Entiendo perfectamente que, María Luz Cárdenas*, quiera dar un paso al costado y dejar en manos de una generación más reciente, lo que podría ser la reconstrucción artística del país. Y también su deseo, intenso y genuino, de colaborar y poner su experiencia a la orden en una tarea que, a simple vista, es un reto titánico.
El panorama actual es ruinoso, como sucede con otras áreas del país. Se cometieron enfoques equivocados como la centralización de los museos, que acabaron con la autonomía y los perfiles de cada institución. Se creó una confusión al romper tradiciones y trayectorias definidas. El público se quedó sin referentes y los críticos aún no salen de su asombro. Soy muy pesimista, dice María Luz Cárdenas. Pero traicionaría a Sofía Imber si no dejara espacio para el optimismo. Hay que seguir adelante, contra viento y marea.
¿Qué impresión tiene del momento cultural que estamos viviendo?
Nosotros vivimos como en dos aguas. Por un lado, hay un deterioro institucional terrible. Si bien lo niegan las autoridades, lo que se habló en una reunión reciente del Consejo de Museos, capítulo Venezuela, fue de goteras, de colecciones perdidas, de depósitos abandonados… en fin. Pero eso también indica la voluntad de trabajo de las personas que están en las instituciones museísticas. Todavía hay un buen grupo de profesionales, de curadores jóvenes, que continúan su formación y tienen muy buen nivel. Podemos verlo en las curadurías de las exposiciones del Museo de Bellas Artes. Algo similar podemos decir del Museo Alejandro Otero. De manera que están ofreciendo lo mejor de sí, pero en un contexto quebrado, con mínimos recursos. Es muy duro, pero hay una voluntad de trabajo. Del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber, no voy a hablar, porque ese es un puñal clavado en mi corazón. Percibo, por otra parte, que hay un gran momento creativo. Hay actividades todos los días, las galerías están mostrando trabajo de calidad y algunas mantienen su nivel internacional.
Las condiciones adversas han provocado un éxodo de artistas en diversas disciplinas. ¿Cómo se ha reflejado el éxodo en las artes plásticas?
Es lamentable. Artistas de muy buena calidad que han emigrado. Pero a todos no les ha ido bien. Sé del caso de un artista que tenía una carrera en ascenso en el país y terminó con un emprendimiento agrícola en México, para poder sobrevivir. Su carrera se ha estancado. No es el único. Otros, que hicieron su carrera afuera, como Yucef Merhi (artista digital), Alexander Apóstol, son reconocidos. O los que se fueron en el primer éxodo, hace 20 años, como Carola Bravo, Mariela Monteagudo, Rayma, Sigfredo Chacón, que han demostrado talento y nivel para continuar con sus carreras. Más recientemente, Rolando Peña, que ha tenido éxito en Estados Unidos, Francia y España. Hay otro grupo de jóvenes, menos conocidos, que vienen de los salones de la FIA, que en apenas un año han logrado posicionarse en otros países. Sebastián Llovera (también artista digital), por ejemplo, cuya obra ha crecido en Estados Unidos y ha tenido receptividad. Muchos de ellos mantienen vínculos con Venezuela.
Un hecho que caracteriza a las artes plásticas es el aprendizaje que pudiera darse en los talleres de artistas reconocidos. Se crean nexos de trabajo, de tendencias, de continuidad en ese recorrido. ¿Hubo un quiebre, una ruptura, en esa fase del aprendizaje? ¿Hay continuidad en esos procesos?
Hoy en día, la comunicación es más eficiente. Te llega información de lo que está pasando en cualquier parte del mundo. No podría decir que he perdido el contacto con algún artista que se haya ido. En el momento en que se les solicita una obra, responden.
Yo me refiero a los aprendices que pudiera formarse en los talleres de maestros ya consolidados.
