Maxim Ross 16 de abril de 2023
Observamos
un creciente interés por el tema Ciudadanos y Ciudadanía y por el grado de
poder que podrían tener, no solo en nuestro territorio sino fuera de él[1]. Encontramos también un llamado a
aumentar su participación en asuntos de interés público, pero sin hallar una
fórmula que potencie ese objetivo. En general, y es lo que registramos, su
poder se manifiesta, principalmente, a través de la protesta y las
demostraciones de calle, dando lugar a la creencia de que esa es su única
manera de expresión.
También, desde luego, existen múltiples expresiones de ese poder, cuando contabilizamos las muchas organizaciones de la sociedad civil que lo revelan, tales como los gremios profesionales, los sindicatos, las organizaciones de defensa de derechos humanos, civiles y políticos que habitan en distintos países pero que, normalmente, se identifican con intereses particulares a ellas y no persiguen un objetivo más general, el cual equipare su presencia activa con el resto de los poderes públicos y con las organizaciones políticas.
En el
caso de estas últimas ellas monopolizan esos intereses generales gracias a la
representación que ejercen mediante el componente electoral. Nos inspira una
frase tomada de la excelente y breve historia elaborada por Derek Heater que
dice así:
“Pero
si la ciudadanía se reduce simplemente el hecho de presionar unas pocas letras
de un teclado (para votar, nota nuestra) ¿no estamos consintiendo la apatía?[2]
En el
fondo de lo que se trata es que esas organizaciones, en la medida que se
articulen sobre un propósito de mayor alcance y de interés nacional, terminen
potenciando la sociedad civil a la que pertenecen. Como consecuencia de lo
antes dicho, en estas notas elaboramos una sucinta evaluación de las
distintas versiones que hemos encontrado en nuestro país, proponiendo abrir una
discusión sobre el tema y exigiendo un mayor peso de los ciudadanos en los
asuntos públicos y de interés general. Para comenzar y ubicar a nuestros
lectores en el tema presentamos una breve referencia de su evolución a lo largo
del tiempo.
Esclavos,
súbditos, ciudadanos, súbditos, ciudadanos, ¿súbditos?
Puede
extrañar la forma en que iniciamos este modesto examen, pero queremos dar
cuenta de cómo fue la trama de esta práctica y este concepto a lo largo de la
historia pues, como se sabe, la humanidad ha pasado por todas ellas ilustrando,
a nuestra manera de ver, dos asuntos importantes. Por una parte, comprueba que
cada una de esas etapas ha sido superada por una constante lucha por la
igualdad y la libertad en su más amplio sentido, lo que quiere decir que la
“ciudadanía” no se consigue gratuitamente, pero que, a la vez, su consecución
no es una garantía de supervivencia.
Por
otra parte, y aun a pesar de lo dicho, esa historia revela también que el hecho
ciudadano parece tener presente y futuro, a pesar de las amenazas políticas que
pesan sobre el género humano con todas esas nuevas expresiones de poder
que hoy llamamos “neo-populismo” en sus distintas aristas o del inmenso poder
que han tomado los Estados nacionales. Por esa razón, colocamos una
interrogante a la palabra súbditos, si acaso la apatía y la pasividad vuelven a
triunfar. Sin embargo, aun así la historia nos dice que se pueden sembrar
esperanzas de su supervivencia, como bien nos defiende Heater:
“Todo
lo narrado en este libro es la historia de una forma de identidad socio
política que ha sobrevivido desde el año 700 a.C. hasta el 2000 de nuestra era
a través de procesos de continuas metamorfosis. No hay razones, pues, para
pensar que la ciudadanía no pueda seguir adaptándose y, por tanto, sobrevivir.”
(Pág., 265)
Dicho
esto, pasamos a examinar las distintas posturas y exigencias que se han
realizado en nuestro medio clamando por un mayor peso y más participación en
los asuntos que más nos preocupan, especialmente en lo que respecta al
deterioro de nuestro ordenamiento democrático y al nivel y la calidad de vida
de la gran mayoría de la población venezolana. Todo ello con el fin de evaluar
en qué medida pueden contribuir a aumentar el Poder Ciudadano.
Ciudadanos:
¡Uníos!
Los
primeros registros de participación proviene de distintas personalidades e
instituciones que han hecho un llamado para que los ciudadanos se unan, como
suma de individuos, todos en uno, podría decirse y levanten su voz frente a los
acontecimientos que nos acogen. Lo característico y significativo de esta
versión es que no se formaliza de manera orgánica y queda limitado a un mero
llamado sin potenciar sus fuerzas.
Cuando
presentamos esta interpretación no despreciamos el inmenso valor que tiene un
emplazado de esa naturaleza, en tanto cada individuo tome conciencia de que su
rol en la sociedad va más allá de sí mismo, pero si ese clamor no logra
encontrar nichos de representatividad o participación más colectivos, o
asociativos pierde su eficacia y potencialidad. Individuos aislados
difícilmente incrementan el Poder Ciudadano.
