Giovanni Cucci 06 de abril de 2023
Una
desproporción significativa
Antes
de tratar cada una de las virtudes cardinales, quien escribe tuvo la ocasión de
abordar el tema de los pecados capitales: en esa ocasión, se constató el
resurgimiento y la gran actualidad de este tema, sobre todo en las humanidades,
la filosofía, el arte, la literatura y la espiritualidad. Esta multiplicidad de
enfoques es un índice de la riqueza y complejidad de las acciones humanas, y
resulta indispensable para comprender la gravedad de sus derivas, pero sirve
además para conocer el bien que se busca en estos vicios, aunque sea de manera
inadecuada. En efecto, la variedad de situaciones que muestra cada uno de ellos
podría considerarse una verdadera enciclopedia de las acciones humanas1.
Sin embargo, al final de ese recorrido articulado, quedaba la pregunta básica: ¿cómo identificar ese bien perseguido en vano por esos múltiples, y en muchos sentidos fascinantes, intentos? Se trataba, en otras palabras, de la cuestión de la virtud, de la capacidad de reconocer y poner en práctica el bien propio del hombre, que puede dar sabor y plenitud a su vida. El discurso que resultaba de esta, empero, era muy diferente en este punto.
Si el
tema del vicio fascina, no se puede decir lo mismo – desgraciadamente – de su
tema especular: las virtudes cardinales, las virtudes propiamente
éticas, aquellas que hacen mejor a quien las practica. El tratamiento más
extenso al respecto sigue siendo el realizado por Santo Tomás, que retoma e
integra los análisis de Aristóteles en una perspectiva teológica. Incluso
algunos valiosos escritos aparecidos en las últimas décadas son en realidad un
comentario al texto de Santo Tomás2. Esta escasez puede deberse a
varias razones. Una, que no concierne sólo al tema que nos ocupa, es que lo
bueno no es noticia, no parece rentable, sobre todo en publicidad.
Pero
hay otras, más relevantes. El estudio de las virtudes cardinales descansa sobre
dos grandes columnas, que sostienen el edificio del pensamiento ético: el fin y
las pasiones. El fin es el bien propio de la acción no sólo del hombre, sino de
todo ser: “Algunos han manifestado con razón que el bien es aquello a lo que
todas las cosas aspiran”3. Y el bien, como el ser, se declina en
múltiples maneras, que no tienen la misma importancia, sino que interactúan en
base a una relación de analogía4. Cada ser tiene, pues, un bien
propio.
El fin
del hombre, en la perspectiva clásica y medieval, es la plenitud del vivir, es
decir, la vida en Dios: un sentido ya presente en el término griego con el que
Aristóteles designa la felicidad: eudaimonia, el don de un buen demonio5.
Pero en el momento en que cae la perspectiva teológica, cae también la
finalidad de la vida humana, y con ella la posibilidad misma de reconocer un
fundamento a la ética.
Una de
las obras más importantes sobre este tema, Tras la virtud, de Alasdair
MacIntyre, está dedicada a las consecuencias de esta pérdida. Como indica el
título, la tesis principal del libro es que la nuestra es la era después de la
virtud. En otras palabras, ya no es posible un tratamiento filosófico de la
misma, porque los valores no pueden identificarse mediante un método puramente
racional (éste fue el fracaso de la propuesta cartesiana), sino descubriéndolos
dentro de una tradición, enmarcados en un contexto comunitario6.
Este carácter narrativo, portavoz de una tradición comunitaria, se desprende
también del estilo de la Ética a Nicómaco, en la que el autor habla
en primera persona del plural: “¿Quién es ese ‘nosotros’ en cuyo nombre
escribe? Aristóteles no piensa que está inventando una interpretación de las
virtudes, sino que está expresando la interpretación implícita en el
pensamiento, lenguaje y acción de un ateniense educado”7.
También
en este punto hay notables diferencias con el pensamiento posterior. La época
moderna se preocupa cada vez más por definir con precisión su propio ámbito y
sus reglas de comportamiento, enumerando normas y definiciones. Todo ello ha
contribuido a alejarla de la experiencia, de lo que en ella puede encontrarse
de bello y atractivo, decretando así su crisis8.