¡Ah! Eso no. Los artistas están totalmente desamparados. En Venezuela hubo un momento estelar de mecenazgo y apoyo institucional, muchos de los que se fueron a estudiar, en los años 80, se fueron con becas coordinadas por el Conac y la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho. Hoy es muy difícil y el aprendizaje al que te refieres no existe. Lo que llegó a ser la Reverón, por ejemplo, se perdió. Se disolvió en un momento. Hay artistas que están saliendo con deficiencias, pero cuando hay talento, eso se puede captar, se puede desarrollar, pero en gran parte, eso ha bajado considerablemente. Hay grupos muy interesantes de gente joven, que se han unido, para intercambiar experiencias y mostrar sus trabajos. La Macolla de La Pastora, Agua Cultura en El Hatillo, son dos proyectos que, ocasionalmente, han logrado patrocinios. Pero ellos mismos se autofinancian y están produciendo trabajos interesantísimos.
¿Usted considera que la cultura es un bien público?
Básicamente sí. A la cultura deberían tener acceso todos. Si se ha privatizado en algunos casos, pues no debería ser excluyente. Ese es uno de los aspectos que se ha escindido, que se ha roto. ¿Cuál es el curso natural para cualquier artista en América Latina? Naturalmente, hay una generación de artistas que, en este momento, que ya deberían tener grandes exposiciones compendiales, de perspectivas en los museos. Pero ni los museos ni los artistas quieren vincularse entre sí, por razones políticas. Entonces, hay un vacío de información, y una falta de acceso de la sociedad en general a la cultura. Hay una imposibilidad para conocer los valores de las artes plásticas.
¿Cuál sería la explicación de ese vacío? Una hipótesis podría ser que las autoridades tienen un concepto prestablecido del arte, cuyo objetivo es reflejar los supuestos cambios que ha experimentado la sociedad venezolana, siempre desde una perspectiva ideológica y de un proyecto político. Esa ruptura, digamos, se produce por una decisión política. ¿Usted qué cree?
Absolutamente y eso se ve en la tipología de exposiciones que aún se realizan en los museos, en grandes retrospectivas como la del maestro José Antonio Dávila. Artistas que son aceptados políticamente o mantienen líneas ideológicas. Algunos de esos artistas no tienen el nivel para exponer en el Museo de Bellas Artes, pero los ves incluidos en grandes retrospectivas. Entonces, hay una filiación política y afinidades ideológicas.
¿Qué ocurre en un museo cuando artistas que no tienen el nivel necesario exponen en sus salas?
Es terrible porque los museos deben mantener sus perfiles y los niveles. En eso no debería haber discusión. Yo fui formada por Sofía Ímber y en el MACSI, muy ocasionalmente, se organizaba una exposición de un herrero. ¿Por qué? Porque su trabajo era realmente maravilloso. No era un artista conocido, pero tenía el nivel. Era arte contemporáneo. Había una comprensión muy amplia de la cultura. Por eso se organizaron exposiciones de arte popular. Entró, por ejemplo, Juan Félix Sánchez, cuando nadie lo conocía. Pero siempre porque eran artista de enorme nivel. Actualmente hay un programa: la semana del artista joven, en la GAN o en el Museo de Bellas Artes. Creo que el escenario natural para ellos sería el Museo Alejandro Otero, porque es más experimental. ¿Por qué tiene que ser en la GAN, cuyo perfil es el estudio de la Historia (pictórica) de Venezuela? Se va a inaugurar una exposición de Luis Alfredo López Méndez (1901-1996), que obviamente no tendría ninguna filiación con este gobierno, pero es una figura histórica que no les va a crear ningún problema y vale la pena revisarse. Pero esos desniveles descalabran. Para eso hay otros espacios. En el MACSI, por ejemplo, estaba la Sala Cero y también la Sala Experimental, que era un espacio para artistas que habían demostrado talento y cuyas carreras estaban comenzando. Para eso está la FIA, en la que exhiben artistas por primera vez. Pero tú no puedes crear esa confusión. Los museos sufren, los museos venezolanos, simplemente, desaparecieron del panorama internacional. No se consideran.
Ahora que se habla de reconciliación y que uno ve, en distintos eventos, que el ADN de Venezuela cambió. ¿Usted cree que el arte puede entrar por el aro del proyecto chavista?
