Francisco Fernández-Carvajal 14 de noviembre de 2022
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— Ejemplaridad del anciano Eleazar.
— Obstáculos para la fidelidad.
— Lealtad a la palabra dada y a los
compromisos adquiridos.
I. En
tiempos del rey Antíoco se desató una fortísima persecución contra Israel. El
Templo fue profanado y en él se introdujo el culto a los dioses griegos en
lugar de Yahvé. Se prohibió celebrar el sábado, y cada mes los judíos eran
obligados a celebrar el natalicio del rey, participando en los sacrificios que se
inmolaban con este motivo y comiendo sus carnes.
Eleazar, un anciano venerable de noventa años, se mantuvo fiel a la fe de sus padres y prefirió la muerte a tomar parte en estos sacrificios. Antiguos amigos le propusieron traer alimentos permitidos para simular delante de los demás que había comido de las carnes sacrificadas, según el mandato del rey. Haciendo esto –le decían–, se libraría de la muerte. Pero Eleazar se mantuvo fiel a la vida ejemplar que había llevado desde niño, considerando que era indigno de su ancianidad disimular, no fuera que luego pudiesen decir los jóvenes que, a sus noventa años, se había paganizado con los extranjeros. Mi simulación por amor de esta corta y perecedera vida -dijo- los induciría a error, y echaría sobre mi vejez la afrenta y el oprobio; y aunque al presente lograra librarme de los castigos humanos, de las manos del Omnipotente no escaparé ni en la vida ni en la muerte.
Eleazar
se encaminó al suplicio y, estando a punto de morir, exclamó: El Señor
Santísimo ve bien que, pudiendo librarme de la muerte, doy mi cuerpo al
tormento; pero mi alma lo sufre gozosa en el temor de Dios. El autor
sagrado recoge la ejemplaridad de su muerte, no solo para los jóvenes, sino
para toda la nación. Este relato1 nos
recuerda también a nosotros la fidelidad sin fisuras a los compromisos
contraídos en la fe, para ser leales al Señor también cuando quizá nos sería
más fácil ceder por la presión de un ambiente pagano hostil, o por una
circunstancia difícil que hayamos de atravesar.
San
Juan Crisóstomo llama a Eleazar «protomártir del Antiguo Testamento»2.
Su actitud gozosa en el martirio es como un preludio de aquella alegría que
Jesús preconizará de los que serían perseguidos por su nombre3.
Es el gozo que el Señor nos hace experimentar cuando, por ser fieles a la fe y
a la propia vocación, padecemos alguna contrariedad.
II. A
los primeros cristianos se les designaba frecuentemente con el apelativo
de fieles4.
Este término nace en momentos de dificultades externas, de persecuciones, de
calumnias y de la presión de un ambiente pagano que trataba de imponer su
manera de pensar y de vivir, muy opuesta a la doctrina del Maestro. Ser
fieles era mantenerse firmes ante estos obstáculos externos. Sé
fiel hasta la muerte -se lee en el Apocalipsis- y Yo te daré
la corona de la vida5.
Esto se pide a los cristianos de todas las épocas: Sé fiel hasta la
muerte. Ya antes advierte el Apóstol: No temas por lo que vas a
padecer: el diablo va a encarcelar a algunos de vosotros, para que seáis
tentados; y sufriréis tribulación por diez días. Eso es la vida: diez
días, un poco de tiempo. ¿Y no vamos a permanecer fieles sí tuviéramos que
sufrir alguna contradicción, muchas veces pequeña, alguna discriminación por
ser cristianos que no se avergüenzan de serlo? ¿Nos vamos a avergonzar de
nuestra fe, que tiene consecuencias prácticas en el modo de actuar, en las que
muchos quizá no estén de acuerdo? «Es fácil –recordaba el Papa Juan Pablo II–
ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente
toda la vida. Es fácil ser coherente a la hora de la exaltación, difícil serlo
en la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad una coherencia
que dura toda la vida»6.
A
veces los obstáculos no llegan de fuera, sino de dentro. La soberbia es el
principal obstáculo de la fidelidad, y junto a ella la tibieza, que hace perder
la alegría en el seguimiento de Cristo, idealizando otras posibilidades que
están al margen del camino que nos lleva a Dios. Otras veces surge la oscuridad
del alma, consecuencia de la desgana y falta de lucha, o porque Dios la permite
para purificar el alma. Sea cual fuere la causa de estas tinieblas, la
fidelidad muchas veces estará en la humildad de ser dóciles a la dirección
espiritual, en mantener una oración viva con el Señor, en permanecer en ese
trato diario con Él, que nos llevará como de la mano hasta la luz. «Se quedaron
muy grabadas en mi cabeza de niño –cuenta San Josemaría Escrivá– aquellas
señales que, en las montañas de mi tierra, colocaban a los bordes de los
caminos; me llamaron la atención unos palos altos, ordinariamente pintados de
rojo. Me explicaron entonces que, cuando cae la nieve, y cubre senderos,
sementeras y pastos, bosques, peñas y barrancos, esas estacas sobresalen como
un punto de referencia seguro, para que todo el mundo sepa siempre por dónde va
la ruta.
