Fernando Mires 19 de noviembre de 2016
Para
pensar en esta breve historia –me refiero a la del diálogo y sus consecuencias-
hay que comenzar a hacerlo desde el 20-O. Ese día, el régimen de Maduro, al
anular el RR 16, anuló de modo flagrante la letra constitucional
constituyéndose en dictadura de facto.
Desde
su perspectiva antidemocrática, Maduro y su gente decidió hacer lo único que
podía hacer: patear la mesa. Acceder al revocatorio habría sido cavar su tumba.
Lo dijo Elías Jaua: “El poder no se negocia”. Llamado a elegir entre ser
derrotados electoralmente o ser cuestionados constitucionalmente, eligieron lo
último: romper con la Constitución al precio de perder los últimos restos de
legalidad (ni hablemos de legitimidad, hace tiempo que no la tiene)
La
oposición representada en la MUD también hizo lo que tenía que hacer. El día 26
de Octubre la toma de Venezuela pareció adquirir características épicas. En el
entusiasmo de la jornada, Henrique Capriles habló de una marcha (marcha, no
toma) de Miraflores para el día 03 de Noviembre. Algunos manifestantes,
creyendo que todavía estaban en el 2002, exigían marchar de inmediato a “tomar”
la casa presidencial.
Como
es sabido, la manifestación del 3-N no tuvo lugar. En vez de ella apareció el
diálogo propiciado por los mediadores de Maduro (Zapatero, Samper, Fernández).
Ese mismo diálogo había sido rechazado anteriormente por la MUD pero esta vez
contaba con el aval del Vaticano a través de su representante, Monseñor Claudio
María Celli.
Un
diálogo con mediación papal había sido solicitado por la propia MUD. Pero en
situaciones diferentes a las que tenían lugar en Noviembre del 2016. Ese
diálogo fue re-solicitado por Maduro en entrevista directa con Francisco.
Naturalmente el Papa accedió. ¿Qué Papa puede estar en contra de un diálogo?
No es
este el lugar para analizar la actitud del Vaticano (sobre ese tema será
necesario escribir alguna vez un largo artículo). Lo cierto, lo objetivo, lo
inobjetable, es que ese diálogo logró frenar a la fuerza movilizadora del
pueblo democrático. Quizás evitó también –hay que decirlo- un enfrentamiento
directo en las calles. El 3-N iba a ser el comienzo de largas jornadas de
protesta. Y pese a las intenciones de los convocantes, nadie puede asegurar que
su transcurso iba a ser pacífico, habida cuenta del carácter militar y militarista
del régimen.
Por
otra parte, la oposición de partidos organizada en la MUD no podía sino aceptar
la proposición vaticana. Sobre ese punto hay que insistir.
Venezuela
es un país católico. Sus cardenales y obispos ejercen una hegemonía que va
mucho más allá de lo político. Más todavía: un No al diálogo habría significado
para el conjunto de la oposición perder avances alcanzados en el terreno
internacional. Ignorantes de los intersticios de la política venezolana, la
mayoría de los gobernantes del mundo habría tomado noticia del hecho escueto:
“la oposición venezolana dijo No al Papa”. De modo que corriendo el riesgo de
pagar un gran costo político (así dijo Ramos Allup) la MUD hizo lo único que
podía (y debía) hacer. Frenar las movilizaciones populares que ella misma había
convocado.
Era lo
que había que hacer, es cierto. Pero no se hizo bien. Lo han dicho los propios
dirigentes de la MUD. Las explicaciones acerca de la necesidad del diálogo no
fueron formuladas a tiempo. La oposición a la oposición, débil numéricamente
pero muy estruendosa en las redes, aprovechó la ocasión para destilar venenos
hacia la MUD acusándola de traición, capitulación y otras lindezas.
La
situación empeoró cuando llegó el momento en que el alcalde del municipio
Sucre, Carlos Ocariz, dio a conocer los resultados del diálogo. La redacción de
la comunicación no pudo ser peor. Los resultados del diálogo que bajo
determinadas condiciones pueden ser considerados positivos –en ese punto
concedo razón al por mí muy respetado Américo Martín- fueron anunciados como un
gran triunfo de la MUD. Y eso no es tan cierto.
Habría
sido cierto si la MUD hubiese anunciado que su objetivo era alcanzar los
mejores resultados dentro de las peores condiciones posibles. ¿Cuáles son estas
condiciones? Pues, que se iba a dialogar obligado por la fuerza de las
circunstancias y no por propia iniciativa con un gobierno que ha roto con la
Constitución. Solo Capriles lo dijo. Pero no en nombre de la MUD.
¿Hubo
problemas de comunicación? Evidentemente, los hubo. Pero el problema parece ser
más profundo que convertir victorias en derrotas debido al mal uso de la
palabra (convertir a las derrotas en victorias tampoco llevaría muy lejos). El
problema grave es que no se dijo, o por lo menos no se dijo abiertamente, que
se iba a un diálogo con un gobierno anti-constitucional, ilegítimo e ilegal, en
el más estricto sentido de la palabra. A un inevitable diálogo (reitero:
inevitable) sobre el cual no había que hacerse muchas esperanzas. Lo que se
dijo en cambio, y en términos de ultimátum, fue que si el gobierno no retomaba
el hilo constitucional, la ruptura iba a ser definitiva.
