Orlando Viera-Blanco 16 de agosto de 2022
@ovierablanco
“La
importancia de la historia es valorar la trascendencia de la belleza de la
naturaleza, la belleza humana, del poder de la voluntad, donde el arte produce
encanto, espiritualidad y la política, paz, orden y convivencia.”
La política es el arte de lo posible [¿?]. Citando a Zola, referido al arte: “cuidemos la obra donde el temperamento trata de usurpar la naturaleza genuina del hombre”. Su moral, sus límites, sus convicciones.
¿Podríamos
decir que el arte es la política de lo posible? ¿Es la obra posibilista?
El arte [para los naturalistas] es la representación objetiva de lo que ves, no
de lo que deseo que veas. ¿Es posible-en política-lo moralmente incorrecto? ¿Es
posible-en el arte-depender de la ruina material del marchante? Los
procesos civilizatorios-según Nietzsche-pueden conducir inevitablemente a la
desintegración y la decadencia. Los procesos culturales y de
liberación-moralmente hablando-pueden culminar en “dejar marchar”; en
corrupción, nacionalismos y libertinaje, en nombre de la cultura. Es aquí donde
el arte o la política, rescatan, moderan, contienen, validan…la voluntad del
poder.
La
cultura que destruye a la cultura…
La
obra,
uno de los libros más exitosos de Emile Zola, tiene que ver con una encrucijada
fundamental del arte moderno. El impresionismo actuando como bisagra entre el
final de un trayecto y el comienzo de otro. Encrucijadas transicionales que se
dan en el arte y en la política. Es la realidad vs. el simbolismo, el
positivismo vs. el romanticismo, el naturalismo vs. idealismo. Emile Zola desea
impedir “que los temperamentos” desdibujen el estricto sentido de la
realidad. ¿El hombre se civiliza, se ajusta a los tiempos, por miedo o por
convicción? ¿Es la cultura, el arte, las costumbres, la tradición, un
instrumento audaz para evitar la decadencia o una herramienta peligrosa
identitaria que la desintegra? Depende de los temperamentos sobre la
verdad.
Zola
viaja por una suerte de resistencia existencial que la representación de las
cosas sea hecha tal y como son “y no como pretende mi espíritu que sean”.
En tal ‘distanciación espiritual’ va la brecha entre absolutismo y
libertad, barbarie y civilidad, cultura y arbitrariedad.
Digno
reconocer que no todo es válido en el arte, la política o en el
amor. Dejar pasar o dejar hacer a
cuenta de la cultura o la civilización, es un arma de doble filo. Parafraseando
a Zola, tanto daño hace la mercantilización inevitable, materialista y rapaz
del marchante sobre arte, como el populismo [evitable]
clientelar y propagandista del charlatán en la política. Y emergen “triunfales”
las ambigüedades, los equívocos, las manipulaciones, que irrumpen sobre el
carácter difuso e inculto del público, quien “como un niño grande sin
convicción propia” actúa en contra de la política o contra la obra,
asumiendo como genuino y revolucionario aquel que le ofrezca “la
democratización del criterio estético”, una nueva visión, una nueva moral
[¿?].
La
representación del Sena a las afueras de París es genuina y
válida si su belleza es atrapada con honestidad. La distorsión nace
cuando el sujeto desea cambiar “el objeto’ por
una realidad que no corresponde a la naturaleza de las cosas. La
voluntad de poder comporta esos riesgos…Representaciones de ‘un
paisaje’ de poder de justa apariencia, pero atado a odios, frustraciones o
negaciones elevados con el sutil pincel del verbo, la dialéctica [victimización
o nacionalismo] que bien enhebrado, son un salto al nihilismo, a la nada, al
caos, a la confrontación, que es desintegración. La cultura que destruye la
cultura. La civilización que inciviliza…
La
importancia de la historia, del arte y de la política.
Sin
duda la evolución del hombre pasa por la elevación de su condición humana y
racional…escapando, domesticando, adaptando su naturaleza animal, su
intolerancia, su endemoniada voluntad de dominio, a la razón.
La
transición del naturalismo a cualquier tendencia evolutiva-en el arte y en la
política-es legítima. ¿Monet o Renoir no tenían el genuino derecho a desplegar
su entusiasmo, su temperamento a través de la sutileza de cuerpos
desnudos en los litorales del Sena? ¿No es la representación de la democracia
por Aristóteles, Platón, Voltaire o Rousseau-los cuerpos desnudos del pueblo y
del poder- un digno temperamento concientizador de libertad? Sin
embargo, el costo de la toma de La Bastilla, los Comités de Salud
Hebertistas, el reino del terror de Robespierre, ¿fueron genuinos? […] ¿La era
industrial y la explotación proletaria, valida El Capital [Marx]?
¿El positivismo y el “amor” por la cultura y la raza, justificó el
nacionalismo alemán y el holocausto? ¿La revolución justifica la
dictadura? El problema no es la transición sino las
distorsiones que ella comporta.
[…]
Esa es la importancia de la historia. Valorar la trascendencia de la belleza de
la naturaleza, la belleza humana, del poder de la voluntad, donde el arte
produce encanto, espiritualidad y la política, paz, orden y convivencia.
La
democratización de la cultura: El reino de los Fatuos.
Napoleón
III [1855] lanzó la Exposición Universal Industrial y de Arte en el
desaparecido Palacio de las Industrias. Ordenó un salón para aquellos
artistas rechazados por la academia [1863], entre ellos Manet, Monet, Renoir [El
Sena en Asnières], Cezzane…Ello produjo una afluencia masiva del público
que a tropel se volcó más que al salón oficial por la curiosidad. La academia
plantó cara por ser una decisión displicente. No se hicieron esperar los
rostros estirados de la burguesía iletrada, dibujados por Honoré Daumier. Caras
congestionadas, «todas con la boca abierta y el rictus idiota del ignorante,
que opina sobre pintura, revelando con ello su redomada necedad, reflexiones
estrafalarias, burlas estúpidas y malvadas que el ver una obra original puede
provocar en la imbecilidad burguesa» [Dixit Zola]. Es el peligro de la
democratización de la estética, de la cultura, del arte o del poder. Alberga
tanto público de galería como farsantes tamizados.
La
democratización de la vida, el capital o la propiedad, es buena, siempre que no
provoque reflexiones estrafalarias. En el salón de los rechazados
fue elocuente la positiva representación de los excluidos y de la obra,
pero también se sufrió el riesgo de un público de salón, ignorante,
que pretendía saberlo todo. Cuidado la “exquisitez” del marchante, de un
Charles Baudelaire…sustituye la obra como el populista al poder, caemos en la
incultura, en el reino de los fatuos.
El
estado es la vía integradora.
El
estado sustituido mercadeo, análisis psicológico, sutilezas, retórica renuncia
a su esencia transformadora y evolutiva, reivindicadora de la belleza humana,
de la razón y del espíritu de convivencia. Entonces el arte y la política se
reduce a galería, a redes sociales, a la banalización de la
voluntad de poder. Diría Zola: “una enorme confitería”
Orlando
Viera-Blanco
@ovierablanco
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