Humberto García Larralde 15 de noviembre de 2022
Acaban
de publicarse los resultados para 2022 de la valiosa Encuesta de Condiciones de
Vida de la población venezolana (ENCOVI) elaborada, principalmente, por la
UCAB. Es una poderosa herramienta para actualizar nuestro conocimiento de las
realidades del país, en años en que el gobierno ha abandonado su responsabilidad
de proveer las estadísticas correspondientes.
Entre los hallazgos más significativos, está que, de acuerdo con las mediciones presentadas, la pobreza comienza a disminuir. Sin embargo, la distribución del ingreso empeora aún más, colocando a Venezuela como el país más inequitativo de América Latina. La encuesta lo resume señalando el contraste entre la incipiente reactivación que se observa en la economía desde el año pasado y las carencias en el plano social. En particular, se menciona el deterioro de la educación de los venezolanos, según diversos indicadores, así como las insuficiencias, en algunos casos agravada, en la prestación de los servicios públicos básicos. Tal contraste es exacerbado por el deterioro en la distribución del ingreso, antes mencionada, que resulta del impacto de la inflación –todavía muy alta—en Venezuela. Así, el incremento del salario mínimo a 130 bolívares decretado por Maduro en marzo, que en ese momento equivalía a casi $30, se redujo, para mediados de noviembre, a menos de $13. Más aún, el intercambio dolarizado no escapa de la inflación. Igual caída proporcional en sus ingresos experimentan los empleados públicos en general. Se pone de manifiesto las insuficiencias del ajuste antiinflacionario intentado por Maduro.
Lamentablemente,
en esto Maduro ha pasado de un extremo a otro. Después de desatar uno de los
más trágicos y prolongados episodios de hiperinflación conocidos, asesorado por
un charlatán español, Alfredo Serrano Mancilla, quien sostenía que la emisión
de dinero para atender el gasto “revolucionario” no causaría inflación, pasó al
extremo contrario para batir al monstruo que apareció: redujo drásticamente el
gasto público, deprimiendo sueldos de los empleados; anuló la capacidad
crediticia de la banca, imponiéndole encajes prohibitivos; y quiso detener la
depreciación del bolívar, sobrevaluándolo en detrimento de la producción
nacional y quemando las pocas divisas que ingresan al país, para “anclar” los
precios. Se refugió ciegamente en la ortodoxia monetaria, pero afincándose sólo
en una parte de la receta, la de la oferta monetaria, dejando de lado los
factores que inciden en su demanda. En una economía caracterizada por un desempleo
tan alto de sus recursos como la venezolana –resultado de años de destrucción
chavo-madurista–, concentrarse sólo en la reducción drástica del circulante
monetario limita al extremo las posibilidades de recuperación.
¿Y
cómo se incide en el lado de la demanda monetaria? Incrementando la inversión y
las transacciones productivas de todo tipo: empleo, compras, financiamiento,
mantenimiento, contratación de servicios y demás gastos requeridos.
Paradójicamente, a pesar de los altos niveles de inflación de la economía
venezolana, sus niveles de monetización (la relación entre la magnitud de sus
variables monetarias y el valor de su producto anual -PIB) no son elevadas. Y
ello es así porque su actividad económica está tan deprimida que no logra
absorber los aumentos (nominales) de liquidez provenientes de los
desequilibrios fiscales. Crear condiciones que propicien abiertamente el empleo
de tantos recursos ociosos para reactivar la economía contribuirá, por ende, a
absorber productivamente la liquidez “redundante”, ampliando, además, la base
impositiva que permitiría reducir la brecha del gasto.
¿De
qué políticas estamos hablando para lograr tal propósito? Obviamente, en primer
lugar, el restablecimiento de las garantías y seguridades que redunden en la
confianza necesaria para que aumenten significativamente las inversiones, el
empleo y demás transacciones productivas. En segundo lugar, es menester
contratar empréstitos externos en magnitudes suficientes como para resolver,
cuánto antes, las graves insuficiencias en la prestación de servicios públicos,
incluyendo la salud y la educación, y para sanear las funciones cruciales de la
administración pública. Ello será imposible –como tercera consideración—si no
se logra una reestructuración a fondo de la deuda pública externa, aliviando
significativamente su servicio y creando condiciones para atraer nuevos
financiamientos e inversiones. En cuarto lugar, la reactivación significativa
de la producción de crudo significaría un aporte formidable de recursos,
siempre y cuando se enmarque en un proceso de transición hacia energías limpias
para reducir su impacto climático. Finalmente, lo referido es poco realista sin
un amplio apoyo político.
