Por Guzmar Castillo
Nunca pude imaginarme mi día
cero, el día en que me subiría en un avión para dejar mi país por tiempo
indefinido; lo intentaba, luchaba haciéndome una imagen mental de esas 24 horas
que cambiarían mi vida, como me sentiría, quienes irían conmigo al aeropuerto,
incluso la reacción de mis hijos, pero no pude.
Era tanto el temor y la
expectativa, que esa madrugada sentí hasta náuseas, dejando a un lado el trauma
psicológico que sufro desde mis primeros años de vida con las despedidas, la
sensación de dejar todo y empezar de nuevo se materializó con un vacío en el
estómago, que rápidamente se propagó a mis órganos vitales y llegando a sentir
incluso que falta el aire.
Dejar la ciudad que amo, sus
crepúsculos, su música, mi gente. Estaba a punto de alejarme de aquello que me
identificaba, eso que me hizo ser quien soy ahora.
Esa madrugada no fue fácil,
pero sonreí y transmití esperanza a mis hijos de 6 y 10 años, quienes esperaban
con expectativa ese día. Fue una jornada larga, tan larga y dura como las caras
de los funcionarios de migración y la Guardia Nacional Bolivariana, que
chequean e indagan en cada milímetro de tu vida pasada y futura.
Llegué con el corazón en la
garganta al Aeropuerto de las despedidas, al de la obra de Cruz diez, donde no
quise hacerme la foto cliché por creerla innecesaria pues no le hacía justicia
a mi tristeza, al contrario, la banalizaba; dos días después me enteré que unos
periodistas fueron detenidos por tomarle fotos al piso donde muchos pies han
simbolizado la fuga de talentos y afectos del país.
En medio de la espera, logré
ver a muchos jóvenes recién graduados esperando embarcar el mismo avión que yo,
podía escuchar como hacían planes sin certezas pero con esperanzas. Mientras
tanto, yo reflexionaba sobre la fortuna que tuve de poder ejercer más de 10
años de carrera en Venezuela, poniendo mi granito de arena por la causa y que
ellos no tendrán.
En este caso, ahora será
Argentina quien se beneficiará de esa juventud, esas ganas y esos conocimientos
que esos chamos llevaban en sus maletas. El fenómeno de la migración es tan
complejo, que tendría que dedicar un artículo completo a lo que descubrí desde
que mi familia y yo tomamos la difícil decisión de irnos y “probar suerte” en
otro lugar, por eso no ahondaré en detalles en este momento.
Luego de seis horas y media
de vuelo, ahí estaba, pisando el suelo de Messi, Gardel, el Papa Francisco y
muchos otros más que son referencia de este país de Sudamérica. Era tanto lo
que me habían dicho sobre emigrar que tenía la cabeza llena de temores, frases
como “El calor y la amabilidad como la del venezolano no encontrarás en
ninguna parte” me helaban la sangre.
Pues la experiencia me
sorprendió y me enseñó algo muy diferente, desde que llegué a mi nuevo país de
residencia, no he recibido más que hospitalidad y amabilidad. ¡Hola! Fue lo
primero que escuché del funcionario de migración, quien luego de pedirme la
dirección donde me hospedaría, me tranquilizó sonriente diciéndome
“Bienvenida”, y asimismo el chofer del taxi que nos trasladó, el portero del
edificio donde ahora vivo y el cajero del supermercado que además me trata como
si me conociera hace años.
Siempre te preguntan si es
verdad lo que dicen las noticias sobre Venezuela; al principio no sabía que
responder, pero ahora les explico que pasamos por un mal momento y lo
comprenden a la perfección, sobre todo porque ellos han vivido episodios malos
en su historia que han marcado el rumbo de esta nación. Empáticos, han llegado
incluso a inferir que ha de ser muy difícil emigrar bajo estas circunstancias.
También me he topado con
varios venezolanos que están trabajando duro hace tiempo en esta tierra,
que se esfuerzan honestamente para vivir en mejores condiciones en este país
que abre sus puertas sin recelos. La nostalgia se mezcla con alegría cuando
reconoces un acento común, cuando te das cuenta de que no estás solo, y que
tienes una conexión con tu país en estas personas que como tú, solo
buscaron un nuevo camino.
Al conversar, todos
coincidimos en que a pesar de haber emigrado por decisión propia en búsqueda de
nuevas oportunidades, se extraña a diario cada centímetro de nuestro terruño, y
es que es muy difícil dejar de sentir “mamitis” por nuestra patria, más aún
cuando has dejado pedazos de tu corazón regados en ese suelo que te vio nacer.
Es allí cuando te das cuenta que no dejaste nada, que te trajiste el país en la
maleta.
Mientras tanto, los temores
y la tristeza se van calmando cuando te dedicas a trabajar duro, a aportar
antes que restar, a integrar, a respetar y te vas adaptando a esta nueva
escenografía en la que das inicio a un nuevo capítulo de tu vida. Entonces
reconoces que lo mejor de tu país se vino contigo, que está en ti sacarlo a
relucir y que nadie puede borrar tu esencia, esa que te conecta con tu tierra,
la que te hace sentir orgullosa.
El gran poeta Antonio
Machado dijo en una de sus obras, que más tarde musicalizó Joan Manuel Serrat,
una frase que me parece propicia para esta experiencia: “Caminante no hay
camino, se hace camino al andar”, y es que los prejuicios a los que te
enfrentas cuando tomas una decisión como esta, hacen la transición más difícil,
pero lo cierto es que al final cada experiencia será distinta y estará marcada
por la actitud con que se enfrente este paso.
09-11-16
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