DANIEL LOZANO 05 de diciembre de 2023
La crisis migratoria del país
es la más grave sufrida en la historia de la región, pese a la negación y la
“normalización” de Maduro y al endurecimiento de las medidas en las fronteras
María
Fernanda dejó de cantar la semana pasada en las calles de Guayaquil
aquello de «Soy desierto, selva, nieve y volcán», del tema “Venezuela”, que
tanto eriza la piel de los criollos al recordar a su país. Con 27 años recién
cumplidos, se ha lanzado de nuevo a la aventura del emigrante. Un reto más
porque sabe que el éxodo de sus paisanos, la mayor huida en la historia de
América Latina, la huida desesperada, es un desafío sin fecha final.
La joven llanera lleva años en esta vida, aunque era apenas una adolescente cuando hace más de una década un grupo de universitarios escandalizó al país con un video, Caracas, ciudad de despedidas, en el que contaban sus razones para largarse de su país. «Me iría demasiado», fue la frase que se popularizó en una sociedad que ni imaginaba lo que estaba por venir.
Hasta
Hugo Chávez se mofó y criticó a esos jovencitos sifrinos en su Venezuela
invencible del socialismo del siglo XXI, ejemplo para el mundo. «De lo que pase
en Venezuela, del éxito de nuestra revolución puede depender la salvación de
este planeta», acuñó entonces.
Como
si tuvieran una bola de cristal, Paul Ruiz y sus panas predijeron el gran drama
del siglo, el mismo que les ha convertido a todos ellos en los parias de las
Américas. Entre ellos la madre coraje María Fernanda, cuya primera huida le
condujo desde su Barinas natal, la cuna del comandante supremo, hasta Colombia.
Después llegó el segundo salto a Ecuador. Ahora va por el tercero, con destino
final en Santiago de Chile, donde la abuela espera a sus nietas, de seis y tres
años, con unas ricas arepas. Un paradigma de cómo se mueven hoy los venezolanos
en busca de la tierra prometida porque la suya dejó de serlo.
Con
sus dos chiquillas, María Fernanda ha recorrido durante una semana los 4.700
kilómetros que separan la ciudad costeña de la capital chilena. Siete días de
travesía y mucho miedo en la frontera entre Perú y Chile, dos países que han
extremado sus medidas hacia los migrantes venezolanos. «Fue horrible, horrible.
El primer día nos agarraron (la policía chilena) en la frontera y nos
devolvieron. Duramos toda la noche, siete horas, en el desierto, con miedo, con
frío. Lo más increíble es que las niñas no tuvieron miedo, no dijeron ni una
palabra porque no podíamos hacer nada de ruido. Los policías estaban cerca.
Éramos un grupo de 15 personas. Al final, pudimos pasar por la trocha, nos tocó
correr, tirarnos al suelo, escondernos otra vez y caminar, caminar muy rápido
durante varias horas. Como si fuera una película», detalla a El Mundo, todavía impactada por la aventura vivida,
la más fuerte en sus años de emigración.
La
madre y las dos niñas son hijas de la descomunal diáspora venezolana, que ha
pulverizado otro récord inimaginable para un país que nunca emigró hasta que la
revolución bolivariana dinamitó todo lo que parecía sólido en la nación más
rica de América. Los criollos ya suman más de 8 millones de emigrantes, camino
de 8,5 millones, según ha corroborado Tomás Páez, presidente del Observatorio
de la Diáspora Venezolana.
Y lo
que falta. «La emigración no va a parar hasta que el venezolano sienta que
tiene un futuro en su país», resume la líder opositora María Corina Machado.
Una
cifra que supera con creces los 7,7 millones que publicó hace meses la Agencia
de Refugiados de Naciones Unidas (Acnur), demonizada por Nicolás Maduro: «Son
estúpidas esas cifras».
La
escala Páez, como se la conoce en círculos académicos, es imbatible, no
entiende ni de propaganda y va más allá de las instituciones. «La diferencia
está en que esas cifras no consideran todos los países en los que se han
instalado los venezolanos, más de 90», confirma Páez a este periódico.
«Estamos
ante una recomposición del proceso migratorio en América Latina. Mucha gente se
mueve entre países por la situación cambiante: es muy difícil conseguir una
familia con miembros que no se hayan ido del país. En nuestros barrios estamos
viendo procesos de despoblación, con emigración más tardía», añade Pérez desde
su observatorio en los barrios más populares.
«Han
estado pasando por aquí hasta 70 personas todos los días, más de 80% con el
sueño de llegar a Estados Unidos. Van a Medellín y desde allí se dirigen a
Necoclí para comenzar la travesía de la selva del Darién. Están cada vez más
delgados y con mucha desnutrición, con un desgaste muy notable. Más pobres y en
condiciones deplorables», revela a El Mundo Ronald Vergara, el
ángel que cuida de los emigrantes en el albergue Hermanos Caminantes, a 50
kilómetros de la frontera entre Venezuela y Colombia.
El “sueño americano” que lleva a Estados
Unidos
EE UU,
pese a todo, vuelve a ser la tierra prometida de los más desesperados. Por
primera vez en la historia, los venezolanos superaron a mexicanos y
centroamericanos al otro lado de la frontera del río Bravo: 54.833 ilegales
cayeron en manos de la Patrulla Fronteriza estadounidense en un solo mes,
septiembre.
«El
venezolano que está llegando en las últimas oleadas migratorias no tiene familia
ni amigos cercanos. Pasan meses en los hoteles y shelters que han dispuesto las
ciudades (Nueva York, Chicago…), pero sin permiso de trabajo es prácticamente
imposible que puedan conseguir un trabajo para poder establecerse y seguir
adelante», explica Daelit González, activista en pro de los emigrantes. Las
imágenes de sin techo venezolanos en calles estadounidenses han sorprendido a
su sociedad hasta convertirse en objetivo de diatriba electoral a menos de un
año de las presidenciales. Las autoridades han anunciado la concesión de miles
de puestos de trabajo para paliar la crisis.
«La
migración se ha convertido en un arma de la guerra híbrida», acuñó el
influyente politólogo Georg Eickhoff. Lo sabe el chavismo pese a su propaganda,
ya que se ha beneficiado de la extrema presión migratoria que sufre EE UU en su
frontera con México. Los acuerdos de Barbados entre Maduro y la oposición
habrían estallado por los aires sin los avances entre Caracas y Washington en
materia migratoria: ya son varios los vuelos llenos de deportados venezolanos
desde Texas y Florida hasta el aeropuerto caraqueño de Maiquetía.
Vuelos
de deportación que incluso han llegado a Caracas desde Islandia, para dar fe a
las investigaciones de Páez. Los venezolanos están repartidos por todo el
mundo. Pese a los chistes y las mofas contra aquellos jóvenes que hace más de
una década lo vieron venir, los venezolanos, como dicen ahora sus
protagonistas, «nos fuimos demasiado».
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