Por Alberto Lovera
La política es una
elección entre lo desagradable y lo desastroso, como me recordaba un amigo que
John K. Galbraith, el renombrado economista norteamericano, decía. Un dilema
que estamos viviendo los venezolanos en estos días. Nos gustaría que fuera de
otro modo, pero así es que se nos presentan las cosas en la difícil encrucijada
nacional.
Ante el agobio en que se nos
ha convertido nuestra vida cotidiana por efecto de un largo proceso de
destrucción nacional que ha significado estos ya largos años de un nuevo elenco
en el poder, nos gustaría tener a la mano una suerte de fórmula mágica que en
el corto plazo conjurara todos nuestros problemas, pero ello es una quimera.
Para poner fin a este ciclo
político al cual muchos apostaron como una gran esperanza en sus inicios, que
ha mostrado ser un verdadero fraude a las expectativas que en él se pusieron,
hace falta recorrer caminos sinuosos para abrirle paso a su sustitución. No es
fácil por el tinglado de poder que fueron construyendo cuando todavía tenían en
favor popular, ignorando que no trabajaban para el pueblo sino para
perpetuarse.
Fueron mayoría durante un
largo período, cuando la marea le era propicia, apoyados por un liderazgo
carismático y una plétora de recursos petroleros (y endeudamiento) que crearon
la ilusión de las mejorías estaban para quedarse, pero tenían pies de barro. No
eran sostenibles si el boom petrolero no seguía permitiendo esconder sus bases
frágiles. Sin esos recursos todo era una ilusión pasajera, como la que vivieron
los cubanos cuando cesó el subsidio soviético, era una economía artificial.
Hablamos de economía porque
se trata de la base de sustentación de la vida de la gente, pero también de la
política. Ya no nos gustó que quisieran obligarnos a un nuevo sistema de vida
que los jerarcas del régimen no practican en su vida privada, pero al que
quieren someter a la población.
Las cosas cambiaron. La
Constitución “mejor del mundo y para 100 años” ya los satisfacía. Quisieron
hacer otra, pero no pudieron. Fue la primera vez que el soberano se les volteó,
por poco margen, pero así fue. Muchos pensaron que no era posible, pero así
fue.
Impusieron su reforma por
otras vías, pero ya en contra de la opinión del soberano, eso no dejará de
tener consecuencias. Sustitución de la expresión popular por la imposición de
la cúpula. Es el inicio de donde la Constitución de 1999 se convierte en
bandera de las fuerzas del cambio.
Tras un trabajo paciente la
MUD nos condujo al triunfo arrollador en las elecciones parlamentarias. Ya no
quedó duda que la mayoría determinante de nuestro país quiere cambio.
Se elaboró una agenda para
un cambio pacífico, electoral y constitucional y el pueblo lo hizo suyo para
impulsar el referendo revocatorio. Todas las trabas impuestas por el régimen
pusieron al descubierto que de glorificar las elecciones, ahora les aterran.
Quieren impedir que el soberano se pronuncie.
Quisieron montar un
escenario de diálogo que dividiera a la oposición y no lo lograron, tuvieron
que aceptar la participación del Vaticano, así como una agenda que resume los
principales escollos a vencer, con reivindicaciones que ya no son sólo de MUD
sino un clamor nacional.
Que quieren ganar tiempo,
eso es obvio, sólo que no están solos en el escenario. Está activada una fuerza
que desde la calle y desde las Asamblea Nacional está activada para construir
una ruta que haga posible el cambio.
La MUD ha demostrado que ha
actuado con asertividad para que se concrete esta nueva correlación de fuerzas
políticas y sociales. No carentes de tensiones ha sabido sortear los escollos y
mantener la unidad de propósitos. Los escépticos siempre pronosticaron que el
régimen no nos dejaría avanzar, y se equivocaron. Derrotamos la reforma
constitucional, hubo elecciones parlamentarias y las ganamos rotundamente.
Ahora trata de que a partir de la mesa de diálogo se logre una salida pacífica
con los únicos instrumentos con que contamos los demócratas, nuestra voluntad
de cambio, nuestra movilización y organización y nuestros votos.
Que el régimen tratará de
impedir el cambio no es ningún descubrimiento, quieren atornillarse al poder,
sólo que lo tiene cada vez más difícil ante un pueblo decidido a cambiar y a
cambiarlos.
Tratan de sembrar cizaña en
la fuerzas del cambio, pero al hacerlo se ponen al descubierto. Se topan una y
otra vez con la voluntad de preservar la unidad y buscar los acuerdos posibles
en una corriente de variados componentes.
Hay que desconfiar de
quienes creen que sólo basta la voluntad y el arrojo para que se desmorone el
gobierno. Las cosas son mucho más complicadas. Hay que utilizar muchas
herramientas de la política para vencer, por eso recurrimos a la metáfora de
caminar con los dos pies. Sin dejar de presionar desde la calle, buscar una
fórmula que permita evitarle a nuestro pueblo un desenlace violento. Dialogar y
luchar, sabiendo que la cúpula del poder sólo saldrá de ella cuando no le quede
otra opción. Esa que está construyendo el pueblo venezolano con tesón y
perseverancia en la agenda de los demócratas: pacífica, constitucional y
electoral.
04-11-16
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