Gonzalo González 18 de de agosto de 2022
Almagro
plantea la tesis de que ante la estabilidad del régimen lo conveniente para el
país es negociar un status de «cohabitación con contrapesos» – lo que eso
signifique, porque el proponente no entra en detalles –, uno supone que se
trata de compartir el gobierno entre el chavismo y las fuerzas democráticas.
No es lo mismo la coexistencia existente en los poderes regionales y municipales entre factores del mundo democrático y el chavismo, permitida por el régimen porque le es funcional a sus intereses de aparentar lo que no es, a lo propuesto por Almagro. La diferencia estriba en el cuestionamiento que se hace desde la oposición democrática a la legitimidad de origen, de gestión del gobierno Maduro y a sus esfuerzos para desplazarlo del poder.
La
cohabitación propuesta tampoco es lo mismo que ha sucedido en Francia debido a
las particularidades de su régimen mixto (combinación de presidencialismo con
parlamentarismo) en el cual no es traumático que el presidente y el primer
ministro provengan de sectores enfrentados porque las competencias de gobierno
de esos mandatarios están claramente establecidas en la Constitución; además
ese escenario siempre se ha dado entre fuerzas republicanas y democráticas
aunque ideológicamente diversas.
La
actual fortaleza del régimen es un dato de la realidad a tomar en cuenta, sobre
todo para internalizar lo difícil y complicado de su superación. Tal acto de
realismo no tiene por qué llevar a la conclusión de que la alternativa
correcta, única para la sociedad venezolana y sus fuerzas democráticas es
proponer un acuerdo de cohabitación con el régimen. Cómo escribió alguien, la
propuesta tiene un tufillo a aquello de que si no lo puedes vencer únete a él.
Lo
cual sería una virtual rendición y conversión de los partidos democráticos en
satélites del Psuv como sucede en la actualidad con Alacranes, Mesitos, Alianza
Democrática, Avanzada Progresista quienes en la Asamblea Nacional usurpadora ni
siquiera hablan para oponerse a los desaguisados que en ese escenario se
aprueban. Esos sectores políticos tienen con el oficialismo una relación de
subordinación. Colaboracionismo puro y duro.
Sería
un acto de sometimiento al statu quo imperante porque la propuesta no
provendría desde una posición de fuerza sino de debilidad, de la aceptación de
que el régimen seguirá siendo más fuerte indefinidamente. Admitiendo de hecho
que el enorme retroceso en todos los índices civilizatorios del Estado y la
sociedad acaecidos durante el régimen chavistas no son reversibles desde la
política. Consideración que desdeña las enseñanzas de la historia sobre la
mutabilidad de las condiciones políticas y de que nada dura para siempre. En
nuestro caso: el gomecismo en 1930 parecía eterno; igual sucedía con la
dictadura de Pérez Jiménez en 1956. Más allá de nuestras fronteras pocos
previeron el colapso del bloque comunista.
Otra
cosa sería un acuerdo de transición hacia la restauración del orden
constitucional que pase por una cohabitación para aceitar y facilitar los
cambios necesarios. Acuerdo con objetivos, metas y plazos claramente definidos,
auditables, con sanciones por incumplimientos sin justificaciones de fuerza
mayor.
¿Está
el chavo-madurismo por una cohabitación donde tenga que ceder poder y el
objetivo de la misma sea facilitar la restauración del orden constitucional?
La
concepción dictatorial del ejercicio del poder de parte del chavismo y la
ausencia de apertura política – más bien lo que hay es un endurecimiento
autoritario en el discurso y la acción – no autorizan a ser optimistas respecto
de la posibilidad de un acuerdo en el sentido del que venimos hablando.
Tropezamos
de nuevo con la ausencia de incentivos para que el oficialismo acepte una
negociación dirigida a buscar y materializar mecanismos para superar la crisis
política. De hecho, en días pasados anunciaron una nueva demanda a
satisfacerles para volver a las conversaciones; ya no es solo el levantamiento
de sanciones, la incorporación de Alex Saab a las conversaciones sino que ahora
se trata de la devolución del avión (¿venezolano-iraní o viceversa?) detenido
por las autoridades argentinas. Más claro imposible.
La
misión de las fuerzas democráticas no es asimilarse a un régimen dictatorial,
injusto e ineficaz; es luchar por su superación y la instauración de uno nuevo
con capacidad para crear una sociedad libre, justa, próspera y segura.
Gonzalo
González
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