
pecados, Jerónimo9.
A veces puede costar reconocer ante Dios los pecados, las flaquezas y los
errores: darlos sin envoltura alguna, como son, sin justificación, con
sinceridad de corazón, llamando a cada cosa por su nombre. Dios los toma porque
es lo que nos separa de Él y de los demás, lo que nos hace sufrir, lo que
impide una verdadera vida de oración. Dios los desea para destruirlos, para
perdonarlos, y darnos a cambio una fuente de Vida.
Enseña
San Alfonso M.ª de Ligorio que el principal oficio que el Señor encomendó a
María es ejercitar la misericordia, y que todas sus prerrogativas las pone
María al servicio de la misma10.
Resulta
sorprendente, gozosamente sorprendente, la insistencia de Jesús en su llamada
constante a los pecadores, pues el Hijo del hombre ha venido a salvar
lo que estaba perdido11.
A través del ejercicio de esta actitud misericordiosa para con todos, le
conocieron muchos de quienes vivieron cerca de Él: los fariseos y los
escribas murmuraban y, decían: éste recibe a los pecadores y come con ellos12.
Y, ante el asombro de todos, libra a la mujer adúltera de la humillación a que
está siendo sometida, y luego la despedirá, perdonada, con estas sencillas
palabras: Vete y no peques más13.
Siempre es así Jesús. Nunca entre en nuestra mente recomendaba el Cardenal
Newman la idea de que Dios es un amo duro, severo14.
Esta imagen es la que se puede formar quien se comportaría de esa manera -con
enfado, con dureza, con frialdad; quien se sintiera ofendido por otro. Pero
Dios no es así, nos quiere más, nos busca más cuanto peor es nuestra situación.
La
misión de María no es ablandar la justicia divina. Dios es siempre bueno y
misericordioso. La misión de Nuestra Señora es la de disponer nuestro corazón
para que podamos recibir las innumerables gracias que el Señor nos tiene
preparadas. «¿No será María un suave y poderoso estímulo para superar las
dificultades inherentes a la Confesión sacramental? Más aún, ¿no invita Ella a
la aceptación de esas dificultades para transformarlas en medio de expiación de
las culpas propias y ajenas?»15.
Acudamos siempre a Ella mientras nos preparamos y disponemos a recibir este
sacramento.
Santa
María, «Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente
a Jesús y si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, mediante la
confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que
trae sosiego al alma»16.
III. Sancta
María, refugium nostrum et virtus... Refugio y fortaleza nuestra.
La
palabra refugio viene del latín lugere, huir de algo o de
alguien... Cuando se acude a un refugio se huye del frío, de la oscuridad de la
noche, de una tormenta; y se busca seguridad, abrigo y resguardo. Cuando
acudimos a Nuestra Señora, encontramos la única protección verdadera contra las
tentaciones, el desánimo, la soledad... Muchas veces solo el hecho de comenzar
a rezarle es suficiente para que la tentación desaparezca, para recuperar la
paz y el optimismo. Si en algún momento encontramos más dificultades y las tentaciones
aprietan, hemos de acudir con prontitud a guarecernos bajo el manto de Nuestra
Señora. «Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie. No
desconfíes. Por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono
de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma»17.
En
Ella siempre encontraremos cobijo y protección. Ella «consuela nuestro temor,
mueve nuestra fe, fortalece nuestra esperanza, disipa nuestros temores y anima
nuestra pusilanimidad»18.
Sus hijos, percibiendo su amor de madre, se refugian en Ella implorando perdón,
y «al contemplar su espiritual belleza se esfuerzan por librarse de la fealdad
del pecado, y al meditar sus palabras y ejemplos se sienten llamados a cumplir
los mandatos de su Hijo»19.
Madre
mía, Refugio de los pecadores, enséñanos a reconocer nuestros
pecados y a arrepentirnos de ellos. Sal a nuestro encuentro cuando nos resulte
difícil el camino de vuelta hasta tu Hijo, cuando nos sintamos perdidos.
1 Misas
de la Virgen María, n. 14. Antífona de la Misa Madre
de la reconciliación. —
2 Cfr. M.
Trens, María. Iconografía de la Virgen en el arte español,
pp. 274 ss. —
3 Conc.
Vat. II Const. Lumen gentium, 61. —
4 Ibídem,
56. —
5 Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Reconciliatio et Paenitentia,
2-XII-1984, n. 35. —
6 A.
Bandera, La Virgen María y los sacramentos, Rialp, Madrid
1978, p. 173. —
7 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 278. —
8 Mt 9,
13. —
9 Cfr. F.
J. Sheen, Desde la Cruz, p. 16. —
10 San
Alfonso Mª. de Ligorio, Las glorias de María, VI. 3, 5.
—
11 Mt 18,
11. —
12 Mt 11,
19. —
13 Jn 8,
11. —
14 Card.
J. H. Newman, Sermón para el Domingo IV después de Epifanía.
—
15 A.
Bandera, o. c., pp. 179-180. —
16 Juan
Pablo II, Oración a la Virgen de Guadalupe, enero 1979.
—
17 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 498. —
18 San
Bernardo, Homilía en la Natividad de la Virgen María, 7.
—
19 Cfr. Misas
de la Virgen María, n. 14. Prefacio de la Misa Madre
de la reconciliación.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria/2/
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