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viernes, 7 de abril de 2023

Enrique Mendoza, el trabajador / Norberto Bausson @Norbausson

 


No sé si está de acuerdo con las cosas que voy a relatar, no se lo puedo preguntar, pero estoy seguro de que con el título sí, porque esa era su gran virtud, diría que hasta vanidad y de la cual estaba orgulloso.

Lo conocí en el año 1991 mientras trabajaba en la Electricidad de Caracas, adonde fue a pedir ayuda para resolver el problema del agua en Petare, siendo alcalde del municipio Sucre. Nos comentó en esa reunión, en su poca elocuente forma de hablar, que el agua lo tenía loco y que el alquiler de camiones cisternas estaba desangrando la alcaldía.

Le expliqué someramente que la cosa era complicada en esas parroquias populares del municipio Sucre y que había que hacer un diagnóstico de la situación. Cuando le dije que eso tomaba unos tres meses se paró y no terminó de tomarse su frescolita, su refresco preferido.

A los pocos días me llamó y me dijo que sí íbamos a hacer ese diagnóstico, que arrancara de una y que le dijera cuánto costaba, con el compromiso de que cosas que detectáramos, cosas que resolvíamos.

Al concluir el estudio y presentárselo le comenté que el asunto no tenía que ver mucho con dinero sino con la organización y la mala conducta de los que manejaban esa zona del INOS. El alcalde un tanto sorprendido no atinó a decir mucho más: déjame eso sobre el escritorio.

A los días, recibí una llamada de la señora Aixa, su secretaria, pidiéndome que me preparara y vistiera adecuadamente para una juramentación. Yo la increpé: ¿una juramentación? Sí, el alcalde creó un instituto autónomo y usted lo va a presidir. Me quedé pensando y me dije: este sabe leer entre líneas con la habilidad de un lince.

Creamos el IMAS y formamos una envidiable empresa pública municipal apéndice de Hidrocapital que logró llevarle agua a esa gente tan necesitada, a punta de lo que el siempre cargaba como un ariete: trabajo, trabajo y más trabajo.

Después Enrique se convirtió en un aliado fundamental de los servicios en los procesos municipales y estadales del estado Miranda, llevando adelante la creación de instituciones y fundaciones capaces de compensar esa desesperante lentitud de la administración pública.

Esperando su turno después de Arnaldo Arocha, a quien respetaba celosamente, se convirtió en gobernador y continuó estirando las horas del día para salir de Petare en la madrugada, pasar por Guarenas, almorzar rapidito en Chuspita donde Sebastián, darle en un ratico para Higuerote y regresar tarde a firmar un cerro de papeles hasta la madrugada. Amigos, no había fecha en el calendario, ni día de la semana que no empezara a las 6:00 am con una reunión y de allí hasta la madrugada, por eso es que pienso que su edad cronológica era más o menos la mitad de su edad de trabajo.

En una frenética carrera donde inaugurar cosas a diario era una regla, llenó de escuelas, ambulatorios, canchas, hogares de cuidado, casas del abuelo, además de servicios públicos de primera donde la seguridad del ciudadano era el punto de partida: los viajeros que transitaban el estado Miranda cada pocos minutos veían una patrulla en labores de vigilancia y cuidado del ciudadano, todo bajo la mirada vigilante de un director de policía excepcional llamado Hermes Rojas, quien formó parte del equipo triunfador de Enrique.

Concejal, alcalde, gobernador, diputado a la Asamblea Nacional y director de la Coordinadora Democrática aún siendo gobernador, enfrentó los más diversos retos en el mundo político de la época, destacándose su habilidad para mover la calle y jugársela.

Un detalle que no puedo dejar de pasar es su actuación frente al desastre de El Guapo, Barlovento, en diciembre de 1999.

Logré comunicarme con él y su asistente Oscar Pérez, el cabezón, fiel aliado de Enrique. Les digo a Oscar y al gobernador que las probabilidades de que la presa de El Guapo se desbordara y arrasara con todo lo que había entre El Guapo y Río Chico parecía muy alta y que la recomendación era desalojar a la gente ese mismo día, 15 de diciembre de 1999.

El gobernador, luego de sobrevolar la presa y corroborar lo que se le informó, procedió con la evacuación más efectiva conocida en la era moderna de nuestra patria, incorporando durante la tarde y noche del día 15 y madrugada del 16 todos los vehículos, autobuses, camiones y otros elementos de la gobernación que permitieron evacuar la zona en un alarde de trabajo que podría ser su reseña magistral, su epitafio, salvando miles de ciudadanos barloventeños. El día 16, a las 3:40 pm desde su helicóptero, acompañado por su fiel camarógrafo el Camello vio cómo una gigantesca ola arrasaba todo a su paso.

Sí, ese vertiginoso modelo de vida donde robarle horas al sueño era una costumbre gerencial, lo llevó a logros increíbles en un alarde de sacrificio por sus electores.

Por otro lado, sus acciones para derrotar el oprobio nunca fueron mutiladas por el miedo o el acomodo y su olfato intuyó por dónde venía Pedro Carmona Estanga, separándose rápidamente de la fase final de esa torcida gesta.

Anoche al llegar a su capilla en el Cementerio del Este, luego de que su gente lo paseó por su Petare y lo metió a la iglesia El Dulce Nombre de Jesús, justo al lado donde giró sus primeras instrucciones políticas, observé cómo muchos de sus amigos asistían a darle su última despedida, pero lo que más me conmovió fue ver a sus mujeres, a sus hombres de siempre, sus amigas, sus amigos, esa gente humilde de Petare que lo siguió más de un cuarto de siglo, asumiendo su papel protagónico como él siempre les exigió, y que su humildad estaba presente hasta en las banderas que cubrían su féretro,  condición que seguramente  habría aprobado él con su nueva firma destellante y su salida a tropel estrenando despacho con visión cenital cantando el himno del estado Miranda, desde el cénit, comenzando su nuevo trabajo.

https://www.elnacional.com/opinion/enrique-mendoza-el-trabajador/



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