Las
páginas de la Ética a Nicómaco muestran una frescura y una
actualidad que contrastan con la abstracción de muchos textos modernos, porque
no presentan reglas ni definiciones: la moral se entiende aquí como el arte de
vivir bien. Con ello, ponen de relieve aspectos decisivos para el
reconocimiento y la elección del bien, que se buscarían en vano, por ejemplo,
en la Ethica more geometrico demonstrata de Spinoza, como la
poesía, la mitología, las opiniones de las personas (la endoxa), la educación,
las relaciones y la integración de la razón y los afectos9.
El
horizonte de pensamiento mostrado por la ética de las virtudes, posteriormente
perdido, permite también comprender la gravedad de la crisis actual:
Sigo
siendo de la opinión de que sólo se puede comprender la génesis y el
estancamiento de la modernidad moral desde el punto de vista de una tradición
diferente, cuyas creencias y presupuestos recogió y analizó Aristóteles,
elaborándolos teóricamente en su conocida teoría clásica10.
La
reflexión sobre las virtudes cardinales también se ha diluido, polarizándose de
hecho en una sola virtud, la justicia. Una virtud considerada sobre todo en su
dimensión política, explicitando sus características, pero también excluyendo
el estrecho vínculo que tenía con las otras virtudes, que pretendían educar a
un hombre bueno, capaz por tanto de cumplir las exigencias de la justicia de un
modo que el orden jurídico-normativo es incapaz de satisfacer11. En
esta perspectiva, en efecto, la pregunta por excelencia de la ética – “¿por qué
elegir el bien?” – no puede responderse de manera plausible sobre la base de
meros criterios racionales.
La
ética de la virtud permite superar el estancamiento de ciertas propuestas
morales que habían dominado la reflexión filosófica, basadas en el deber, la
utilidad o el mero sentimiento, las propuestas morales más en boga hoy en día,
pero que marcan el final de un enfoque que se querría filosófico, y en el que
la distinción misma entre el bien y el mal acaba por disolverse12.
Puesto
que ya tratamos las virtudes cardinales de forma individual13,
quisiéramos ahora intentar aclarar por qué se consideran los pilares de la vida
moral y por qué se mantienen o fracasan dentro de un planteamiento preciso del
pensamiento, como de hecho ha demostrado el curso posterior de la historia.
¿Qué
es la virtud?
Para
Aristóteles, de quien se hace eco Tomás, la virtud es un hábito positivo14.
Los términos aretē y habitus no se
corresponden completamente con el español “hábito”, aunque es posible encontrar
elementos comunes, como la facilidad para realizar una acción, un
aprendizaje consolidado por el uso frecuente, que conduce a la formación del
carácter (ethikē, en griego), entendido como una dimensión
estable de la persona. El habitus concierne a toda la persona,
a sus aspectos más profundos desde el punto de vista psicológico, moral y
espiritual; es algo que se adquiere, que se ha, convirtiéndose así
en una segunda naturaleza, fruto del conocimiento y la educación. Y permite
actuar bien de manera constante, no aleatoria ni fortuita.
Tanto
el habitus como el hábito son el resultado de la repetición a
lo largo del tiempo, y esto los diferencia de una sola acción, buena o mala. En
el ámbito moral, una sola mala acción no destruye la virtud, ni una buena
acción basta para desmantelar un vicio. Del mismo modo, una sola buena
acción no lo hace a uno virtuoso, del mismo modo que una golondrina no hace un
verano15.
Aristóteles
define el ejercicio de la virtud ética como la capacidad de alcanzar el propio
fin del hombre. Con una imagen feliz, lo compara a una flecha que alcanza su
objetivo. Tomás y Dante retoman el mismo ejemplo, pero lo aplican a la relación
entre Dios y el mundo16.
Los
términos “vicio” y “virtud” también pretenden subrayar la historicidad y
continuidad de la acción humana, esbozando un camino, una orientación básica de
la existencia que conduce a resultados opuestos. La virtud conduce a
alcanzar más fácilmente el objetivo del hombre, como se ha señalado,
perfeccionándose, viviendo con libertad y experimentando un auténtico placer.
