Francisco Fernández-Carvajal 10 de agosto de 2022
@hablarcondios
— Los incontables beneficios del Señor.
— La Misa es la acción de gracias más
perfecta que se puede ofrecer a Dios.
— Gratitud con todos; perdonar siempre
cualquier ofensa.
I. El
Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso arreglar cuentas con sus
siervos, leemos en el Evangelio de la Misa1.
Habiendo comenzado su tarea, se presentó uno que tenía una deuda de diez
mil talentos, una suma inmensa, imposible de pagar. Este primer deudor
somos nosotros mismos; adeudamos tanto a Dios que nos es imposible pagarlo. Le
debemos el beneficio de nuestra creación, por el cual nos prefirió a otros muchos,
a quienes pudo llamar a la existencia en nuestro lugar. Con la colaboración de
nuestros padres formó el cuerpo, para el que creó, directamente, un alma
inmortal, irrepetible, destinada, junto con el cuerpo, a ser eternamente feliz
en el Cielo. Nos encontramos en el mundo por expreso deseo suyo. Le debemos la
conservación en la existencia, pues sin Él volveríamos a la nada. Nos ha dado
las energías y cualidades del cuerpo y del espíritu, la salud, la vida y todos
los bienes que poseemos. Por encima de este orden natural, estamos en deuda con
Él por el beneficio de la Encarnación de su Hijo, por la Redención, por la
filiación divina, por la llamada a participar de la vida divina aquí en la
tierra y más tarde en el Cielo con la glorificación del alma y del cuerpo.
Le debemos el don inmenso de ser hijos de la Iglesia, en la que tenemos la dicha de poder recibir los sacramentos y, de modo singular, la Sagrada Eucaristía. En la Iglesia, por la Comunión de los Santos, participamos en las buenas obras de los demás fieles; en cualquier momento estamos recibiendo gracias de otros miembros, de quienes están en oración o de aquellos que han ofrecido su trabajo o su dolor... También recibimos continuamente el beneficio de los santos que ya están en el Cielo, de las almas del Purgatorio y de los Ángeles. Todo nos llega por las manos de Nuestra Madre, Santa María, y en última instancia por la fuente inagotable de los méritos infinitos de Cristo, nuestra Cabeza2, nuestro Redentor y Mediador. Estas ayudas nos favorecen diariamente, preservándonos del pecado, iluminándonos interiormente, estimulándonos a cumplir con nuestro deber, a hacer el bien en todo momento, a callar cuando los demás murmuran, a salir en defensa de los más débiles...
Debemos
a Dios la gracia necesaria para practicar el bien, la constancia en los
propósitos, los deseos cada vez mayores de seguir a Jesucristo, y todo progreso
en las virtudes. Le debemos de modo muy particular la gracia inmensa de la
vocación a la que cada uno de nosotros ha sido llamado, y de la que se han
derivado luego tantas otras gracias y ayudas...
En
verdad, somos unos deudores insolventes, que no tenemos con qué pagar. Solo
podemos adoptar la actitud del siervo de esta parábola: Entonces el
servidor, echándose a sus pies, le suplicaba: Ten paciencia conmigo y te pagaré
todo. Y como somos sus hijos, nos podemos acercar a Él con una confianza
ilimitada. Los padres no se acuerdan de los préstamos que un día, llevados por
el amor, hicieron a sus hijos pequeños. «Descansa en la filiación divina. Dios
es un Padre –¡tu Padre!– lleno de ternura, de infinito amor.
»—Llámale
Padre muchas veces, y dile –a solas– que le quieres, ¡que le quieres
muchísimo!: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo»3.
Nuestro hermano mayor, Jesucristo, paga con creces por todos nosotros.
II. Ten
paciencia conmigo y te pagaré todo...
En
la Santa Misa ofrecemos con el sacerdote la hostia pura, santa,
inmaculada, una acción de gracias de infinito valor, y unimos a ella la
insuficiencia de nuestro pobre agradecimiento: Dirige tu mirada serena
y bondadosa sobre esta ofrenda, le suplicamos cada día; acéptala,
como aceptaste el sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe, y la oblación
pura de tu sumo sacerdote Melquisedec4. Por
Cristo, con Él y en Él, a Ti, Dios Padre omnipotente, en unidad del Espíritu
Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos... Con
Cristo, unidos a Él, podemos decir: todo te lo pagaré.
La
Misa es la más perfecta acción de gracias que puede ofrecerse a Dios. La vida
entera de Cristo fue una continuada acción de gracias al Padre, actitud
interior que en diversas ocasiones se traducía al exterior en palabras y en
gestos, como han recogido los Evangelistas. Gracias te doy, porque me
has escuchado, exclama Jesús después de la resurrección de Lázaro5.
Y en la multiplicación de los panes y de los peces da igualmente gracias antes
de que sean repartidos a la multitud que espera6.
En la Última Cena tomó pan, dio gracias, lo partió..., tomó luego un
cáliz, y dadas las gracias...7.