Te doy toda la razón. El ADN cambió a favor de este proyecto político y la única posibilidad sería tender puentes. Tengo un amigo muy querido, Víctor Guédez, que se orienta hacia la conciliación. Él es un maestro para mí y me ha enseñado el valor de la tolerancia. Piensa de otra manera, te tienes que adaptar. Sus textos, sus conferencias lo demuestran. Lo que pasa es que la palabra reconciliación, en lo personal, aún me parece imposible. Yo hablaría de mediana tolerancia, porque hay procesos perdidos. Recuperar la calidad del arte y la formación idónea de los artistas necesita de buenas escuelas, como las que tuvimos en el pasado.
Yo creo que el país ni tiene los recursos de otros años ni hay voluntad política en el gobierno.
Entonces, ¿cómo vamos a hablar de reconciliación? En ese sentido soy pesimista. Pero eso no impide que se puedan tender puentes, con el museo de Sofía, por ejemplo, para la ayuda internacional que se ha planteado. Pero diste en el clavo. No veo voluntad política, porque quizás el asunto podría solventarse con ayuda de la empresa privada o con financiamientos privados. Pero no hay voluntad política para crear nuevas escuelas de formación del arte. No lo he visto y eso es esencial para mí.
Yo creo que el chavismo nos cambió la vida a todos los venezolanos y, si a ver vamos, a estas alturas, para mal. El 2006 fue el año glorioso del Estado mágico, pero ya se trazaba una tendencia que se consolidó ¿Cómo le cambió la vida a María Luz Cárdenas?
Para bien y para mal. El día 1 de la revolución cultural, mi vida se partió en dos. Es como si te quitaran el piso. Fue un momento terrible. Sin embargo, hay algo que siempre decía Antonio Cova, que fue mi profesor y compadre: Dios no hizo nada más grande que un día tras otro. Uno saca fuerzas. Yo trato de psicoanalizarme, pero no hay manera. Vivía en un paraíso al que llamé el planeta MACSI y de ahí pasé al planeta tierra. El MACSI era otra cosa, pero era real, porque era el museo más reconocido de América Latina, el que tenía la mejor colección. Esa experiencia la tengo en el hipotálamo, quizás por eso fue muy fácil escribir ese libro, porque tengo todo, todo, clasificado. Del planeta MACSI pasé al Conac fue una lección de humildad, y una experiencia de mucho crecimiento por el hecho de llevar proyectos. En la investigación, que era lo que hacía, está mi ADN, además de la crítica del arte y la curaduría. Esos proyectos me llevaron a la dirección del Museo de Bellas Artes. Un museo en el que no había un catálogo razonado de lo que es la primera colección del país. Se editaron los dos primeros tomos –escultura, pintura y dibujo-, dos libros que merecieron el reconocimiento internacional, pero hasta ahí, porque el dinero lo utilizaron para otra cosa. Modernizamos el museo tecnológicamente, con recursos privados. Yo soy buena para conseguir financiamiento para esas cosas… pero no para mí, jaja.
¿No había en esa secuencia los retos que la motivaban?
Todo eso desapareció al crearse la Fundación de Museos, entre otras cosas, porque los museos perdieron autonomía y se desdibujaron completamente los perfiles. Ahí yo salí, con mi jubilación de 40 dólares y sin seguro médico.
¿Cómo se puede hacer crítica de arte en el planeta tierra?
Más que mis 25 años en el MACSI, siempre digo que mi estructura profesional, la más íntima, es la crítica del arte, por todo lo que involucra. Primero, tender puentes con la obra de arte, acercarse, profundizar. Lo que implica estudiar filosofía, teorías de la interpretación (estética), aparte de los procesos plásticos y los contextos sociales. Para mí es la labor más completa que se puede ejercer. A eso le entrego mi vida. La pandemia, la fractura de un pie, no han impedido que siga trabajando desde mi casa. Investigar y escribir. Ha sido muy provechoso.
No me ha respondido la pregunta.
¿Cómo se hace crítica en el planeta tierra? Primero tiene que existir el arte. Sin el arte no hay nada, y eso lo digo para la crítica, para los museos, para los curadores… Primero tiene que existir el artista, que para mí es lo fundamental. Y segundo, tienes mucho que estudiar, tienes que acertar y fallar. No lo digo como una labor premonitoria: este es el artista y lo vas a lanzar. No. Tienes el caso de Marta Traba, ella, con el cinetismo bajó la guardia. No le pudo. A mí me ha pasado también. De repente, hay procesos que no he sabido ver. Pero tienes que escribir todos los días, anotando ideas, todos los días.