Organizaciones
Ciudadanas.
Precisamente,
para superar esa condición de aislamiento que, desde luego, crea pasividad,
apatía y, consiguientemente, desesperanza, ese individuo termina focalizándose
y acercándose a alguna organización que se asemeje a sus intereses
específicos, comúnmente a los más cercanos verbigracia, la comunidad o la
vecindad, pero puede concurrir y asociarse en organizaciones de mayor calibre
que tienen un objetivo específico, tales como las de defensa de derechos
humanos, civiles, políticos, ecológicos o económicos.
Sin
embargo, aun cuando estas organizaciones logran alcanzar un gran efecto en la
opinión publica, a nivel nacional e internacional y han propuesto importantes
cambios y resultados en distintos frentes de la acción humana y gubernamental,
tienen la debilidad de que su basamento defensivo y conceptual es,
esencialmente, de orden moral y ese, que debería ser su gran poder potenciador,
termina opacado o atenuado por la comparativa e inmensa influencia y capacidad
de los gobiernos y los Estados.
En
nuestro caso, un sinnúmero de organizaciones de ese tipo logran sobrevivir
apenas, porque su autonomía no se fundamenta en la posesión de recursos propios
y requieren de apoyos externos, nacionales o internacionales, frente a las
arremetidas de un Estado que lo tiene todo en su sus manos y en su haber.
Además, por sus características propias, no se consolidan en una organización
más amplia, de un objetivo general. Queda solo, en su defensa, ese poder moral
a que aludimos, pero sin la consiguiente contrapartida que logre equipararlas a
otros poderes. De nuevo, nadie puede negar el significativo efecto que tienen
en mejorar sustantivamente la práctica de los hechos que defienden, pero
difícilmente pueden pasar de allí.
Ciudadanía
y capacidades.
Obviamente,
de lo antes dicho y de la experiencia histórica se desprende que su fuerza y
poder dependen de qué tipo de capacidad acumulan. Nos sirve de ejemplo la
presencia ciudadana que se encuentra en gremios que la tienen como es el caso
de los sindicatos que representan la fuerza laboral que mueve un país. Razón
por la cual se volvieron tan poderosos. Otros gremios representativos de
capacidades son, desde luego y en primer lugar, los empresariales quienes
poseen la contrapartida económica del capital y de allí su también poderosa
influencia.
Después
de ellos, apelando al mismo criterio que va más allá de un componente moral o
ético, están los gremios profesionales de médicos, abogados, docentes,
etc., etc., a lo que se suma hoy, el poseer conocimientos y tecnologías como
fuerzas propulsoras, las que, sin duda, son formas muy representativas de poder
ciudadano. Solo, de nuevo, que este queda limitado a sus fines específicos. Una
suma de ellos, articulados sobre un objetivo más amplio podría potenciarlos
adicionalmente.[3]
Poder
Comunal
Otra
de las expresiones de ese poder es el que va desde la Asociación de Vecinos
hasta la ahora recreada Comuna, pero debemos tener en cuenta lo que nos dice la
historia cuando se trata de evaluar las capacidades y condiciones de existencia
de una y otra. Las primeras, la de los Vecinos toma auge por la consolidación
de las grandes ciudades y por la existencia de problemas comunes a ellos de
menor envergadura. La Comuna, por su parte, refresca el ambiente de los
pequeños pueblos de la antigüedad, más de carácter rural que urbano que
precedieron a las nuevas ciudades.
Al
evolucionar la sociedad hacia lo nuevo, a la Ciudad y a la Ciudad-Estado y al
Estado Nacional, la Comuna, aunque permanece, dejó de tener la misma
influencia. El Gobernador y el Ayuntamiento fueron sustituyéndolas en poder o
cobijándolas cuando las ciudades y los Estados crecieron.
En el
caso venezolano, el intento de regresarle poder a la Comuna se debilitó por dos
vías. En primer lugar, por la poca vigencia misma que posee, dada la magnitud y
calibre de los problemas que aquejan a una sociedad moderna como la nuestra, la
que exige soluciones de tamaño “nacional” para superarlas, En segundo lugar, y
quizás más importante que lo anterior, fue su extrema supeditación al Estado y
su subordinación política al partido de gobierno.
Poder
Ciudadano en la Constitución vigente
Enfrentamos
ahora la ficción de “poder” que se insertó en la Carta Magna, el cual proviene
del rescate del ideario de Bolívar con lo del Poder Moral Republicano, en el
que se privilegia el valor ciudadanía cuando se crean las figuras del Defensor
del Pueblo y del Fiscal quienes, se supone, representarían genuinamente la
voluntad del colectivo, pero bajo la circunstancia, que de entrada mina su
poder, por su afiliación y dependencia del Estado venezolano.