De hecho, toda actividad tiene un placer proporcionado y, cuando se realiza de
forma ordenada, produce placer: puede ser un trabajo manual, un estudio, un
deporte, una relación… El deseo, cuando encuentra una expresión adecuada,
manifiesta lo que Tomás, citando a San Agustín, llama ordo amoris,
cuya característica es la circularidad, es decir, ser causa y efecto del amor:
la purificación del deseo se convierte en energía y conocimiento suscitados por
el amor, y éstos a su vez permiten que el amor se ordene, amando al objeto en
proporción a su importancia17. El deseo es la expresión de
un amor equilibrado y libre, el amor de caridad, el único capaz de implicar a
toda la persona.
El
vicio desprecia todo esto, conduciendo a la destrucción moral, psíquica y
física del sujeto. Es también una forma de castigarse a sí mismo. Así como los
vicios capitales están en el origen de los comportamientos viciosos, raíz de
los demás vicios, las virtudes cardinales son la fuente de los comportamientos
virtuosos, generando a su vez las demás virtudes morales, permitiendo reconocer
y poner en práctica el bien.
Las
virtudes pueden ser intelectuales o morales. Las
intelectuales indican los criterios y la norma de acción, poseen la regla de
comportamiento; las virtudes morales reconocen y ponen en práctica no el bien
en general, sino lo que es bueno para mí aquí y ahora. Pueden hacerlo porque
integran conocimiento y afecto, lo que la filosofía clásica y medieval llama
“pasiones” (o potencias apetitivas, ligadas a una tendencia, appetitus),
que pueden obedecer a la razón, pero también obstaculizarla. Por eso hay que
educarlas. Pero sin pasiones no puede haber acción virtuosa; son, de
hecho, la energía indispensable para hacer el bien18.
Las
pasiones, energía para el bien
Otro
aspecto característico de la reflexión ética clásica y cristiana es el estrecho
vínculo entre valoración y afecto. Los antiguos
identificaban la base de la vida moral precisamente en las “pasiones”. Este
término, que procede del griego pathos y del latín pati,
indica algo que se sufre, que se recibe de otra cosa, pero que al mismo tiempo
involucra profundamente (cfr. el término “apasionarse”) e impulsa a la
acción. La pasión se refiere al mundo interior del hombre, que no
coincide con la racionalidad, pero tampoco se opone a ella, revelando la
profunda unidad del ser humano. A menudo se ha comparado la pasión con
el instinto animal; sin embargo, cuando se reflexiona un poco más
profundamente, se advierte cómo instintos y emociones presentan características
completamente distintas, como se señaló al hablar de la virtud de la prudencia19.
Tomás,
retomando el análisis de Aristóteles, subraya en primer lugar el carácter
concreto, puntual y personal de la pasión, que no es contraria, sino que
antecede o sucede a la razón. Cuando se deja guiar por la razón, la
pasión se convierte en una ayuda para hacer el bien, poniendo en práctica sus
enseñanzas en lugar de obstaculizarlas. Las pasiones surgen de la
sensibilidad, pero también son una moción del alma. Son el resultado de una
evaluación y una decisión que influyen en el cuerpo – como la ira suscitada
voluntariamente – y que conducen a un doble movimiento: de atracción-repulsión
hacia algo considerado como bueno-malo, y de lucha por superar los obstáculos
que se oponen a su consecución.
El
primer grupo de pasiones se denomina concupiscible y el
segundo irascible. El concupiscible incluye seis tipos de
pasiones: amor-odio; deseo-repulsión; placer-dolor. Las pasiones del irascible
son cinco: esperanza-desesperación, miedo-audacia e ira, que no tiene pasiones
opuestas, porque abarca un espectro de pasiones diferentes: cólera, tristeza,
pena, exigencia de justicia, esperanza20. Las pasiones del irascible
son derivadas: surgen cuando no se puede alcanzar el bien deseado; surgen y
terminan en el concupiscible. Las pasiones tienen una dimensión cognoscitiva y
participan de la razón; por eso pueden ser moldeadas por la virtud21.
A su vez, el intelecto y la voluntad pueden intervenir en las pasiones para
alcanzar de la mejor manera el bien deseado. Sin pasiones, se cae en el vicio
de la insensibilidad, que hace al sujeto inhumano, incapaz de piedad, ternura,
misericordia; sin pasiones, la virtud no sería posible22.