Y aun así es inalcanzable.
La crítica perfecta es inalcanzable.
Antes de que el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber se llamara así, simplemente era el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. Recuerdo que hubo una gran discusión a raíz del cambio de nombre. ¿Qué pensó en ese momento?
Bueno, yo soy parte interesada. Yo lo llamo el museo de Sofía. Y muchos artistas jóvenes, particularmente los del Salón Pirelli, lo llamaban el Sofía. Obviamente fue un choque, porque hubo un buen número de personas que no estaban de acuerdo. Pero felizmente sobrevivió con ese nombre, porque la colección del museo la hizo Sofía, el perfil del museo lo diseñó Sofía y también el perfil de las exposiciones y eso fue lo que quedó. De hecho, cuando le quitaron el nombre fue por una retaliación política, porque ella firmó un documento contra el antisemitismo, pero no es porque no lo mereciera, fue por retaliación. Ahora le pusieron Armando Reverón y no tiene nada que ver con Armando Reverón. No hay correspondencia ni con el nombre, ni con el perfil; y con la colección, mucho menos.
Esta exploración embrionaria que uno observa, donde hay algunos casos de mecenazgos, de apoyos de la iniciativa privada al arte en general y a las artes plásticas, que es el tema que nos ocupa, ¿podría esa tendencia consolidarse y llegar a tener una expresión institucional, incluso?
No la veo de inmediato, aunque hay ideas, hay propuestas. Es embrionario, como dices. Yo he tenido la oportunidad de hablar con dos personas, una arquitecta y una periodista, muy vinculadas a personas que manejan grandes cantidades de dinero. Han mostrado interés en crear una fundación de cultura y rescatar los museos, sin intervención de la política. Surgió el tema de la sede del Museo de Arte Contemporáneo y yo les dije… tantos edificios vacíos que hay en Las Mercedes, ¿por qué no lo ponen en Las Mercedes? Sí, he visto como atisbos. Personas que me han dicho, tú que trabajaste en el área museística, ¿cómo lo verías? Son jóvenes que dicen: Caramba, queremos buenos museos aquí en Venezuela. Gente que no se va a ir del país y se preguntan, ¿por qué no podemos tener museos como el Costantini de Buenos Aires o el MASP de Sao Paulo? Quizás sea una probabilidad, pero no lo veo como un hecho consolidado. Yo soy muy pesimista, pero tampoco pierdo las esperanzas.
Yo creo que esa es una tarea para una generación más reciente. Creo que llegó el momento del relevo en la política, el mundo empresarial, en la cultura, en todas las áreas del país. Si las condiciones, o el planeta tierra como lo entendí, fuera más proclive a estimular esa continuidad, pues habría capacidades para un fortalecimiento institucional distinta. ¿Qué hace falta para que eso ocurra?
Sí hay una generación de jóvenes preparados, que han estudiado, que tienen disciplina y criterio. Un ejemplo de lo que se puede hacer es el Museo Narváez de Margarita, realmente estaba en la ruina, pero fue gracias a la iniciativa privada, a un grupo de empresarios margariteños y algunas instituciones públicas, que se pudo reinaugurar. Eso debería ser el modelo de cómo hacer las cosas en momentos de crisis. Se necesitan varios factores, es como un triángulo y no puede faltar uno de los lados: el personal, el Estado y la iniciativa privada. Si no se reconcilian como dirías tú, si no tienen la misma voluntad, no lo veo posible.
¿No es contradictorio su discurso?
Ya lo dije, soy pesimista de corazón, pero no pierdo la esperanza.
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*Investigadora, curadora y crítico de arte contemporáneo. Sociólogo con postgrado en Filosofía. Ha desarrollado una carrera con más de 45 años de experiencia, iniciando en el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber, Caracas, como directora por 25 años del Departamento de Investigación y Curaduría. Labores de docencia en la UCV, ULA y UNIMET. Autora de numerosos ensayos sobre arte contemporáneo. Colaboradora en revistas y publicaciones de arte.
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