Luis Manuel Esculpí 08 de noviembre de 2016
@lmesculpi
Más
allá del debate de los expertos sobre la pertinencia de la calificación como
síndrome, al comportamiento de los rehenes en el atraco a un banco de
Estocolmo, a mediados del año setenta y tres. Ese suceso en la capital Sueca,
marcó los rasgos de la conducta psicológica de comprensión y afecto de las de
víctimas de secuestro hacia sus captores, a partir de allí surgió la
denominación de “síndrome de Estocolmo”. Al poco tiempo el famoso caso de
Patricia Hearst la heredera millonaria norteamericana, que se convirtió en
combatiente del Ejército Simbionés de Liberación, después de ser secuestrada,
se convirtió en un ejemplo emblemático para caracterizar ese comportamiento.
En
nuestro país apareció un síndrome que también tiene rasgos esencialmente
psicológicos, su “nacimiento” fue el 11 de abril del 2002. Confieso que tal
denominación no es original, me la comentó un ex ministro que estuvo muy cerca
de Chávez, al explicarme la razón por la cual cada vez que la oposición convoca
una marcha, de inmediato el oficialismo procede a movilizarse hacia el centro
de la ciudad para proteger Miraflores.
Llama
la atención que también a partir de esa fecha el “llegar a Miraflores”
marchando, para algunos sectores de la oposición, constituye el momento
culminante de esta lucha. Se olvida que el 4 de febrero del 92, cuando el golpe
de estado, atacaron con tanquetas Miraflores e incluso se combatió en los
pasillos del palacio y quien ejercía la presidencia, derrotó la insurgencia
desde un canal de Televisión.
No
pretendemos ignorar todo el simbolismo que se encierra en nuestra cultura
reciente, lo que significa una movilización masiva hacia ese icono del poder,
pero de allí a considerar que a raíz de una manifestación que llegue a Puente
Llaguno, se producirá un desenlace y el logro el cambio político medía una gran
distancia.
Coincidimos
plenamente con el señalamiento que el centro de la ciudad y en particular los
alrededores de la sede del gobierno, no debe ser un espacio vedado para las
fuerzas democráticas y de utilización exclusiva del oficialismo, ello constituye
la negación de un derecho consagrado en la Constitución y las leyes.
En el
imaginario el “ir a Miraflores” puede desalojar a la camarilla gobernante del
poder semejante al del año 2002, sin la confiscación que de esa gigantesca
movilización -con las consecuencias lamentables en cuanto a las víctimas de la
brutal represión- hicieran representantes de los poderes fácticos que con sus
torpezas posibilitaron el regreso del presidente derrotado.
Es
comprensible que frente a la crisis cada vez más aguda, con esta inflación sin
precedentes en nuestra historia, se expresen manifestaciones de desesperación y
la aspiración de un desenlace lo más pronto posible. El haber conformado una
mayoría que tiende a solidificarse ha sido el resultado de un costoso proceso,
que ha implicado el diseño de una estrategia que lo ha posibilitado; es el
trazado de una ruta insistentemente proclamada como constitucional, pacífica,
democrática y electoral. En ese terreno es donde podemos derrotar al adversario
y colocarlo a la defensiva, por eso evade cualquier confrontación que
signifique medirse electoralmente.
La
exigencia de un cronograma que contemple la recolección de firmas para el
referéndum, o la celebración de elecciones adelantadas se inscriben en esa
estrategia, no se puede abandonar, hay que perseverar en ella, ejerciendo
democráticamente toda la presión de que seamos capaces tanto en la calle como
en la mesa de diálogos, para así poder alcanzar el cambio político y abrir
cauces para conquistar una sociedad de progreso en paz, que en definitiva
constituye la aspiración de la mayoría de los venezolanos.
@lmesculpi
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