El tratado
de Tomás sobre las pasiones muestra la admirable armonía de la acción
humana, hasta el punto de que se ha comparado con una partitura musical:
El
primer tema, en voz de soprano, lo canta el amor, al que pronto sigue el deseo.
Luego entra el tenor de la esperanza o de la desesperación, previendo la
posibilidad o lamentando la imposibilidad de obtener el bien. La línea del
bajo, siempre lenta y sombría, está representada por la ira, lenta para
consumirse y, sin embargo, dispuesta a conseguir su propio “bien”. Y luego el
final: el descanso y el placer23.
Tomás
respeta la complejidad de la persona, mostrando no sólo una comprensión
benévola de la afectividad, sino también una mayor confianza en el poder de la
razón para gobernar las pasiones. Esto tiene consecuencias notables para la
vida humana y espiritual.
Las
diferentes facultades del hombre encuentran su perfeccionamiento en las
respectivas virtudes cardinales. La razón práctica se perfecciona con la prudencia,
la voluntad con la justicia, las pasiones irascibles con la fortaleza,
las concupiscibles con la templanza. Esta
subdivisión muestra también la presencia de una jerarquía dentro de
ellas. La virtud más importante es la prudencia, porque actúa como
bisagra entre el conocimiento y el afecto, mueve a la sensibilidad a realizar
lo que la razón ha vislumbrado. Las demás virtudes entran en los diferentes
aspectos de la realización del bien24.
Una
unidad perdida
En el
curso de la modernidad, ha surgido una fuerte sospecha de las pasiones. Una de
las razones de este cambio radica, sin duda, en la revolución científica, que
contempla la posibilidad de un conocimiento cierto, claro y distinto
(Descartes). De ahí el intento de elaborar un planteamiento matemático de toda
realidad, incluida la humana, teorizando una ética geométrica (Spinoza), una
“geometría de las pasiones” (Bodei), capaz de programar la vida moral de manera
“científica”. Descartes intenta enmarcar las pasiones en una
perspectiva mecanicista; pero si se originan en el cuerpo, no está claro cómo
pueden influir en el alma, permanecer en la memoria y dar intensidad a los
pensamientos. Revelan una estrecha unidad entre el cuerpo y el alma,
refutando el dualismo antropológico. Pero, sobre todo, Descartes no considera
propias del alma las pasiones, que surgen del conocimiento e influyen en la
corporeidad y permiten a la razón dominarlas y ponerlas al servicio del bien y
del crecimiento moral (algo de lo que Descartes está profundamente convencido)25.
El curso posterior del pensamiento tendería cada vez más a ver las pasiones
como un obstáculo para el conocimiento y la moralidad, y por tanto algo contra
lo que luchar o ignorar.
Para
Kant, incluir las pasiones y la felicidad en la vida moral significaría
reducirla a una búsqueda subjetiva de gratificación, incompatible con las
características de una acción buena, que no tiene otra motivación que la
voluntad de hacer el bien. Por eso, un criterio de su rectitud es la exclusión
de toda moción pasional, que debe ser contrastada decisivamente. Y la razón de
este contraste está claramente expuesta: “Estar sujeto a emociones y
pasiones es siempre una enfermedad del alma, porque ambas excluyen el dominio
de la razón”26. Aunque el intento de Kant de garantizar
dignidad y universalidad a la acción moral es admirable e ingenioso, no pueden
dejar de advertirse las consecuencias paradójicas de tal
planteamiento.
Todo
ello ha contribuido a empobrecer la reflexión sobre las virtudes cardinales y a
dar una imagen falsa de la humanidad pasional. De ahí el enfoque dualista del
ser humano, dividido entre razón y pasiones, intelecto y voluntad, deber y
placer. Sin embargo, este enfoque resultó ser muy abstracto e incapaz de dar
cuenta del modo real de la inteligencia humana. El neurocientífico Antonio
Damasio, estudiando a personas que habían sido lobotomizadas –es
decir, a las que se les habían extirpado los lóbulos frontales del cerebro,
sede de las emociones–, observó cómo esta privación afectaba radicalmente a sus
capacidades cognitivas y volitivas, hasta el punto de que eran incapaces de
aprender valores, de llevar una vida social regular, de realizar cualquier
trabajo, pero también de divertirse, de disfrutar de alguna manera de su vida:
“Los sentimientos alterados y la razón imperfecta se presentaban juntos, como
consecuencias de una lesión cerebral específica, y esta correlación me sugería
que el sentimiento era parte integrante del funcionamiento de la razón”27.
