Leopoldo López 07 de octubre de 2022
@leopoldolopez
El
líder opositor venezolano hace un exhaustivo y contundente repaso de mano de un
informe de la ONU sobre las prácticas de tortura que perpetra el régimen de
Nicolás Maduro.
Hablo de tortura en el título de este artículo, pero me refiero a un conjunto de prácticas, a una operación orgánica que consiste en elegir víctimas, entre dirigentes sociales, políticos o simples transeúntes: irrumpir en sus hogares en la horas de sueño más profundo -la madrugada-; robar los bienes de la familia, con frecuencia personas muy pobres (hay casos donde los funcionarios han vuelto dos y tres veces para finiquitar el despojo); secuestrarlas y desaparecerlas por días, semanas o meses; a veces, las conducen a una de las 17 casas clandestinas de tortura que, hasta la fecha, han podido registrarse; otras, las llevan directamente a la sede del organismo -por ejemplo, a la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) y al Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN)-; allí las someten en sótanos y lugares infectos, donde comienza el martirio: sesiones incesantes de tortura. Algunos de esos sótanos son guaridas de ratas, cucarachas y otras alimañas, espacios nauseabundos por los que circulan aguas negras.
Pero
el régimen de Maduro no ha terminado su programa de odio: acosa a las familias
de los presos políticos. Les niega el derecho a la información. Les impide
visitarlos. Las amenaza: les prohíbe hablar con periodistas o defensores de los
derechos humanos. Les extorsiona: dinero a cambio de entregarles un medicamento
o de permitirles la visita. Se exigen favores sexuales para reducir el
sufrimiento corporal de las víctimas. La primera verdad que quiero consignar es
que la tortura en Venezuela no es un fenómeno aislado, coto exclusivo de
militares y funcionarios policiales, sino una operación orgánica, en la que
interviene un elevado número de funcionarios e instituciones.
De
esto habla el documentadísimo y riguroso informe de la Comisión de
determinación de los hechos de la ONU, que se presentó en la Asamblea General
de ese organismo el 26 de septiembre. El mismo es el tercero de una serie, que
ha sido precedido por informes semejantes divulgados en septiembre de 2020 y
septiembre de 2021. Los tres informes son el producto de rigurosas prácticas
por parte de los investigadores. No hay especulaciones ni conclusiones emitidas
a priori. Lo que está en el trasfondo del documento es la voz de las víctimas,
de sus familiares y abogados. Los hechos narrados han ocurrido y siguen ocurriendo.
El
informe demuestra que la tortura en Venezuela es una política de Estado. Esto
es esencial: las violaciones a los derechos humanos se realizan con un insólito
despliegue de recursos. Los secuestradores-torturadores, que ocultan sus
rostros bajo pasamontañas, se movilizan en enormes vehículos blindados,
protegidos por un parque de armas de última generación. Además de jugosos
presupuestos, gozan de impunidad: ningún castigo. Ningún control. El régimen
entiende que la existencia y notoriedad de grandes aparatos de tortura -uno
especializado en los militares, la DGCIM; y otro en los civiles, el SEBIN- son
fundamentales para su supervivencia. Son la materialización del terror: la
fuente del miedo que aleja a los ciudadanos de la política y de la lucha por
sus derechos. Cuando circulan por las calles de las ciudades de Venezuela
exhiben su poderío. Quieren que se les vea. Hacen negocios. Hacen
visible el riesgo inherente al hecho de protestar u oponerse al régimen.
La
Comisión de la ONU ha logrado establecer la cadena de mando de la tortura en
Venezuela. La encabezan Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Tarek El Aissami y
Delcy Rodríguez, más un pequeño grupo de militares de alto rango bajo sus
órdenes. Esto es medular para comprender el carácter del poder venezolano: es
un poder carente de toda legitimidad, ilegal, oscuro y perverso, que se
mantiene por el uso de la más atroz de las fuerzas, que es la del castigo
corporal que se ejerce sobre dirigentes sociales y políticos, disidentes o
simples ciudadanos que el régimen elige como sospechosos. Hay que insistir en
esto: la tortura se origina en el más alto nivel del régimen. Son ellos los que
deciden a quienes hay que «sacar de circulación y castigar».