»En la
vida interior, sucede algo parecido. Hay primaveras y veranos, pero también
llegan los inviernos, días sin sol, y noches huérfanas de luna. No podemos
permitir que el trato con Jesucristo dependa de nuestro estado de humor, de los
cambios de nuestro carácter. Esas posturas delatan egoísmo, comodidad, y desde
luego no se compaginan con el amor.
»Por
eso, en los momentos de nevada y de ventisca, unas prácticas piadosas sólidas
–nada sentimentales–, bien arraigadas y ajustadas a las circunstancias propias
de cada uno, serán como esos palos pintados de rojo, que continúan marcándonos
el rumbo, hasta que el Señor decida que brille de nuevo el sol, se derritan los
hielos, y el corazón vuelva a vibrar, encendido con un fuego que en realidad no
estuvo apagado nunca: fue solo rescoldo oculto por la ceniza de una temporada
de prueba, o de menos empeño, o de escaso sacrificio»7.
III. La
lealtad de Eleazar a la fe de sus mayores sirvió además para que otros muchos
del pueblo escogido permanecieran firmes en sus creencias y costumbres. Nunca
queda aislada la fidelidad de un hombre, de una mujer. Son muchos los que,
quizá sin saberlo expresamente, se apoyan en ella. Una de las grandes alegrías
que el Señor nos hará gustar será el poder contemplar a todos aquellos que
permanecieron firmes en su fe y en su vocación porque se apoyaron en nuestra
sólida coherencia.
La
virtud humana que corresponde a la fidelidad es la lealtad,
esencial para toda convivencia. Sin un clima de lealtad, las relaciones y
vínculos entre los hombres degenerarían a lo sumo en una mera coexistencia, con
su cortejo inseparable de inseguridad y desconfianza. La vida propiamente
social no sería posible si no se diera «aquella observancia de los pactos sin
la que no es posible una tranquila convivencia entre los pueblos»8:
un clima de confianza mutua, de honradez, de lealtad. No es infrecuente que en
la sociedad, en la empresa, en los negocios... parezca perdida esta virtud tan
esencial. La mentira, la manipulación de la verdad, es un arma más que algunos
utilizan como si fuera normal en los medios de la opinión pública, en la
política, en los negocios... Muchas veces se echa de menos la honradez para
cumplir la palabra dada y los compromisos libremente adquiridos. Es más, en
ocasiones se comenta la infidelidad matrimonial, como si los compromisos
adquiridos delante de Dios y delante de los hombres tuvieran poco valor. Otros,
con el fin de aumentar su disponibilidad económica, o para satisfacer su ansia
desordenada de placeres, de figurar en la vida social, incumplen sus deberes
religiosos, familiares, sociales o profesionales traicionando los compromisos
más nobles y santos.
En
estos momentos urge que los cristianos –luz del mundo y sal de la tierra–
procuremos ser ejemplo de fidelidad y de lealtad a los compromisos contraídos.
San Agustín recordaba a los cristianos de su tiempo: «El marido debe ser fiel a
la mujer, y la mujer al marido, y ambos a Dios. Los que habéis prometido
continencia, cumplid lo prometido, puesto que no se os exigiría si no lo
hubieseis prometido (...). Guardaos de hacer trampas en vuestros negocios.
Guardaos de la mentira y del perjurio»9.
Son palabras que conservan plena actualidad.
Perseverando,
con la ayuda del Señor, en lo poco de cada día, lograremos oír al final de
nuestra vida, con gozosísima dicha, aquellas palabras del Señor: Muy
bien, siervo bueno y fiel; has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo
mucho; entra en el gozo de tu Señor10.
1 Primera
lectura. Año 1. 2 Mac 6, 18-31. —
2 San
Juan Crisóstomo, Homilía 3, sobre los santos Macabeos.
—
3 Cfr. Mt 5,
12. —
4 Hech 10,
45; 2 Cor 6, 15; Ef 1, 1. —
5 Apoc 2,
10. —
6 Juan
Pablo II, Homilía 27-I-1979. —
7 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 151. —
8 Pío
XII, Alocución 24-XII-1940, 26. —
9 San
Agustín, Sermón 260. —
10 Mt 25,
21-23.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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