Otro punto
importante que surgió del lado psicológico, en línea con el análisis de Tomás,
es la bidireccionalidad entre pasión y reflexión, reconociendo
cómo la evaluación y la cognición pueden modificar la respuesta pasional, para
bien o para mal28 La ira puede suscitarse voluntariamente y
prepararse cuidadosamente, por ejemplo, para hacer justicia (tal es la ira de
Jesús descrita en Jn 2), del mismo modo que el odio expresa su mayor potencial
destructivo no en el plano pulsional (más bien breve, aunque intenso), sino
sobre todo en el plano cultural, cuando se cultiva sistemáticamente, se
inculca, hasta el punto de quedar impreso en el imaginario colectivo. Y puede
contrarrestarse sobre todo con la sabiduría, la más intelectual de las virtudes
prácticas29.
La crisis
de la filosofía moral
La
devaluación de las pasiones acabó siendo contraproducente para la propia
filosofía. En este planteamiento subyace la despiadada crítica de Freud a la
moral como sinónimo de una visión escarmentada de la vida, destinada a reprimir
las pasiones y los deseos y a hacer que las personas no sean buenas, sino
infelices y neuróticas. La implicación negativa que adquiere el moralismo en el
imaginario colectivo actual, expresada con tanta eficacia por Freud en su
análisis de las obsesiones provocadas por la culpa, incluso en su
unilateralidad, da en el blanco cuando indica los riesgos de una patología del
deber que aprisiona y mortifica el deseo de vivir del hombre y lo excluye de la
felicidad30.
Y así
también la virtud se rebaja con la reflexión sobre el buen vivir. Ser una
persona virtuosa significa seguir las reglas de la sociedad del buen vivir, sin
pasión, una especie de “desagradable solterona desdentada de tiempos pasados”,
por citar una eficaz descripción de Max Scheler31.
Se
trata de un juicio que refleja ciertamente la devaluación de los afectos por la
vida moral y, en consecuencia, la consideración de la virtud en términos de
mera fatiga y en oposición al deseo de vivir. Y que lleva a considerar el vicio
como algo atractivo y capaz de dar gusto a las elecciones: una peligrosa
inversión de los criterios de evaluación32. En realidad, como hemos
visto, la reflexión sobre la virtud pretende ser una ayuda para alcanzar ese
deseo de plenitud.
El
retorno de las virtudes
También
por estas razones la filosofía contemporánea ha vuelto al tema de la virtud,
redescubriendo su sentido original y dando así un nuevo impulso a la reflexión
moral, restaurando al mismo tiempo su dimensión esencialmente comunitaria.
El
redescubrimiento de este tema procede de la filosofía anglosajona posterior a
la Segunda Guerra Mundial, especialmente del trabajo de 1958 de Elizabeth
Anscombe, Modern Moral Philosophy, alumna y traductora de Ludwig
Wittgenstein. Según la autora, esta disciplina podría redescubrir su valor
dialogando con la investigación en el campo de la psicología y con la tradición
aristotélica, distanciándose definitivamente de los planteamientos entonces
dominantes de una ética basada en el deber (deontología), la emoción
(emotivismo), el cálculo coste-beneficio (utilitarismo), o en la mera
exposición de reglas y definiciones (racionalismo)33.
El
ensayo desencadenó un acalorado debate, que vio la aparición de varias
contribuciones sobre el tema, y sobre la posible relación entre vida ética, virtud
y felicidad desde una perspectiva teísta34. Algunos de sus autores,
como Peter Geach, Alasdair MacIntyre y la propia Anscombe, han llegado a una
conversión religiosa a través de este viaje intelectual. Pero incluso en el
lado de la no creencia o el agnosticismo tal propuesta fascina, como en el caso
de Anthony Kenny y Philippa Foot. Esta última observa al respecto:
Opino
que la Summa Theologiae es una de las mejores fuentes que tenemos para la
filosofía moral y, además, que los escritos de Santo Tomás sobre ética son tan
útiles para el ateo como para el católico u otro creyente cristiano35.
