Somos un país, no dos ni varios. Somos Venezuela que es de todos, sin exclusiones, sin discriminaciones y sin divisiones, aunque haya entre nosotros diferencias con las que tenemos que convivir. Nuestros destinos son finalmente un solo destino, aunque no siempre nos demos cuenta, dado que la confluencia no llega simultáneamente por ocurrir en diferentes tiempos y puntos del camino. Pero el destino, tarde o temprano, nos alcanza.
Esa conciencia, rigurosamente realista, nos lleva a comprender que la pluralidad de intereses legítimos, de sectores, de voces debe construir espacios de encuentro, no para disolver las diferencias que existen y seguirán existiendo, sino para comprender juntos que a ninguno le va bien si a los demás les va mal, así que el mejor negocio es procurar conciliar, convenir, para progresar.
El diálogo social es una necesidad y por lo mismo, tiene que ser una posibilidad, porque como insistimos tenazmente, tarea de la política es hacer posible aquello que es necesario.
Lo mejor, lo que debe ser, es que la política promueva el diálogo. La política desde el poder estatal, cuya razón de ser es el bien común. Y la política alternativa que aspira el liderazgo de todos nosotros y no sólo de una parte de nosotros. Pero si eso no ocurre, si la política no envía ese mensaje por silente, por indiferente, por confusa o porque la dominan las antipolíticas, lo propio de los ciudadanos responsables de una sociedad es hacerlo ellos, porque la democracia es un proyecto común y no hay que ser político para hacer política. La verdad es que todos la hacemos, por acción u omisión, así que lo mejor es asumirlo y tratar de influir para que las cosas marchen de acuerdo al interés de todos que es vivir mejor.
En Venezuela, nos hemos asomado al diálogo social en su crucial dimensión socio-laboral, en medio de las tensiones, contradicciones, desconfianzas, propias de quienes hemos perdido la práctica en algo que debería ser muy natural, porque, es viejo el dicho, “hablando se entiende la gente”. Imposibilitados de lograrlo por generación propia, sectores responsables de nuestro país, en este caso la dirigencia empresarial, fueron a buscarlo en la Organización Internacional del Trabajo, a la cual nos unen compromisos formales que vinculan a las partes estatal, empleadora y trabajadora.
Ha comenzado así un diálogo social venezolano y el paso no está exento de polémica. Pero una opinión pública informada para ser influyente, necesita saber qué es, qué le falta, qué promete. Sigámoslo atentamente. He conversado de eso con sindicalistas, empresarios y académicos.
“Nadie dijo que sería fácil” me comentó uno de ellos y resumió la médula de la cuestión. Su dificultad es multiforme. Comienza, gracias a presión interna y externa, en medio de una crisis que ha sido prolongada y que es muy profunda. Desempleo, inflación, economía reducida, deterioro del salario e informalidad que ronda el 70%, recelos mutuos y comprensible escepticismo. Es pues un proceso delicado que arranca en un contexto hostil.
Va lento, ciertamente y no será rápido en producir resultados que la realidad reclama. Sigue habiendo sindicalistas presos y judicializados, pero va regularizándose la organización sindical. Sigue habiendo regulaciones excesivas y unilaterales, aunque no se apliquen siempre, también discrecionalidad en el poder que uno nota renuente a comprometerse en firme, pero está sentado en la mesa. Todos creen que es necesario y también que es posible. Y que conviene a todos, a pesar de todo, porque es mucho mejor tenerlo, así de imperfecto que no tenerlo en absoluto.
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