Ismael Pérez Vigil 12 de noviembre de 2022
@Ismael_Perez
“Abstención”,
“levantamiento militar”, “insurrección popular”, “renuncias”, “marchas”,
“¡calle hasta el final!”, “huelga total general”, “paros escalonados”, “paro
total”, “gobierno interino”, “sanciones”, “poder dual”, “vía electoral”,
“elección primaria”… palabras, palabras que son bengalas, luces de alarma,
nombres y conceptos que se suceden con rapidez vertiginosa y no da tiempo a
procesarlas, a pensarlas. No hace ni falta, las hemos pensado miles de veces.
Todas nos remiten a los últimos 24 años transcurridos en el que no hay
presente, todo es pasado y ninguna de esas palabras nos quiere servir para
describir el futuro.
Pero todas ellas, ¿son palabras “malditas”?, que como dice Irene Vallejo −la autora española de moda, con toda razón− son palabras que nos enseñaron a callarlas, a medirlas, “…a envainar las frases hirientes: el arte de la mentira amable…”, ¿Cuántas de ellas son “imperdonables”?, como las maldiciones de igual nombre en los embrujados cuentos de Harry Potter, de la hoy también imperdonable J. K. Rowling −por “magia” de los defensores y postuladores de alguno de los “géneros”−; palabras, algunas, que en nuestro país no se pueden mencionar sin temor a represión.
Pero,
la realidad nos sale al paso con algunas de ellas. Querámoslo o no −me refiero
a los que nos identificamos con la oposición democrática− en 2024
confrontaremos una elección presidencial −una de esas palabras “malditas”−, que
buscará presidente para los próximos seis años. Y digo 2024, que es la fecha
constitucionalmente hablando, pero que “otros” ya hablan de “adelantos” y nos
ponen el país mucho más pequeño.
Pero,
por lo pronto, ¿Cómo vamos a enfrentar ese 2024, tan lejano y cerca a la vez?
Tenemos algunas “claves”; en la oposición democrática vamos a esas elecciones,
con candidato unitario, seleccionado en un proceso de elección primaria, y con
un programa también unitario, un “Plan País” −y otras propuestas− que ya
estamos desempolvado, con el reto de convertirlas en un mensaje vital, que
entusiasme a seguirlo, que nos dibuje un país que valga la pena vivirlo, en contraste
con la ignominia que hoy padecemos.
Para
llegar a 2024 tenemos por delante ese 2023 con la elección primaria, programada
para realizarse en algún momento, lo más pronto que sea posible, con las
mejores condiciones de participación, que también sean posibles. Ese es un reto
inmediato, al que, por lo visto y afortunadamente, vamos con bastante consenso,
pues desde las voces más radicales hasta las más atemperadas, dentro o fuera de
lo que llaman “G algo” dicen que están dispuestos a participar en ellas. Y
hasta las vituperadas encuestas parecen recoger la opinión de que la mayoría
del país se inclina por participar y por hacer de esa elección primaria la
forma de determinar el candidato; y ya sabemos que cuando la “gente común” se
plantea una vía unitaria, ¡Ay del que la rompa!
Pero
salir con bien del 2023 y llegar con bien al 2024, supone exorcizar los
demonios y fantasmas de siempre.
El
régimen, todos lo sabemos, todos lo decimos −¿o hay alguien que no? − controla
todo el poder. Todos los poderes públicos −AN, CNE, Contraloría, Poder
Ciudadano−; lo más importante, controla la fuerza armada y las policiales y el
sistema de justicia y carcelario. Desde luego, controla los comparablemente
mermados ingresos del Estado, que están a su discreción, que no alcanzan para
resolver los problemas básicos que han creado en estos 24 años.
Repito,
no porque no se entienda, sino por énfasis: el régimen controla todo el poder;
pero, lo curioso es que entre quienes lo dicen hay algunos que piensan,
pretenden y sueñan, que, a pesar de ese poder omnímodo, seremos nosotros, los
opositores democráticos, quienes impondremos las condiciones para celebrar un
proceso electoral, a nuestro gusto y medida; y si no es así, entonces, dicen
esos algunos: ¡No participamos! Díganme, en frio, sin apasionamiento, si ésta
no es una posición un tanto absurda e irreal.
Camino
ya recorrido, ese de no participar, de la abstención, como política o como
“descuido” y “dejadez”, como “hartazgo”. Debería estar claro, entonces, que con
eso probablemente se han dejado sentados e incólumes algunos “principios”; o
por lo menos, tranquilizada la conciencia de muchos, que han podido dormir
plácidamente, después de darle una “lección” de democracia y civismo al
régimen; pero, ¿Cuál ha sido el resultado de esas “políticas”? ¿Se ha
debilitado el régimen? ¿Se ha unido más la oposición? ¿Ha mejorado la condición
socio económica de los venezolanos? También todos sabemos que, sin una adecuada
presión interna e internacional, de tenaza, que aprisione por ambos lados, todo
esfuerzo electoral es inútil, pues no soltarán a su presa por un puñado de
votos; no me sonrojaré entonces porque me lo echen en cara, simplemente diré,
lo que siempre hemos dicho: la vía hay que construirla y no nos podemos quedar
sentados, cruzados de brazos, esperando que ese poder omnímodo ceda y por
gracia de birlibirloque nos entregue el poder. La electoral, vía fallida, poco
exitosa hasta el momento, sí, pero es una manera de emprender camino, a nuestro
alcance, al alcance del más modesto ciudadano. No insistiré en argumentos ya
trillados y cansones.
Hago,
sin embargo, una ligera concesión y es que sin duda las abstenciones de 2018 y
2020, deslegitimaron al régimen frente a la comunidad internacional; el caso
Venezuela se hizo más notorio y evidente; nunca la conciencia internacional
había estado más clara en cuanto a la verdadera condición, tiránica, opresiva,
del régimen venezolano. Hasta se tomaron medidas o sanciones contra Venezuela,
aplicadas por unos pocos países; lástima que fue de manera incompleta y poco
efectiva; seguramente esas medidas perjudicaron “algunos negocios”
internacionales; y qué duda cabe que tanto el Gobierno Interino, como Juan
Guaidó, como la oposición en general, disfrutó por eso de un reconocimiento
internacional, durante estos tres últimos años, como nunca antes lo había
tenido. Algunos en su paroxismo libertario, hasta llegaron a soñar con
“renuncias” o “invasiones”; pero poco más que elevar el nivel de conciencia −en
algunos países− sobre la situación de Venezuela, fue lo que se logró.
Hoy,
en nuestra “liderofagia” y en nuestra máquina demoledora de líderes, corremos
el peligro de derrumbar, vale decir a patada limpia contra el Gobierno Interino
y Juan Guaidó, el poco andamiaje que se logró construir, en vez de darle continuidad
y aprovecharlo completamente. Lo cual no nos exime de evaluar, hacer críticas y
asignar responsabilidades por lo ocurrido.
Pero,
dado que el cántaro aún no está completamente derramado, es posible aun recoger
el líquido, con un proceso integral, democrático, decisivo, que nos permita
salir con una opción unitaria para enfrentar al régimen en 2024, o cuando sea.
La elección primaria del candidato opositor, esa aspiración tantas veces
solicitada, durante tantos años, y tan pocas veces lograda, se nos abre
nuevamente, no la dejemos pasar.
Ismael
Pérez Vigil
@Ismael_Perez
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