Luis Loaiza Rincón 09 de noviembre de 2016
En la
política venezolana de estos aciagos días, abunda la intolerancia y las
prácticas radicales y sectarias que dificultan la convivencia, incluso, al
interior de las propias organizaciones políticas que defienden la libertad y la
democracia, lo cual constituye un evidente contrasentido.
Esta
situación nos llevó a revisar tres términos que expresan una condición básica,
y hasta primitiva, de hacer política. Son, sin duda, tres de las muchas plagas
que azotan la política democrática. Hablamos de sectarismo, fanatismo y
fundamentalismo.
Una
secta es el conjunto de seguidores de una doctrina o ideología concreta en
función de las siguientes características:
• La asociación es voluntaria, aunque puede ser
inducida o fomentada.
• Presentan una organización autoritaria y
piramidal: no existe la democracia en ninguno de los escalones y se inculca el
destierro del pensamiento crítico. En este sentido, la afiliación presupone una
exigencia personal comprobada o sometida a examen por la autoridad del grupo,
casi siempre en la dirección de la lealtad absoluta.
• Existe una pretensión de exclusividad por lo
que se sanciona con la expulsión a los que contravienen la doctrina, preceptos
morales u organizativos del grupo.
• Destaca la existencia de un líder, o grupo de
líderes, cuya decisión es la única que cuenta.
• Se afirma el sacerdocio (militancia) de todos
los creyentes. Un solo mensaje, una sola obediencia, una sola línea de acción.
Además,
existe un tipo de secta particular considerada “destructiva” que se destaca por
su habilidad para implantar, utilizando el control mental, una personalidad
gregaria en sus adeptos, provocando en la persona el llamado “Síndrome
Disociativo Atípico”.
En
este sentido, el sectarismo es la intolerancia, discriminación u odio que
surgen de dar importancia a las diferencias percibidas entre los grupos
sociales, políticos o religiosos, o entre las subdivisiones dentro de un grupo,
como las facciones de un movimiento político.
El
sectarismo casi siempre se encuentra acompañado por el “fanatismo”, que es una
actitud o actividad que se manifiesta con pasión exagerada, desmedida y tenaz
en defensa de una idea, teoría, cultura, estilo de vida, etc. Psicológicamente,
la persona fanática manifiesta una apasionada e incondicional adhesión a una
causa, un entusiasmo desmedido y/o monomanía persistente hacia determinados
temas, de modo obstinado, algunas veces hasta indiscriminado y violento.
El
fanatismo puede superar la racionalidad y llegar a extremos peligrosos, como
matar, con el fin aparente o manifiesto de mantener esa creencia, considerada
por el fanático como la única verdad. El fanático se comporta como si poseyera
la verdad absoluta. Afirma tener todas las respuestas y, en consecuencia, no
necesita seguir buscando a través del cuestionamiento de las propias ideas que
representa la crítica del otro. El fanático, además, se caracteriza por ser un
gran enemigo de la libertad. Los lugares donde impera el fanatismo son terrenos
donde no prospera el conocimiento sino la guerra.
En síntesis,
el fanatismo presenta uno o más de los siguientes rasgos:
• Dogmatismo falaz: creencia en una serie de
convicciones que no se cuestionan ni razonan y cuya justificación lo es por su
propia naturaleza;
• Intransigencia: no acepta los análisis críticos
de sus ideas o comportamientos;
• Maniqueísmo: las diferencias son consideradas
de manera radical; no se admiten los matices.
• Reduccionismo doctrinal: la diversidad
categorial suele encerrarse en pocas categorías contrapuestas:
"buenos" y "malos"; "arios" y "no
arios"; "fulanos" y "menganos";
• Discriminación o intolerancia a la
diferencia: rechazo de lo que escapa a unos determinados modelos y etiquetas;
• Autoritarismo: afán de imponer la propia
cultura, estilo o creencias y de forzar a que los demás se adscriban a lo
mismo.
• Obsesión: El fanático se ancla en ideas fijas
que lo preocupan de modo enfermizo.
Por
otra parte, el sectarismo y el fanatismo también pueden resultar
fundamentalistas porque terminan aplicando de manera intransigente y estricta
una doctrina o práctica establecida a partir del culto a un determinado libro,
que se asume como autoridad máxima, revelada, ante la cual ninguna otra autoridad
puede invocarse. En la historia del fundamentalismo político destacan algunos
libros usados como verdades reveladas, independientemente de su fortaleza
argumental o filosófica. Así tenemos Mi lucha, de Adolf Hitler; El Libro Rojo
de Mao Zedong; El Manifiesto Comunista de Marx y Engels; La Guerra de
Guerrillas del Che Guevara y El Libro Verde de Gadafi. En Venezuela se observa
esta perversión a partir del culto oficial al llamado “Libro Azul” y al dañino
“Plan de la Patria”, ambos de la autoría de Hugo Chávez.
La
política democrática, en contrapartida, no es extremista ni intransigente
(radical), porque es esencialmente pluralista, abierta, respetuosa de la
dignidad humana, tolerante a la diversidad de pareceres sobre la orientación de
los asuntos públicos, anti dogmática, promueve la transacción, el arreglo y la
búsqueda de la escogencia no óptima sino posible. Un demócrata, por tanto, se
aleja de las sectas, “mesías” y radicales al tiempo que rechaza las verdades
políticas reveladas y el fanatismo.
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