Pero,
ojo, lo planteado es inviable si no se desmonta el régimen de expoliación en que
ha degenerado la llamada “revolución bolivariana”. Sin afectar los poderosos
intereses enquistados en la maquinaria estatal que extorsionan, cobran
comisiones, desfalcan, confiscan e imponen otras exacciones a la gente y a las
empresas, es imposible generar la confianza recogida en la primera condición
antes señalada. Las mafias son todopoderosas porque, precisamente, el
chavomadurismo ha desmantelado el Estado de Derecho, es decir, el marco
institucional de garantías y seguridades que las combatían.
Luego,
tampoco será posible contratar las ingentes sumas de financiamiento requeridas
para rescatar los servicios y sanear la administración pública, sin las
garantías mencionadas. ¿Quién financia a un país que no es capaz de generar
condiciones mínimas para pagar sus préstamos y cumplir con las reglas de juego
de la economía mundial? Tampoco procederá la tan necesitada reestructuración de
la deuda pública externa, con lo que la República continuará aislada de los
mercados financieros internacionales. Asimismo, es poco atractivo invertir en
un sector petrolero que acumula tantas deudas con sus socios.
Las
condiciones con base en las cuales se sostiene el poder de Maduro son
incompatibles con una estrategia de reactivación que aproveche las
potencialidades del país, fundamentada en garantías y seguridades a la
iniciativa privada. Al sostenerse en la fuerza, debe retribuir a quienes lo
protegen con prebendas y oportunidades de lucro para mantenerlos contentos, a
la vez que consentirles los atropellos con que hacen valer sus privilegios. Los
múltiples informes sobre la violación de los derechos humanos por parte de
organismos del Estado señalan inequívocamente la responsabilidad de los más
altos cargos del Ejecutivo al respecto. El encausamiento de corruptos será siempre
insuficiente cuando no hay transparencia ni rendición de cuentas, y se dispone
de la impunidad cómplice. Las detenciones o los decomisos de droga que anuncian
el fiscal Tarek o los mandos militares son apenas la punta del iceberg.
Es
insuficiente admitir algunas libertades económicas –cambiarias y competencia de
precios—en una situación que, por su naturaleza, obedece a otros intereses. Los
anuncios para la galería desnudan el escaso compromiso real para ejecutar
políticas que beneficien al país. Maduro viaja furtivamente al encuentro de la
COP27 en Egipto, buscando fotografiarse con quien pueda y declara que la
degradación del ambiente es culpa del capitalismo, cuando todo el mundo sabe
que está comprometido con la devastación de las selvas guayanesas provocada por
la minería rapaz controlada por el ELN, otras bandas criminales y sus cómplices
militares, bajo el paragua del Arco Minero del Orinoco.
Este
régimen parece no poder superar su intrínseca condición de impostura. Cuando
reacciona ante los desastres que él mismo provoca, lo hace de manera reflexiva
e incoherente, sin alterar el contexto institucional y de intereses que están
en su base. De ahí que sus intentos de doblegar la inflación se reducen a la
contracción de variables monetarias que agravan el desempleo de los recursos
productivos, provocando los resultados que se recogen en la ENCOVI.
El
ajuste expansivo que el país amerita, basado en garantías institucionales que
velen por la justicia y las libertades, requiere, obviamente, de las
condiciones políticas necesarias. Lo aquí planteado no debe quedarse solo en su
expresión económica. De una manera u otra, debe formar parte de una plataforma
de acción que demande las garantías y libertades con base en las cuales
conquistar las condiciones de vida dignas de todos los venezolanos. Bagaje
político necesario para la democracia.
Humberto
García Larralde
Es significativo el silencio complice de los "empleados de las alcaldias" que callan acerca del trato discriminatorios de los bonos navideños y entregas de CLAP`s mejorados que incluyen productos de aseo y mucho más.
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