Fernando Rodríguez 07 de noviembre de 2022
En
general las luchas políticas suelen tener uno o más trasfondos que no suelen
salir al público. Odios, intereses poco claros –sobre todo monetarios-,
ambiciones, zancadillas…También, no exageremos, nobles y generosos
sentimientos. A veces la batalla se decide por el triunfo de unos u otros, más
que por razonamientos ideológicos y políticos explícitos y conceptuales. Bueno,
así pasa en casi todos los ámbitos humanos, pero en la política alcanzan una
rara intensidad.
Todavía más cuando se empobrece el ágora, la discusión pública debida y franca y prevalece el silencio y el susurro y por ende la desconexión con los habitantes de la polis. Como pasa ahora en Venezuela, más específicamente para lo que nos ocupa, en la oposición venezolana. Es obvio que ni los partidos ni los líderes de ésta hablan como deberían hacerlo. Para empezar eso que llaman ideología es un verdadero hueco: ¿sabe usted quien es neoliberal o socialdemócrata o marxista o o fascista o de cualquier otra filiación principista entre los partidos y partidillos opositores? Muy vagamente, con seguridad. Pero aun las proposiciones estratégicas y tácticas más inmediatas e importantes son un amasijo de conjeturas y chismorreos aislados, o proposiciones hechas muy de cuando en vez, por demás inconsistentes y vagas. A lo cual se suma la masacre sistemática de la libertad de prensa practicada por el gobierno –censuras y cierres y monopolización de todos los medios- y, por último, para cerrar el círculo, por una u otra causa, la manifiesta indiferencia por la política de un pueblo migrante, o trabajando a más no poder para sobrevivir o desesperanzado de encontrar una solución para salir de la banda que ha destrozado el país durante un cuarto de siglo y solo parce dejar la opción de salvarse individualmente, para no hablar de cómplices y alacranes o empresarios que no ven sino por los ojos de la empresa. Son las garras de la antipolítica.
Por
ejemplo, la discusión obsesiva sobre la absoluta necesidad de salir del
gobierno interino que preside Guaidó. Si prescindimos de los chismes y los
argumentos ad hominem las razones que se esgrimen son de una
pobreza alarmante. Es básicamente una, con variantes. Se le acabó su tiempo y
no funcionó. ¿Cuál será ese tiempo?, ¿Cuántos políticos tienen “su tiempo”
desde que mi comandante Chávez llegó al poder sin pegar una?, ¿los despachamos
también? Es verdad que Guaidó ha cometido dos o tres errores bastante
indeseables, pero quién no de esos que braman por su salida inmediata. Pero,
carajo, Guaidó es de los poquísimos que habla y recio; ha tenido un valor
personal enorme; sigue representando la constitucionalidad, así sea muy formal,
frente a la usurpación madurista y eso cuenta algo; y es amigo de Joe y algunos
otros mandatarios, hasta el presente. Es bastante en medio de tanto acomodo
facilista y tanto silencio sepulcral. El único horizonte razonable para
discutir el tema es la nueva composición internacional de América latina, roja
o algo por el estilo, que funcionará en favor de Maduro, pero quién le pone el
cascabel a ese gato.
Que
hay que buscar otra fórmula, pues a buscarla. No me digáis que las primarias,
no porque esté en contra, sino porque no veo en que puede dañar Guaidó esa
buena idea. ¿México? tampoco, por el contrario, me parece preferible dialogar
con un Maduro frágil constitucionalmente. De las primarias puede salir un
líder, que no tiene que ser necesariamente Guaidó, ni lo duplicará en el cargo.
En México debe salir una sola cosa principal, elecciones decentes, como las que
pide el caballero. Que si Leopoldo López es el poder detrás del
trono, que si alguien se metió un billete con el dinero en el exterior…la
verdad no me interesa hasta nuevas certezas.
Fernando
Rodríguez
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