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martes, 23 de julio de 2024

Antiética de un analista, por RAFAEL QUIÑONES ACOSTA


RAFAEL QUIÑONES ACOSTA 23 de julio de 2024

«¿Para qué sirve su análisis? Si todo es incertidumbre, ¿cómo puede construir un escenario? El encuestador y gurú político simplemente inventa escenarios»

El entrevistado es el dueño de la encuestadora más importante del país. Ofrece los datos de los números de apoyo que cada candidato disfruta para una elección presidencial a celebrarse en apenas una semana. El que figura de primero adelanta al segundo en más de 30 puntos. Aun así, dice que le es imposible con números tan contundentes saber quién ganará la competencia electoral. Se enreda, crea sobre la marcha la teoría de que, si bien una encuesta mide la intención del voto, esto quizás no se refleja en los resultados del día de la elección, lo cual nos llevaría a la pregunta: ¿para  qué sirven entonces las encuestas en procesos electorales? 

Se enreda la lengua, dice que pueden existir otros factores aparte de la intención del voto influyan en el resultado electoral: “ingeniería electoral” y “mecanismos de control del voto”. El primero es un eufemismo para llamar a la posibilidad de que uno de los bandos (quien maneja el poder electoral) pueda manipular el resultado por el control de los medios técnicos del conteo de voto. El segundo, una forma elegante de camuflaje los procesos de coaccionar el voto de los ciudadanos por una opción que no es la que desea. Siendo todos esos eufemismos recién emitidos manipulaciones semánticas que buscan legitimar conceptualmente algo que no ha pasado, puede pasar, pero que no debería pasar en un contexto de mínima institucionalidad democrática. Lo contrario es decir la dolorosa verdad: esta competición electoral no se hace en democracia, y las preferencias del elector no son lo que importa para decidir quién gana, sino quien maneja los resortes del poder del Estado.

Más tarde el entrevistado en una de sus cuentas de redes sociales formula un conjunto de escenarios políticos de lo que podría pasar a partir del evento electoral. Luego de una kilométrica exposición, a modo de análisis, dice que el nivel de incertidumbre en que se vive le es imposible darle, aunque sea de manera cualitativa, una evaluación de cuál de esos escenarios tiene más probabilidades y posibilidades de acontecer. En resumen, luego de una larga exposición lo que dice, en pocas palabras es: “Todo puede pasar”. Entonces ¿Para qué sirve su análisis? Si todo es incertidumbre, ¿cómo puede construir un escenario? El encuestador y gurú político simplemente inventa escenarios, pero no les puede asignar sus probabilidades de concretarse, la antítesis de lo que debe ser un analista en la materia en que se dice experto.

El sujeto en cuestión no es el único en estos tiempos. Sobran en los medios que el Estado permite funcionar y las redes sociales, analistas políticos que no hablan de persecución ni violaciones de derechos humanos en un contexto de autocracia; expertos económicos que hablan de oportunidades de negocios, pero no de la fragilidad institucional y corrupción en los procesos económicos nacionales; expertos electorales que no hablan de falta de garantías electorales. Venden un falso equilibrio en sus análisis callando crímenes, repartiendo culpas equitativamente entre víctimas y victimarios, normalizan las ilegalidades generadas desde el Estado y tachan de radicales a los que denuncian el daño sufrido por la ciudadanía desde el poder gubernamental.

En ciencias, ya sean duras o sociales, los individuos a través de la observación y el razonamiento, crean hipótesis de cómo funciona una realidad. Ponen a prueba dicha hipótesis tanto con el uso de la teoría, como con la recolección adecuada de datos empíricos. Si el bagaje tanto teórico como empírico dan la razón a la hipótesis, se da por aceptada, de lo contrario se rechaza. Y se presentan los resultados, ya sean en público o en privado. Si esa hipótesis repetidamente al someterse una y otra vez a prueba termina mostrando su validez, puede que termine convirtiéndose en teoría científica. Si llega a convertirse en teoría nuevamente se le somete reiteradamente a más pruebas y al salir airosa, llega a ley científica. Y aún como ley científica, en el transcurrir el tiempo se tiene el derecho de prueba una vez su validez e invalidez, porque así se hace ciencia.

Pero, ¿cómo siquiera puede decir que está haciendo ciencia, aunque sea social cuando obvia deliberadamente tanto la literatura del tema hablado como los datos que la realidad aporta? Incluso cuando tanto la teoría como la data apuntan a una conclusión, tendenciosamente afirmas otra. Bajo la coartada de que defiendes una posición o un cliente. Respuesta: no se está haciendo ciencia, sino propaganda, ya sea para una causa o una persona. Intentas convertir lo que llamaría Hannah Arendt verdades de opinión en verdades de hecho para satisfacer un interés. En pocas palabras, mientes.

Todos tenemos posiciones, personas que queremos favorecer o perjudicar o realidades que deseamos concretar. Un científico puede tener eso como incentivo para producir conocimiento, y cuando este se genera a través de las reglas que acabamos de mencionar, puede venderla o donarla a la causa de su interés o a la persona que anhela ayudar. Lo que no puede nunca es tergiversar la teoría en que se basa su investigación (sea por eufemismos o mentiras abiertas); falsificar los datos recogidos empíricamente y a través de sofismas, decir falsamente lo que sus intereses o los de un tercero conviene, aunque la teoría y los datos lo contradigan.

Sí, vivimos en tiempos oscuros y autocráticos en los que decir la verdad en público puede costar la libertad e incluso la vida. Todos podemos tener intereses o gente a favorecer, pero la ética prohíbe mentir. ¿Queremos favorecer una causa? Simplemente donemos el conocimiento producido a quienes creemos que la encarnan. ¿Queremos una remuneración por el trabajo de generar conocimiento? Se puede simplemente vender la investigación a un cliente y cobrarlo, sin violar ninguna norma moral. Simplemente mentir públicamente sobre lo que se investiga para dirigir las percepciones de la opinión pública hacia la dirección que nos interesa es inmoral y, a la postre, contraproducente para una sociedad libre.

La siguiente pregunta a responder sería: ¿Les interesa una sociedad libre a quienes faltan a la ética científica en estos tiempos? La respuesta puede ser muy deprimente: paz autoritaria, un oxímoron, porque toda autocracia es una guerra encubierta contra la civilización. Es preferible callar antes que mentir, especialmente cuando se miente, se favorece la opresión y el daño a seres humanos. 

RAFAEL QUIÑONES ACOSTA


  

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