En
el milagro de la curación de los leprosos podemos apreciar cómo el Señor no es
indiferente al agradecimiento: ¿No ha habido quien volviera a dar
gloria a Dios sino este extranjero?8,
pregunta Jesús extrañado; y, a la vez, no deja de alertar a sus discípulos
sobre el pecado de ingratitud, en el que pueden incurrir aquellos que, a fuerza
de recibir abundantes beneficios, acaban no agradeciendo ninguno, porque se
acostumbran a recibir, y llegan incluso a considerar que les son debidos. Todo
es don de Dios. Estar en sintonía con Dios supone acoger sus favores con el
ánimo agradecido de quien es consciente del don del que es objeto. Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te dice «dame de beber», tú le
pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva9,
hubo de aclarar el Señor a la mujer samaritana, que estaba a punto de cerrarse
a la gracia10.
Nuestro
agradecimiento a Dios por tantos y tantos dones, que no podemos pagar, se ha de
unir a la acción de gracias de Cristo en la Santa Misa. Quien es agradecido ve
las cosas buenas con buenos ojos, y su disposición interior se identifica con
el amor. Así debemos acudir cada día al Santo Sacrificio del Altar, diciéndole
a Dios Padre, en unión con Jesucristo: ¡qué bueno eres, Padre!, ¡gracias por
todo!: por aquellos bienes que contemplo a mi alrededor y por esos otros, mucho
mayores, que Tú me das y que ahora están ocultos a mis ojos.
¿Cómo
podré pagar a Dios todo el bien que me ha hecho?11,
nos podemos preguntar cada día con el Salmista. Y no hallaremos mejor forma que
participar cada día con más hondura en la Santa Misa, ofreciendo al Padre el
sacrificio del Hijo, al que –a pesar de nuestra poquedad– uniremos nuestra
personal oblación: Bendice y acepta, oh Padre, esta ofrenda haciéndola
espiritual...12.
La presencia del Señor en el Sagrario es otro motivo profundo para darle
gracias con el corazón lleno de alegría.
III.
Aunque toda la Misa es acción de gracias, esta queda particularmente señalada
en el momento del Prefacio. En un particular clima de alegría,
reconocemos y proclamamos que es justo y necesario, es nuestro deber y
salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios
todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor.
Gracias
siempre y en todo lugar... Esa debe ser nuestra actitud ante
Dios: ser agradecidos en todo momento, en cualquier circunstancia. También
cuando nos cueste entender algún acontecimiento. «Es muy grato a Dios el
reconocimiento a su bondad que supone recitar un “Te Deum” de acción de
gracias, siempre que acontece un suceso algo extraordinario, sin dar peso a que
sea –como lo llama el mundo– favorable o adverso: porque viniendo de sus manos
de Padre, aunque el golpe del cincel hiera la carne, es también una prueba de
Amor, que quita nuestras aristas para acercarnos a la perfección»13.
Todo es una continua llamada ut in gratiarum actione semper maneamus...,
para que permanezcamos siempre en una continua acción de gracias14.
Ut
in gratiarum actione semper maneamus... Debemos trasladar a
nuestra vida corriente esta actitud agradecida para con Dios. Aprovechemos los
acontecimientos pequeños del día para mostrarnos agradecidos por tantos
servicios que lleva consigo la vida de familia y toda convivencia: en el
trabajo, en las relaciones sociales... Mostremos nuestra gratitud a quien nos
vende el periódico, al dependiente que nos atiende, a quien ha permitido que
podamos salir con el coche en medio del tráfico de la gran ciudad, a la
farmacéutica que tan amablemente nos ha despachado esas medicinas.
Pero
el Señor nos muestra en este pasaje del Evangelio otro modo de saldar nuestras
deudas con Él: también las que hemos contraído por las muchas culpas de
nuestros pecados y faltas de correspondencia. Quiere el Señor que perdonemos y
disculpemos las posibles ofensas que los demás pueden hacernos, pues, en el
peor de los casos, la suma de las ofensas que hemos podido recibir no superan
los cien denarios, algo completamente irrelevante en comparación de
los diez mil talentos (unos sesenta millones de denarios). Si nosotros sabemos
disculpar las pequeñeces de los demás (en algún caso quizá también una injuria
grave), el Señor no tendrá en cuenta la larga deuda que tenemos con Él. Esta es
la condición que nos pone Jesús al final de la parábola. Y es lo que decimos a
Dios cada día al recitar el Padrenuestro: perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Cuando disculpamos
y olvidamos, imitamos al Señor, pues nada «nos asemeja tanto a Dios como estar
siempre dispuestos para el perdón»15.
Acabamos
nuestra meditación con una oración muy frecuente en el pueblo cristiano: Te
doy gracias, Dios mío, por haberme creado, redimido, hecho cristiano y
conservado la vida. Te ofrezco mis pensamientos, palabras y obras de este día.
No permitas que te ofenda y dame fortaleza para huir de las ocasiones de pecar.
Haz que crezca mi amor hacia Ti y hacia los demás.
1 Mt 18,
23-35. —
2 Cfr. Santo
Tomás, Suma Teológica, 3, q. 8. —
3 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 331. —
4 Misal
Romano, Plegaria Eucarística I. —
5 Jn 11,
41. —
6 Cfr. Mt 15,
36. —
7 Lc 22
19; Mt 26, 17. —
8 Lc 17,
18. —
9 Jn 4,
10. —
10 Cfr. J.
M. Pero-Sanz, La hora sexta, Rialp, Madrid 1978, p. 267.
—
11 Sal 115,
2. —
12 Misal
Romano, loc. cit. —
13 San
Josemaría Escrivá, o. c., n. 609. —
14 Misal
Romano, Oración postcomunión en la fiesta de San Justino.
—
15 San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 19, 7.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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