MOISÉS NAÍM
15 MAR 2014
@moisesnaim
El
presidente ruso se las ha arreglado para reunir una amplia alianza de naciones
en su contra
La toma de Crimea por parte de
Vladímir Putin no es una muestra de su fortaleza, sino una manifestación de su
debilidad. Se siente inseguro y eso le lleva a cometer errores. Esta
interpretación sorprenderá a quienes creen que el líder ruso es el hombre más
poderoso del mundo. Así lo designó, por ejemplo, la revista Forbes, que lo puso
en cabeza de su lista de los líderes más influyentes del planeta, por encima de
Barack Obama, el presidente chino Xi Jinping, el papa Francisco, Angela Merkel
o Bill Gates.
Para muchos, la agresiva reacción de
Putin a los acontecimientos de Ucrania y la anexión de Crimea —la más
importante en territorio europeo desde la II Guerra Mundial— son una
confirmación adicional de su incontenible poder. Lástima que, como escribe
David Ignatius en el Washington Post, “Putin ganó Crimea, pero perdió el resto
del mundo”. Así es. Putin se las ha arreglado para amalgamar una amplia alianza
de naciones en su contra.
Para calibrar correctamente este
reciente despliegue de poder de Putin es bueno recordar el contexto. Víctor
Yanukóvich, el derrocado presidente de Ucrania, y quien para muchos era un
subordinado del Kremlin, estaba a punto de firmar un acuerdo comercial con la
Unión Europea. Putin intervino a última hora y ordenó a Yanukóvich que renegara
de los compromisos que ya había acordado con Europa. Esto llevó a miles de
ucranios a las calles a protestar y la brutal represión del Gobierno, en vez de
apagar las protestas, las encendió aún más, hasta el punto de que Yanukóvich
tuvo que refugiarse en Rusia.
El sentimiento antirruso en Ucrania se
generaliza e intensifica, un Gobierno interino estrecha lazos económicos y
militares con Europa y Estados Unidos y la ascendencia de Putin en Ucrania pasa
de mucha a muy poca. Es así como el hombre más poderoso del mundo pierde un
país que desde siempre ha formado parte de la órbita rusa. ¿Su reacción? Tomar
Crimea, un territorio sobre el cual Moscú ya tenía enorme control y donde goza
de un amplio apoyo entre la población de origen ruso. ¿Y qué más logró Putin?
Enemistarse con Alemania, el gigante europeo cuya obsesiva postura hasta ahora
había sido la de conciliar con Rusia y evitar a toda costa los antagonismos. Un
tercio del gas y petróleo que Alemania consume viene de Rusia, y Berlín tiene
enormes intereses económicos en juego. Pero ni eso logró atenuar la reacción
sin precedentes de Angela Merkel, quien acusó a Putin de estar actuando según
“la ley de la selva”. Merkel está además liderando a Europa en la búsqueda de
sanciones y otras represalias contra el Kremlin.
Putin “está en otro mundo”, dijo la
canciller alemana después de otra de sus maratonianas conversaciones
telefónicas en las que intentó sin éxito persuadirlo de cambiar sus decisiones.
¿Y cuál, entonces, es el mundo en el que vive Vladímir Putin? Es un mundo lleno
de enemigos suyos y de Rusia, plagado de conspiraciones dentro y fuera de su
país para derrocarlo y para minimizar la influencia internacional de Moscú; un
mundo donde solo se puede ganar si otros pierden.
Y, en este contexto, ¿qué busca Putin?
¿cuáles son sus objetivos? Corregir hasta donde se pueda las consecuencias de
lo que en 2005, y refiriéndose al colapso de la Unión Soviética, llamó “la
mayor catástrofe geopolítica del siglo”. Putin también ha dicho que su misión
es restituir la grandeza de Rusia y su influencia en el mundo, así como
protegerla del decadente contagio moral y cultural que le llega de Occidente.
Pero hay más: resulta obvio que una de sus principales preocupaciones es
impedir que en Rusia estalle una revolución de colores como las que sacudieron
a varias naciones de la antigua Unión Soviética y los Balcanes o, peor aún, una
primavera como las del mundo árabe.
Putin sabe que su debilidad fuera de
sus fronteras puede darle ánimo a sus muchos opositores internos. Y también
sabe que la economía flaquea, que sus recursos económicos son hoy más limitados
que antes, que ha convertido a Rusia en un petroestado que depende como nunca
antes del gas y el petróleo, que la corrupción reina, las instituciones son
frágiles, los oligarcas están envalentonados y los rusos comunes, preocupados.
Termino con el comentario de uno de
los más agudos observadores de la Rusia contemporánea. Según David Remnick,
“Putin se arriesga no solo a alienarse de Occidente y de Ucrania… sino de la
misma Rusia. Su sueño de seguir en el poder hasta 2024, y de ser el más
formidable constructor del Estado ruso desde Pedro el Grande puede encallar en
la península de Crimea”.
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