Aceptemos,
además, que hubo deficiencias en las formulaciones de los resultados dados a
conocer por la MUD. Que nunca se debió haber hablado de personas detenidas sino
de presos (más claro: rehenes) políticos. Que nunca debió haberse aceptado
hablar de boicot económico. Que un cordón humanitario es, como dice el texto,
solo humanitario. Que la desincorporación de los diputados indígenas no significa
aceptar la malvada acusación de fraude hecha por el régimen. Que la autonomía
concedida a la AN es solo de palabra y hecha por personas que no respetan ni a
sus propias palabras. Que los cupos en las vacantes de el CNE son un reglamento
y no una concesión.
La MUD
aseguró asistir al diálogo para luchar por el RR y/o una equivalente agenda
electoral en “otro escenario de lucha” (Torrealba) y no para conseguir acuerdos
colaterales, por muy importantes que hayan sido. Eso indica que la MUD
probablemente no ha hecho todavía una lectura del significado de ese
revocatorio que supuestamente iba a defender.
El
revocatorio cumplía, desde el momento en que fue concebido, una doble función.
La primera, la más efímera: que el régimen, sometido a presión popular, aceptara
al RR a sabiendas de que iba a perder. La segunda era más realista pues al no
aceptar el RR16 el régimen debería romper con la Constitución. Si así sucedía,
la lucha por el RR16 iba a alcanzar una cualidad superior al propio RR16. Iba a
constituirse en la lucha nacional por la defensa de la Constitución.
El
régimen, al anular el RR16, se puso fuera de la Constitución. Desde ese día
20-O la defensa de la Constitución pasó a ser el objetivo principal. Y es
claro: el RR16 es constitucional, pero la Constitución no es el RR16. Es mucho
más. Es la esencia de la república. Es el libro azul que sostiene jurídicamente
a la nación. Es el bien común de todos los venezolanos. La tarea de la
oposición, desde que asistió al diálogo, no era por lo tanto recibir como
obsequio pedacitos de constitución otorgados por el régimen. A menos, claro
está, que se hubiera indicado que ese y no otro era el propósito del diálogo.
Nadie
niega que hubo ciertos logros. ¿Qué esposa, por ejemplo, no se va a alegrar si
su marido es liberado? Pero desde el punto de vista político el objetivo
principal era y es –y así se dijo- la recomposición del hilo constitucional.
Ese hilo sigue cortado.
El
dilema, por lo tanto, no era ni es "diálogo o revocatorio". El dilema
–en los momentos en que el RR16 va desapareciendo del horizonte- es permitir o
no que el régimen gobierne sin la Constitución.
El
dilema tampoco es “o la calle o el diálogo”. Decir calle no dice nada. Decir
diálogo por diálogo dice menos. Decir calle y diálogo a la vez, es una simple
fórmula para salir del paso. El problema principal es saber por qué y a qué se
va a la calle y para qué y a qué se va al diálogo. Gritar: calle, calle, calle,
no tiene sentido. El diálogo, por sí mismo, tampoco lo tiene.
El
diálogo es importantísimo, no cabe duda. Sin diálogo no hay política. Pero el
diálogo no es ni puede ser el centro de la política. Todo lo contrario, debe
estar al servicio de una política. O dicho así: no puede ser un fin en sí. El
régimen –es lo que le conviene- quisiera tener a una parte de la oposición,
sentadita, dialogando sin parar, hasta el fin de los tiempos. Y a otra parte en
la calle, para reprimirla, apresarla y después volver a canjearla en otro
diálogo.
En
otras palabras, la lucha política no puede ni debe estar subordinada a un
diálogo. El diálogo, en cambio, debe estar subordinado a la lucha política. Si
así no ocurre los radicalismos extremos terminarán por destruir a la oposición.
A un lado los salidistas. Al otro, los dialoguistas. El centro puede llegar a
convertirse en un vacío. Así la MUD terminaría por hundirse en el océano sin
fondo de una crisis de representación política.
Pienso
que el padre Luis Ugalde lo dijo en una sola frase: “Nada que sea
constitucional debe ser entregado”. Podría agregarse: “Ni con diálogo ni sin
diálogo”. La Constitución y nada más debería ser el programa de la oposición.
Todo indica entonces que para recuperar el hilo constitucional cortado por el
régimen la MUD deberá recuperar primero su propio hilo político. Ese mismo hilo
que fuera interrumpido por la iniciativa -oportuna o inoportuna, se verá
después- de Su Santidad.
Cierto
es que ni en la vida política ni en la personal es posible volver al pasado.
Pero por otra parte, siempre será posible comenzar de nuevo. Al fin y al cabo
eso es la política: un permanente nuevo comenzar.
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