Afirmar
esto no es cristalizar un período histórico, sino recuperar un planteamiento
metodológico cuyo valor puede ser confirmado precisamente por los intentos, realizados
en el curso del tiempo posterior, de identificar otros modos de entender la
acción ética. Así, la ética de la virtud ha vuelto a ser objeto de tratamiento
por parte de la filosofía contemporánea, que retoma los planteamientos de la
filosofía analítica y de la praxis humana, confrontados con el enfoque
metafísico, la neurociencia y las ciencias humanas, que han constatado la
aportación cognitiva de las emociones y su influencia en los procesos de
razonamiento y toma de decisiones en relación con la felicidad36.
Es una
propuesta capaz sobre todo de hablar del bien y de la ética en términos de
deseo y belleza, que son las motivaciones por excelencia de la vida virtuosa:
En un
mundo sin belleza, incluso el bien ha perdido su fuerza de atracción, la evidencia
de su deber-ser. En un mundo que ya no se cree capaz de afirmar la belleza, los
argumentos a favor de la verdad han agotado su fuerza de conclusión lógica37.
Notas:
- Cfr G. Cucci, Il fascino del male. I
vizi capitali, Roma, AdP, 2012.
- Cfr
J. Pieper, The Four Cardinal Virtues, Notre Dame, University Press, 1959;
D. Westberg, Right Practical Reason: Aristotle, Action, and
Prudence in Aquinas, Oxford, Clarendon Press, 1994; R. Cessario, Le
virtù, Milano, Jaca Book, 1994; Ch. Kaczor – Th. Sherman (edd.), Thomas
Aquinas on the Cardinal Virtues, Edited and Explained for Everyone,
Ave Maria, FL, Sapientia Press, 2009; I. P. Bejczy, The Cardinal
Virtues in the Middle Ages. A Study in Moral Thought from the Fourth
to the Fourtheenth Century, Leiden – Boston, Brill, 2011.
- Aristóteles, Ética a Nicómaco,
1094a 3.
- Ibíd., 1096b 28.
- Cfr G. Cucci, L’ arte di vivere.
Educare alla felicità, Milán, Àncora, 2019.
- “Nos hacemos justos o valientes realizando
actos justos o valerosos; nos volvemos teórica o prácticamente sabios como
resultado de una instrucción sistemática” (A. MacIntyre, Tras la
virtud, Barcelona, Crítica, 1984, 195).
- Ibíd., 187.
- “La decisión original de ser moral, de
seguir normas prácticas, es una opción radical, que no encuentra ninguna
motivación capaz de superar el nivel subjetivo de la decisión personal.
Una moral de las normas parece insuficiente para explicar las normas
mismas, que, en cambio, adquieren sentido en función de un fin, de un bien
superior a ellas […]. La reflexión ética, pues, debe referirse a “cómo
debemos vivir” más que a “qué debemos hacer”” (M. Matteini, MacIntyre
e la rifondazione dell’etica, Roma, Città Nuova, 1995, 79). Cfr A.
MacIntyre, “Practical Rationalities as Forms of Social Structure”,
en Irish Philosophical Journal 4 (1987) 3-19; G.
Abbà, Felicità, vita buona e virtù, Roma, LAS, 1989; A.
Da Re, L’ etica tra felicità e dovere. L’ attuale dibattito sulla
filosofia pratica, Bolonia, EDB, 1986.
- Cfr
R. Hursthouse, On Virtue Ethics, Oxford, Oxford University
Press, 1999, 3.
- Matteini, MacIntyre e la
rifondazione dell’etica, cit., 79.
- Cfr G. Cucci, “La giustizia. Una virtù
scomoda”, en Catt. 2021 III 121-133.
- Sofia Vanni Rovighi escribió al respecto:
“Por ejemplo, la afirmación de que el asesinato es malo sólo expresaría el
horror de quienes hablan del asesinato y, por tanto, no sería en modo
alguno racionalmente justificable, del mismo modo que el sentimiento de
horror no es racionalmente justificable, ni verdadero ni falso” (S. Vanni
Rovighi, Elementi di filosofia, Brescia, La Scuola, vol. III,
19765, 195).
