sábado, 28 de febrero de 2015

El silencio de la indignidad, Vladimiro Mujica


Por Vladimiro Mujica, 27/02/2015

Quisiera pensar que es imposible no sentir indignación frente a lo que está ocurriendo en Venezuela. Ya no se trata solamente de un proyecto político fracasado que ha traído miseria y caos a una de las naciones potencialmente más ricas del mundo. Ahora es mucho más que eso. Ahora se trata de la creciente evidencia de que estamos en presencia de un gobierno que no se detiene en aplicar la represión y la tortura contra su propio pueblo con tal de mantenerse en el poder. Y, sin embargo, continúan en silencio los gobiernos de muchos países cuya gente se benefició en su momento de la generosidad venezolana para recibirlos cuando en sus tierras ejercían el poder dictaduras gorilas militares o civiles.

Calla el gobierno de Chile que soportó la terrible traición de Pinochet al régimen democrático de Salvador Allende y con una perseguida de esa dictadura y su familia al frente del país; en silencio el gobierno de Paraguay que tuvo que vivir la ignominia de Stroessner; mudo el gobierno de Brasil que pasó por la pesadilla de varias dictaduras militares; cómplice el gobierno de Argentina; una voz tímida, mas de comprensión que de condena del presidente Mujica de Uruguay, otro perseguido de dictaduras militares; tímida casi de disculpa la reacción del gobierno de Colombia; discreta, casi imperceptible la reacción de España.

Cuando se escriba la historia de estos tiempos ignominiosos, destacará la posición gallarda y valiente de mucha gente que ha condenado sin reservas la operación de asalto sobre Venezuela. En el futuro se escuchará todavía la reacción de unos pocos gobiernos, como el de Israel y el de México, que reconocieron tempranamente la vocación autoritaria del chavismo. También la voz de individuos comprometidos con la libertad y la democracia como Mario Vargas Llosa, Enrique Krauze, los ex – presidentes latinoamericanos, Piñera, Calderón y Pastrana, Teodoro Petkoff y tantos otros que se han atrevido a desafiar la cólera de la potencia imperialista caribeña que reta a todos con su furia de mercader petrolero y chantajea a toda la izquierda de este planeta con el increíble argumento de que la oligarquía chavista-madurista es el gobierno revolucionario de los pobres.

Pero también resonará el silencio atronador de una cierta izquierda dentro y fuera de Venezuela que calla porque no encuentra como resolver su terrible dilema: presionar a Maduro es traicionar un lenguaje y una práctica de complicidad según los cuales mis malos son en verdad buenos siempre que se enfrenten a la gran potencia del norte. No importa si se trata de Castro o de Chávez, o de Stalin o de Mao. Los dictadores son malos siempre que puedan ser etiquetados como de derecha; los de izquierda son tolerables porque presumiblemente se enfrentan al Satán Mayor.

No importa si la misma carta fundacional de la ONU autorice al Consejo de Seguridad para intervenir en situaciones donde esté en peligro la paz. Una autoridad que ha sido extendida para intervenir en casos de graves crisis humanitarias y de violaciones masivas a los derechos humanos. Buena parte del mundo calla frente a la gravísima crisis de nuestro país al tiempo que se le concede un puesto en el Consejo de Seguridad a Venezuela. Es decir, a una nación donde se cometen violaciones diarias a la Declaración de Derechos Humanos de la ONU y a la Carta Interamericana de la OEA se le garantiza una silla en el organismo que debería velar precisamente porque estas violaciones no se cometieran. Al propio tiempo la cancillería venezolana despacha con la inexistente palabreja “injerencista” toda opinión sobre los asuntos de Venezuela. Historia bastante conocida: los gobiernos que más atropellan a sus pueblos son los que exigen con más fuerza que nadie opine sobre lo que están haciendo en sus países con el manido argumento de que eso sería injerencia en sus asuntos internos. Para muestra están Corea del Norte, Cuba, Siria, y ahora Venezuela. Por supuesto que ningún demócrata, y yo me cuento entre ellos, está abogando por una intervención extranjera en nuestro país, pero la pretensión de la oligarquía chavista de que nadie pueda opinar sobre sus desmanes es, al menos, absurda.

Incomprensible es también el silencio de gente honesta que todavía sigue apoyando el proyecto chavista a pesar de las muertes, la tortura y la represión, con el socorrido y cada vez más débil argumento de que el proyecto revolucionario es más grande que el calamitoso presente y que una suerte de futuro luminoso y de felicidad le espera a Venezuela al final de este horrendo túnel de destrucción, corrupción y caos. Uno se pregunta: ¿Qué hace falta para que esta gente termine de reaccionar y le retire su apoyo al gobierno?

Mientras mucha gente se mantiene en silencio, el híbrido de gobierno autoritario, populista y represivo que rige los destinos de nuestro país sigue avanzando en su proyecto de control social. Nada puede sustituir el esfuerzo unitario de las fuerzas de la resistencia democrática internas, pero no nos vendría mal que dejaran oír su voz quienes no tienen otro motivo que resguardar un capital político o económico, aún a expensas del sufrimiento de todo un pueblo.


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