Por Antonio Pérez Esclarín
Si no queremos entrar en una
espiral de violencia incontrolable que nos arrastre a todos y siembre al país
de destrucción y muerte, debemos abocarnos todos, mediante el diálogo sincero y
la negociación creativa, a resolver los gravísimos problemas que han causado la
crisis y así recuperar la paz.
Son ya demasiados años de
zozobra, angustia, inseguridad y miedo. Para ello, tenemos que comenzar desarmando
el corazón, ya que muchos lo tienen lleno de rabia, rencor, prejuicios y
violencia. La lucha por la reconciliación, la paz y la justicia debe
comenzar en el corazón de cada persona. Sólo los que tienen el corazón en paz
podrán ser sembradores de paz y contribuirán a gestar un país mejor. Ser
pacífico o constructor de paz no implica adoptar posturas pasivas o dejarse
derrotar por el pesimismo y los problemas, sino luchar con decisión y entrega
por reconstruir el país con la verdad, el trabajo, el sacrificio, la humildad y
la no-violencia activa.
No será posible romper las
cadenas externas de la injusticia, la violencia, la miseria, si no rompemos las
cadenas internas del egoísmo, el desprecio, el orgullo, la mentira, que
atenazan los corazones. No derrotaremos la corrupción, que corroe las entrañas
de la sociedad, con corazones apegados a la ambición y la riqueza. No
construiremos participación y democracia verdadera con corazones aferrados al
poder que, para llegar a él o mantenerse en él, no vacilan en utilizar todos
los medios a su alcance, incluso la manipulación y miseria del pueblo, o la
interpretación interesada de la Constitución, lo que implica su violación. No
olvidemos que la violencia es la más triste e inhumana ausencia de pensamiento y
que sólo engendra una violencia cada vez mayor. Valiente no es el que insulta,
agrede, ofende, sino el que es capaz de dominar su propia agresividad y hace
del respeto su forma de vida.
No lograremos la solución de
los problemas ni construiremos la paz si agudizamos los enfrentamientos. Es
necesario aislar a los radicales que promueven la violencia verbal y física y
comenzar a dialogar y negociar con los que se muestran verdaderamente
preocupados por el país y están dispuestos a reconocer y enmendar errores, y a
trabajar desinteresadamente e incluso sacrificarse para sacarlo del abismo. No
son tiempos para liderazgos personalistas, ni para llamar al diálogo para ganar
tiempo, sin verdaderas intenciones de rectificar.
No se llegará a la paz
provocando el desprecio, los insultos, la agresión, y considerando la crítica
como traición. ¿Por qué tengo que despreciar y considerar como enemigo a
alguien sólo porque piensa de diversa manera?
No se llegará a la paz
introduciendo ofensas y fanatismo entre nosotros. Lo que se necesita es sembrar
racionalidad y enfriar los ánimos. ¿Qué puede nacer de posturas dogmáticas,
cerradas a la autocrítica, que siempre culpan al otro de sus propios fracasos?
No se llegará a la paz
amenazando, golpeando o reduciendo al silencio a quien no piensa igual. Cuando
en una sociedad se limita la libre expresión o la gente tiene miedo a expresar
lo que piensa, se está destruyendo la convivencia democrática.
09-11-16
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