- G. Cucci, “La prudencia. ¿Un virtud que ha
desaparecido?”, en La Civiltà Cattolica, 9 de julio de
2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/07/09/la-prudencia/;
Id, “La templanza. El difícil arte de amar”, en La Civiltà
Cattolica, 21 de enero de 2022, https://www.laciviltacattolica.es/2022/01/21/la-templanza/;
Id, “La fortaleza. Una virtud exigente”, en La Civiltà Cattolica,
22 de octubre de 2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/10/22/la-fortaleza-una-virtud-exigente/
- La virtud humana, que es un hábito
operativo, es un hábito bueno y operativo del bien ( Theol. I-II,
q. 58, a. 3).
- El ejemplo es de Aristóteles: Ética
a Nicómaco, 1098a 19.
- ibid.,
1094a 24; Sum Theol. I, q. 2, a. 3; Dante, Paraíso,
VIII, 97-105.
- Cfr Theol.
I-II, q. 55, a. 1, ad 4um; q. 62, a. 2, ad 3um.
- “Para que el hombre obre bien se requiere
no sólo que esté bien dispuesta la razón por el hábito de la virtud
intelectual, sino que también esté bien dispuesta la facultad apetitiva
por el hábito de la virtud moral. Por consiguiente, así como se distingue
el apetito de la razón, así se distingue también la virtud moral de la
virtud intelectual. Por lo que, así como el apetito es principio del acto
humano en cuanto que participa de algún modo de la razón, así el hábito
moral es virtud humana en cuanto que se confirma con la razón” (ibíd.,
I-II, q. 58, a. 2).
- Cfr G. Cucci, “Emozioni e ragione: due mondi
antitetici?”, en Catt. 2015 III 139-150; Id., “La
prudencia. ¿Un virtud que ha desaparecido?”, en La Civiltà
Cattolica, 9 de julio de 2021, https://www.laciviltacattolica.es/2021/07/09/la-prudencia/
- Cfr Id., “Passioni”, en P. Benanti et Al.
(edd.), Dizionario di teologia morale, Cinisello Balsamo (Mi),
San Paolo, 2019, 735-742.
- CfrTomás de Aquino, s., De malo,
q. 12, a. 1; Theol. I-II, q. 46, aa. 1-3; q. 56, aa.
3-4.
- Cfr
Id., De Veritate, q. 26, a. 7; Sum Theol. II-II,
q. 142, a. 1.
- H.
Rosenwein, Generazioni di sentimenti. Una
storia delle emozioni, 600-1700, Roma, Viella, 2016,
147.
- “El bien de la razón es el bien del hombre
[…]. Pero este bien lo posee esencialmente la prudencia, que
es la perfección de la razón. La justicia, a su vez, realiza
este bien en cuanto le corresponde establecer el orden racional en todos
los actos humanos. Y las demás virtudes conservan este bien en cuanto
moderan las pasiones para que no aparten al hombre del bien de la razón. Y
entre estas últimas ocupa un lugar primordial la fortaleza,
porque el temor de los peligros de muerte es sumamente eficaz para apartar
al hombre del bien de la razón. Después viene la templanza,
porque también los placeres del tacto impiden más que otros el bien de la
razón” ( Theol. II-II, q. 123, a. 12; cfr q. 141, a. 8).
- Cfr R. Descartes, Las pasiones del
alma, Madrid, Biblioteca nueva, 2005,§ 74 e 211. Sobre el problema
central que plantean las pasiones a la relación cuerpo-alma, cfr. P.
D’Arcy, “Introduction”, en R. Descartes, Le Passions de l’âme,
París, Flammarion, 1996, 42-59.
- Kant, Antropologia pragmatica,
Bari, Laterza, 1993, § 73, 141; cfr Id., Critica della ragion
pratica, ibid, 1986, 90. Nota a propósito de Remo Bodei: “El
descubrimiento del aspecto positivo de las pasiones es algo bastante
reciente, tiene lugar sobre todo en la época contemporánea” (R.
Bodei, Geometria delle passioni. Paura, speranza, felicità:
filosofia e uso politico, Milán, Feltrinelli, 2003, 10).
- Damasio, L’ errore di Cartesio,
Milán, Adelphi, 1995, 18.