Los
torturadores venezolanos han sido entrenados en «técnicas de interrogatorio»
por los mejores expertos del continente: veteranos agentes del castrismo. Han
viajado desde Cuba a Venezuela, en misiones a lo largo de los años, para
asegurar que haya siempre disponible un contingente de funcionarios listos para
aplicar las técnicas del castigo corporal. De esta realidad soy testigo
directo. Durante los años en que estuve preso, escuché a algunos de los
funcionarios que me custodiaban ufanarse del entrenamiento que habían recibido.
Este entrenamiento alienta una cultura, una siniestra meritocracia. Entre los
torturadores hay categorías. Están los del promedio y, también, los que
destacan: los que carecen de toda compasión, los que no se cansan de infligir
dolor. Los que no se detienen ante los gritos o ante el derrumbe de las
víctimas.
TORTURAN
y hacen negocios. Extorsionan a los detenidos y a sus familiares. No solo
exigen favores sexuales, también el pago con mercancías. Los jefes de estas
organizaciones criminales despejan el campo para que los funcionarios obtengan
ingresos adicionales de los presos. Está documentado: en el organigrama de las
unidades de tortura hay funcionarios que se han enriquecido sin límites. En el
momento mismo en que cualquiera es detenido y acusado de delitos insólitos
-terrorismo, conspiración, tráfico de armas y otros-, sus familias se
convierten en rehenes. Las asedian, las espían, las amedrentan. La vida
psíquica y económica de las familias de los presos políticos en Venezuela se
disloca: la cotidianidad se convierte en un constante estado de angustia,
alarma e impotencia. Esto hay que enfatizarlo: el régimen actúa contra el preso
político y contra su familia.
Los
sucesivos informes de la Comisión de determinación de los hechos son
inequívocos: hay un patrón para la ejecución de las torturas. Métodos, rutinas
que se utilizan en la DGCIM y en el SEBIN. ¿A qué experiencias se somete a los
torturados? Se les insulta y amenaza de muerte: «Hoy te daré tu última paliza».
Se les anuncia que violarán a los miembros de su familia. Se les desnuda y
encierra en lugares a bajísima temperatura. Les tiran la comida al piso
infecto. Se les asfixia con bolsas plásticas, con productos químicos que les
aplican en el rostro, o les introducen la cabeza en cubos de agua. Los golpean
con bates, tubos metálicos, culatas de armas y otros objetos contundentes. Los
encadenan por semanas y hasta por meses. Los esposan con los brazos hacia
atrás, y luego levantan los brazos hasta ocasionar lesiones musculares de dolor
indecible. Con dispositivos que llevan en los bolsillos, les aplican descargas
eléctricas en los genitales, en el torso, en los pechos de las mujeres y en
otros puntos del cuerpo de alta sensibilidad. Los amarran e inmovilizan en
posiciones de extremo dolor; conocidas como «la crucifixión» y «el pulpo». Las
agresiones sexuales pasan de lo verbal a lo físico: les introducen objetos en
el cuerpo, los manosean, los desnudan para las sesiones de tortura, a mujeres y
a hombres. Hay casos donde el torturador ha roto los límites entre castigo
corporal y agresión sexual: son una misma acción.
Y otra
verdad, solo para llamar la atención sobre una realidad que ratifica la tesis
de que el régimen es la tortura: un mismo funcionario, el general Iván
Hernández Dala, tiene bajo su responsabilidad a uno de los organismos
torturadores, la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) y a la
Casa Militar (unidad que custodia la seguridad de Nicolás Maduro, a su familia
y amigos). Esto no sólo habla de concentración de poder y mentalidad
oligárquica. Explica, por encima de todo, por qué, tal y como advierte este
tercer informe, nada cambia: los torturadores denunciados siguen en sus cargos.
Las operaciones de tortura se mantiene invictas. Nada se investiga. La sociedad
venezolana continúa sometida a un estatuto de terror.
Leopoldo
López
@leopoldolopez
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