Por un
lado, porque sus recursos financieros provienen del Presupuesto Nacional, con
lo cual están sujetos a las aprobaciones respectivas del Poder Ejecutivo y del
Legislativo[4]. Por el otro, porque los
funcionarios designados para ejercer esos cargos, si bien provienen de
decisiones y postulaciones de “diversos sectores de la sociedad” terminan
siendo elegidos por el Legislativo, quien tiene la potestad de removerlos de
sus cargos o, inclusive si esas postulaciones no se materializan, termina
designándolos.[5]
Las
otras expresiones de poder ciudadano en dicha legislación se reúnen en su
Capítulo IV en el que se encuentran las figuras del Referendo, la revocatoria
de mandatos, las asambleas de ciudadanos, el cabildo, etc. etc.” cuyas
decisiones serán de “carácter vinculante”, como allí se indica.[6] De todas ellas, solo una, el
Referendo ha sido ejercido pero, como bien sabemos, su puesta en práctica muy
contaminada por su elevado componente político y por los otros poderes. Como se
puede comprobar fehacientemente ese “poder ciudadano” resulta en una ficción
dentro de la Constitución vigente.
Poder
Ciudadano.
Una
vez realizado este repaso por la historia de la Ciudadanía y las distintas
expresiones que hemos podido explorar en nuestro medio, cabe hacerse la
pregunta de qué contenidos y condiciones debería tener una autentica
representación de Poder Ciudadano. Decimos, entonces, que no basta con apelar a
todos los ciudadanos, individualmente encarnados, si estos no cuentan con un
mínimo de organicidad y asociación que los agrupe y que tampoco basta con
poseer todo el peso de un poder moral para que esa Ciudadanía tenga la fuerza
necesaria y hacerse valer frente a los restantes poderes.
También
la historia nos deja otra primera lección, cuando capacidades, privilegios y
propiedad forman parte de su fortaleza y progreso. Como consecuencia de lo
antes dicho, a esa fortaleza moral hay que añadirle capacidades intelectuales,
profesionales o económicas para que tenga el poderío y la robustez necesarios.
Desde luego, lo que otra vez la historia nos comprueba es el que el dúo
propiedad y ciudadanía están esencialmente atados y que, sin esta combinación,
las posibilidades de ejercer un efectivo Poder Ciudadano se ven limitadas. En
el caso venezolano peor todavía.
Poder
Ciudadano y Poder Estatal.
Un
breve inventario de las relaciones de propiedad entre el Estado
venezolano y sus ciudadanos lleva a un profundo desbalance porque, se podría
decir, que ese Estado “lo tiene todo”, como veremos más adelante. Comencemos
con lo principal: el petróleo del que se ha apropiado completamente y donde la
participación ciudadana es inexistente. Se comprenderá, que esto de Poder
Ciudadano sin afectar esa propiedad es, más allá de ingenuo, engañoso.
Luego,
para completar el cuadro es bueno saber que el Estado venezolano es dueño de
entre 46% y 50% de la propiedad venezolana, especialmente la agraria, según
distintos autores[7] Seria demasiado evidente concluir en
que, sin enfrentar esta cualidad del Estado venezolano poco se puede avanzar en
construir Poder Ciudadano.
Para
concluir.
Nadie
desea que esta realidad se concrete de una vez y menos con las malas
experiencias “revolucionarias”, por lo que promover una ruta de secuencias, de
pasos que alcancen al final el objetivo deseado es lo que se propone. Por esta
razón, poder moral, sumado a capacidades, a una mayor organicidad de los ciudadanos,
aunada a cambios sensitivos en el sistema de propiedad, comenzando con el
estatal, pero no dejando de lado el resto, puede progresivamente hacer valer la
tesis de un más poderoso y más influyente Poder Ciudadano.[8] Lo más importante es tener clara
conciencia de los objetivos, valores y medidas que deberían unificarnos.
[1] Algunas
referencias internacionales lo comprueban. Solo como ilustración el auge de
Ciudadanos en España, la apelación de Macron a ellos en su primera elección. El
Movimiento de los “Indignados”
[2] Derek
Heater. “Ciudadanía. Una breve historia” Alianza Editorial, 2007. (pág. 259)
[3] Siempre
decimos que nos gustaría ver a los médicos defendiendo a los ingenieros y
viceversa.
[4] Articulo
273 El Poder Ciudadano es independiente y sus órganos gozan de autonomía
funcional, financiera y administrativa. A tal efecto, dentro del presupuesto
general del Estado se le asignará una partida anual variable.
[5] Articulo
279
[6] Articulo
70
[7] Ver
Ross, M, el “El Fin de Petrolia y Una Nueva Venezuela”. pág. 87/89
[8] La
propuesta de una Plataforma Cívica, sumada a las tesis de Construcción de
Ciudadanía y los experimentos comunitarios no politizados pueden ofrecer un
camino de soluciones.
Maxim
Ross
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