- Cfr D. Goleman, Intelligenza
emotiva, Milán, Garzanti, 1999, 85 s.
- Cfr G. Cucci, “L’odio. Un sentimento
complesso e potente”, en Id., La forza dalla debolezza. Aspetti
psicologici della vita spirituale, Roma, AdP, 2018, 369-399.
- Cfr S. Freud,L’Io e l’Es, en
Id., Opere, Turín, Boringhieri, vol. IX, 1977, 514; Id., Il
disagio della civiltà, ibid, vol. X, 1978, 258.
- Scheler, “Riabilitare la virtù”, en
Id., Il valore della vita emotiva, Milán, Guerini e Associati,
1999, 157.
- Como señala Maurizio Chiodi: “Hoy, de
hecho, luchamos en la moral con el eterno problema de un rigorismo que
separa la moral de la felicidad y de un laxismo que opone la felicidad a
la moral. O bien, la demanda recurrente de nuevas normas, después de otras
pasadas que ya no parecen aplicables hoy, es la confirmación de que el
moralista no espera otra cosa que una ética del deber y de la obligación.
Y esta misma concepción de la ética es evidente en quienes se oponen a
cualquier deber moral” (M. Chiodi, Il cammino della libertà. Fenomenologia,
ermeneutica, ontologia della libertà nella ricerca filosofica di Paul
Ricœur,Brescia, Morcelliana, 1990, 334, nota).
- Cfr
G. E. M. Anscombe, “Modern Moral Philosophy”, en M. Geach – L. Gormally
(edd.), Human Life, Action and Ethics, Exeter ‒ Charlottesville,
Imprint Academic, 2005, 169-194; G. Abbà, “L’originalità dell’etica delle
virtù”, en F. Compagnoni – L. Lorenzetti (edd.), Virtù dell’uomo e
responsabilità storica. Originalità, nodi critici
e prospettive attuali della ricerca etica della virtù,
Cinisello Balsamo (Mi), San Paolo, 1998, 135-165.
- Cfr,
por ejemplo, G. H. von Wright, The Varieties of Goodness,New
York, Humanities Press, 1963; P. Geach, The Virtues,
Cambridge, Cambridge University Press, 1977. Para
una panorámica histórica, cfr M. Micheletti, Filosofia analitica
della religione. Un’introduzione storica, Brescia, Morcelliana, 2002;
G. Filoramo, “Filosofia e religione”, en G. Cambiano – L. Fonnesu – M.
Mori (edd.), Storia della filosofia occidentale. 7. Problemi
d’oggi, Bolonia, il Mulino, 2015, 193-215.
- Foot, Virtù e vizi, Bolonia,
il Mulino, 2008, 4. Cfr M. Micheletti, Tomismo analitico,
Brescia, Morcelliana, 2007; G. S. Lodovici, Il ritorno delle virtù. Temi
salienti della Virtue Ethics, Bolonia, Esd, 2009.
- Cfr A. Da Re, “Il ritorno dell’etica nel
pensiero contemporáneo”, en Etica oggi: comportamenti collettivi e
modelli culturali, Pádua, Gregoriana, 1989, 105-233; E. Berti, Nuovi
studi aristotelici. Vol. IV/2. L’influenza di Aristotele. Età moderna e
contemporanea, Brescia, Morcelliana, 2010; M. Nussbaum, L’
intelligenza delle emozioni, Bolonia, il Mulino, 2008; I.
Boniwell, La scienza della felicità. Introduzione alla psicologia
positiva, ibid, 2015.
- U. von Balthasar, Gloria. Una
estetica teologica. I. La percezione della forma, Milán, Jaca Book,
1991, 11.
Tomado
de: https://revistasic.org/las-virtudes-cardinales-pilares-de-la-vida-buena/
Invitamos
a suscribirse a nuestro Boletín semanal, tanto por Whatsapp como vía correo
electrónico, con los más leídos de la semana, Foros realizados, lectura
recomendada y nuestra sección de Gastronomía y Salud. A través del correo
electrónico anunciamos los Foros por venir de la siguiente semana con los
enlaces para participar y siempre acompañamos de documentos importantes,
boletines de otras organizaciones e información que normalmente NO publicamos
en el Blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico