Trino Márquez 03 de noviembre de 2022
@trinomarquezc
El
triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, pronosticado por la gran mayoría de las
encuestas serias brasileñas, ha despertado la suspicacia –y en algunos casos la
paranoia- de varios sectores políticos y empresariales que ven en el antiguo
líder sindical el peligro de que se reafirme la izquierda radical en América
Latina. Según esa visión, el Foro de Sao Paulo y su primo hermano, el Grupo de
Puebla, ahora gozarán de una vitalidad que les permitirá promover movimientos
antidemocráticos y anticapitalistas a lo largo de todo el continente.
No comparto esa apreciación. Lula no fue un presidente extremista durante los ocho años que duró su mandato en la primera década de este siglo. Si no lo fue antes, no tiene porqué serlo ahora cuando conseguirá un Brasil y un mundo bastante diferentes.
De lo
primero que deberá ocuparse el presidente electo es de tratar de asegurar la
gobernabilidad de un país fracturado en dos pedazos casi idénticos. El Partido
de los Trabajadores (PT), organización que Lula fundó y de la cual ha sido
líder vitalicio, tuvo que formar una coalición integrada por diez agrupaciones
diferentes ubicadas, buena parte de ellas, en el centro político. El PT no es
ese partido hegemónico de hace dos décadas. En el Parlamento, Lula se encuentra
en minoría tanto en la Cámara de Diputados como en la del Senado, bajo el
control de los bolsonaristas. En ese foro tendrá que llegar a acuerdos para que
le aprueben los presupuestos y medidas ejecutivas orientadas a fomentar la
inversión pública y elevar el gasto social que atienda la situación de los
grupos más vulnerables. En el plano regional, también se encontrará con la
oposición de gobernadores clave aliados de Jair Bolsonaro. Lula no dispondrá de
mucho margen para andar atacando a los empresarios y a la propiedad privada, ni
dando saltos hacia la izquierda que le hagan aún más tortuoso el camino para
alcanzar acuerdos con sus rivales, quienes estarán atentos ante cualquier
pretensión izquierdizante del Gobierno.
La
corrupción –fenómeno que tanto preocupa a quienes ven con reservas a Lula y que
ha echado raíces tan profundas en Brasil- probablemente ahora sea más vigilada
por el Parlamento y por otros organismos del Estado. El PT, responsable directo
de que ese cáncer se expandiera por todo el cuerpo social, estará más sometido
a la supervisión de los partidos opositores. Además, Odebrecht –la correa de
transmisión que diseminó gran parte de la podredumbre- se encuentra bajo el
escrutinio continuo del Estado y las organizaciones civiles.
En el
plano internacional, Lula enfrentará retos colosales. Tendrá que ver cómo se
mueve en un mundo donde la globalización cambió radicalmente desde que él salió
de la presidencia de la República el 1 de 2011. La etapa de colaboración
respetuosa entre las naciones, que caracterizó el comercio internacional a
comienzos del milenio, ya no existe. Vladimir Putin se encargó de cancelarla.
La triste y dramática experiencia de la invasión de Rusia a Ucrania indica que
unas naciones no pueden confiar ingenuamente en otras, como si los vínculos
fueran entre hermanos leales. Ahora hay que anteponer la seguridad nacional.
Esto conduce al recelo, la desconfianza y a cierto grado de autarquía. Este
punto de vista lo adoptó Xi Jinping, el nuevo mandarín chino, quien pareciera
estar dispuesto a sacrificar las enormes tasas de crecimiento logradas durante
décadas por esa economía, y replegarse un poco como gran financista mundial, en
aras de permanecer indefinidamente en el poder.
Los
cambios provocados por Rusia y China en el tablero planetario deberían
redefinir el papel de Brasil, una de las economías más grandes del mundo, que
ahora tendría que asumir un liderazgo más proactivo en el plano global, tanto
en el ámbito económico como en el político. En esta segunda esfera, le
corresponde adoptar la defensa de la democracia, tan acorralada desde que
abandonó la jefatura del Estado ¿Está Lula consciente del papel que le
corresponde desempeñar en el nuevo escenario mundial? Hasta ahora no ha dado
señales de plantearse ese tipo de desafíos. Veremos qué hace como Presidente.
Hay que tomar en cuenta que el auge de los commodities, que tanto lo favoreció
durante su primer mandato, ya concluyó. Ahora, Brasil tendrá que aprovechar
mejor sus ventajas comparativas y competitivas para lograr las tasas de
crecimiento que requiere para resolver los graves problemas sociales que
confronta. Con relación a la democracia, su autoridad y prestigio en el campo
de la izquierda internacional, debería utilizarlo, junto al de otros
mandatarios moderados, para patrocinar el sistema de libertades frente a los
autócratas de todo pelaje que buscan eternizarse en el poder mediante la
destrucción del Estado de derecho y la confección de constituciones a la
medida.
En
América Latina, por donde podría comenzar, Lula tiene la responsabilidad de
promover transformaciones en los brutales regímenes de Cuba, Nicaragua y
Venezuela, verdaderas taras continentales.
De no
afrontar los desafíos que se levantan frente a sí, el gobierno de Lula no
pasará de ser, como dice Juan Francisco Misle, sino una mediocridad más.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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