Laureano Márquez 12 de agosto de 2022
Definitivamente,
los hispanoamericanos compartimos nuestra propensión a las supersticiones.
Surge el comentario a la luz de la toma de posesión del nuevo presidente de
Colombia quien, contraviniendo la disposición de su antecesor, hizo traer al
acto de su ascensión al mando, de manera inesperada, la espada de Bolívar. Fue
su primer acto de gobierno.
Para comenzar, hay que señalar que la espada de Bolívar que guarda Colombia es la de verdad, la que usaba el Libertador en el día a día, no la nuestra, que es una joya de oro que la municipalidad de Lima le obsequió como presente de agradecimiento y la que nunca desenvainó el padre de la patria para combatir con nadie, entre otras cosas, porque le iba a dar una gran indignación que en una refriega se le fuera a caer un diamante de la corona de laureles del pomo.
La
de Colombia, la de las batallas, se guardó durante mucho tiempo en el Museo
Quinta de Bolívar de Bogotá. Además del valor histórico que tiene la pieza por
haber pertenecido a quien perteneció, es parte de la leyenda de la guerrilla
colombiana, de la que alguna vez formó parte Petro.
En
enero de 1974, el naciente movimiento guerrillero M-19, sustrajo la espada del
museo y pasó varios años escondida en diversas manos. Se llegó a decir incluso
que le fue vendida a Pablo Escobar y que este se la dio a su hijo como juguete.
Al parecer, la que compró Escobar no era la verdadera. La espada también pasó
una temporada en Cuba (así que vaya usted a saber si es la original, mulato).
Para el grupo armado tenía –como seguramente para el nuevo presidente de
Colombia en la actualidad– un tremendo valor simbólico: «Bolívar, tu espada
regresa a la lucha», se dijo luego del robo. En 1991 fue devuelta.
No
deja de resultar curioso, que la mentalidad de izquierda, tan pretendidamente
racional y científica, sea la que apele con mayor frecuencia a recursos y
explicaciones mágicas. «El divino Bolívar», del que hablaba Elías Pino, es
parte de esa religión laica que todas las ideologías, pero especialmente la de
izquierda, quiere usar para arropar sus propósitos. Su espada no es entonces un
objeto de interés histórico, sino un símbolo sagrado que, cual amuleto, brinda
poderes; sus restos, reliquias que hay que manipular para adquirir (o adquerir)
las cualidades del portador en vida de esos huesos; y así con todo. Somos muy
españoles en esto: vivimos siempre rumiando el pasado, nunca entendiéndolo.
La
susodicha espada también es parte, ahora, de otra polémica. En Colombia por la
desobediencia de Petro a la disposición de Duque y en España porque su rey no
se puso de pie a su paso.
La
indignación española es, fundamentalmente de la gente del partido de izquierda
Unidas Podemos, que consideran que Felipe VI le faltó el respeto a Colombia
–aunque en Colombia nadie hable de ello– lo cual no deja de resultar
interesante, pues la defensa del Libertador no la hacen los «hijos de Bolívar»,
sino los de aquellos a los que el prócer derrotó. En la madre patria muchos se
avergüenzan del descubrimiento y por estos lares otros tantos de la
Independencia. Un tiempo complejo este.
En
todo caso, quiera Dios que la invocación de la espada sea para Colombia destino
de libertad, porque a nosotros, los vecinos cercanos, de su exhibición solo nos
quedó una vaina que, por falta de espacio, no entraré a calificar.
Laureano
Márquez
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