ANGEL OROPEZA 20 de noviembre de 2016
Una de
las herencias lamentables del modo de pensar neo-militarista que ha contaminado
la cultura política del venezolano, es la tendencia a clasificar el mundo y sus
eventos en categorías dicotómicas reduccionistas. Según esta concepción, nada puede existir
fuera de las rígidas bipolaridades que caracterizan su precaria noción del
hombre y su entorno. Todo se limita a una clasificación ramplonamente maniquea:
bueno o malo, blanco o negro, amigo o enemigo.
La
psicología evolutiva nos enseña cómo la clasificación dualista es, desde el
punto de vista del desarrollo ontogenético, lo más primitivo y básico en el
proceso de formación del pensamiento. El niño pequeño aborda su realidad desde
estadios pre-operacionales y simples, y a medida que avanza en su madurez
cognoscitiva va entendiendo progresivamente la importancia de los matices y
múltiples gradientes y posibilidades de la realidad.
Cuando
un análisis político recurre al reduccionismo dualista, evidencia su
incapacidad para entender y administrar las diferencias propias de las
realidades complejas. Y eso es lo que hemos estado presenciando en estos días a
propósito de los primeros resultados de la llamada “mesa de diálogo”, del
pasado 12 de noviembre.
Lo
obtenido hasta ahora ha abierto la discusión. Por una parte, se han generado
críticas interesantes y que merecen ser atendidas. Así, por ejemplo, se ha
señalado que la metodología de submesas de trabajo temáticas con plenarias
distanciadas en el tiempo está favoreciendo al gobierno en su estrategia de
desmovilizar a la oposición y ganar tiempo. Se ha criticado igualmente la
adopción de ciertas formas de lenguaje, la no coincidencia entre lo afirmado
por el comunicado unilateral de la MUD y el llamado “comunicado conjunto” de la
facilitación y las partes en conflicto, el hecho que no se haya hecho
referencia expresa a un mecanismo de seguimiento de lo acordado y de vigilancia
de cumplimiento, pero sobre todo la no mención de una válvula de escape electoral
en el “Comunicado conjunto”, aunque sí se hizo en el comunicado unilateral del
lado democrático.
Estas
críticas y observaciones, así como las referidas al manejo comunicacional,
confuso y no suficientemente alineado, por parte de algunos representantes del
liderazgo democrático, y al necesario manejo racional de las expectativas, que
son las que al final determinan la justicia o bondad de lo alcanzado, deben ser
escuchadas, analizadas en su pertinencia e incorporadas en la evaluación
continua de la estrategia opositora.
Paralelo
a estos señalamientos, han surgido reacciones propias de nuestro crónico
pensamiento mágico, ese según el cual el cambio político es consecuencia de una
salida voluntarista, espectacular o de plazo tan inmediato como los deseos, y
no como producto de la combinación inteligente de estrategias plurales propias
de la política.
Este
pensamiento mágico se nutre de algunos mitos que se repiten hasta ser creídos,
como aquellos de que el gobierno de Maduro está prácticamente caído y sólo le
hace falta “un empujoncito”, que basta con una marcha para desalojar a la
dictadura, siguiendo el imaginario no superado del 11 de abril y el supuesto
auxilio de militares buenos que acudirán en nuestro rescate, y que el cambio
político se reduce sólo a un simple asunto de testosterona y sangre ajena.
El
dato objetivo es en que en el diálogo se logró cierto avance, todavía lejos de
lo deseado pero también alejado de la inutilidad o fracaso. No sabemos si era
posible avanzar más a esta altura del proceso. Hay que insistir en que el
régimen no es tan débil como algunos piensan, y tiene capacidad de maniobra
pero sobre todo de represión.
La
oposición democrática debe mantenerse en la mesa de negociación, entre otras
razones porque no tiene hoy una alternativa lo suficientemente fuerte y
desarrollada como para renunciar al diálogo en cuanto herramienta de estrategia
política. Y el reto de estos días es precisamente desarrollar y fortalecer esa
alternativa, estimulando simultáneamente al resto de las modalidades de la
lucha cívica: organización popular, presión internacional, movilizaciones,
protestas, trabajo a lo interno y externo de la Asamblea Nacional, huelgas,
docencia social e incorporación de la ciudadanía, por citar sólo algunas.
Desalojar a una dictadura por la vía civil y democrática, sistemática y
continua, es una labor complicada y sin garantías de éxito. Pero es la única.
Mantenerse
en la mesa de diálogo implica esforzarse y luchar cada vez más por resultados
concretos, pero huyendo de la fantasía que ella constituye un escenario de
juego “suma cero” a nuestro favor, donde la oposición obtiene cuanto quiere y
el gobierno lo pierde todo. Una cosa son los deseos –por muy justos que
parezcan-y otra la compleja y antipática realidad.
Pero,
sobre todo, hay que insistir en que ningún triunfo será posible si nos alejamos
de la unidad. La unidad es ahora más imprescindible y necesaria que nunca. Sin
unidad, no sólo no podremos maximizar y darle direccionalidad a la inmensa
avalancha de venezolanos descontentos y urgidos de cambio, sino que no
pasaremos, sin ella, de ser una mayoría numérica, pero desagregada,
desorganizada y políticamente inútil.
La
situación de penuria generalizada y de urgencia social que hoy sufre el país
amerita que todos demostremos capacidad de aprendizaje y evitemos repetir los
caros errores del pasado, que resultarían en un agravamiento de las condiciones
sociales y políticas de los venezolanos al permitir la relegitimación política
de sus explotadores.
El
cambio es tan urgente que no podemos darnos el lujo de cometer fallas que nos
alejen de él. Nuestro camino tiene que estar siempre al lado de la gente,
contra los falsos radicalismos de salidas que conducen sólo a las trampas de
catarsis emocionales desordenadas, que adolecen de propuestas políticas
factibles y viables para superar la situación de dominación, que no favorecen
el robustecimiento de las estructuras orgánicas necesarias para el cambio
político, que no contribuyen a ampliar la base popular de la alternativa
democrática, y que sólo conducen a profundizar la frustración social y el
fortalecimiento del gobierno.
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