Opus Dei 05 de octubre de 2024
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Comentario
al Evangelio del 27° domingo del tiempo ordinario (Ciclo B). “Por la dureza de
vuestro corazón os escribió este precepto”. El secreto de esta vida no es que
seamos perfectos, fuertes, simpáticos, sin defectos. El secreto de la vida es
llegar a ser amados en nuestra debilidad y fragilidad y amar al otro en su
debilidad y fragilidad. Es poder decir: soy fiel a la persona a la que amo.
Evangelio
(Mc 10, 2-16)
Se
acercaron entonces unos fariseos que le preguntaban, para tentarle, si le es
lícito al marido repudiar a la mujer.
Él les
respondió: —¿Qué os mandó Moisés?
Moisés
permitió escribir el libelo de repudio y despedirla —dijeron ellos.
Pero Jesús
les dijo: —Por la dureza de vuestro corazón os escribió este precepto. Pero en
el principio de la creación los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a
su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De
modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido,
que no lo separe el hombre.
Una
vez en la casa, sus discípulos volvieron a preguntarle sobre esto.
Y les
dijo: —Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio
contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete
adulterio.
Le
presentaban unos niños para que los tomara en sus brazos; pero los discípulos
les reñían.
Al
verlo Jesús se enfadó y les dijo: —Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo
impidáis, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios. En verdad os
digo: quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en él.
Y
abrazándolos, los bendecía imponiéndoles las manos.
Comentario al Evangelio
En
este evangelio, Jesucristo aprovecha una pregunta capciosa de los fariseos para
hablar del estatuto íntimo de toda relación: el amor que se entrega, que se
dona, que da vida.
Le
preguntan si, tal y como está dicho en la Escritura, un hombre puede repudiar a
su mujer. Jesucristo les mostrará otro camino, otra lógica. El camino y la
lógica de las cosas divinas.
El
punto de partida es una pregunta sobre la licitud: ¿es lícito o no lo es? Ahora
bien, esa pregunta, en el ámbito del amor, es una pregunta mediocre. La lógica
de lo lícito o ilícito es la lógica de lo que se puede hacer o no, la lógica de
los derechos y deberes, la lógica de los límites de la acción de uno y de la
acción del otro, la lógica, en el fondo, de la propia afirmación personal. Y
esa lógica llena de tristeza el corazón, lo endurece. Podemos hacer cientos de
actos lícitos y, sin embargo, que estén vacíos de amor.
La
lógica divina es otra. Está más allá de la lógica humana de los fariseos.
Porque el amor va más allá de lo debido.
Nadie
que se enamora le dice a la otra persona: “contigo podré cumplir lo que es
lícito y evitar lo que es ilícito”. Ese amor muere. Porque el amor requiere el
encuentro, compartir la intimidad, abrazar las debilidades y fragilidades del
otro, perdonarse, descubrir la belleza de la persona amada, ser fecundos, soñar
juntos, …
Cuando
uno se queda en la lógica de esto se puede hacer, esto no; cuando nos cerramos
a la novedad, nos cerramos al amor. Ya no hay relación de amor, sino relación
de interés.
Jesucristo
propone una nueva perspectiva: nos habla del principio de la creación, del
proyecto de Dios. Hay un diseño de vida y belleza para nuestras vidas.
Si uno
vive la vida, la relación con Dios y con los demás, reducido a lo que es lícito
o ilícito, la vive de modo frío y estático. Si, en cambio, la vive sabiendo que
Dios la está mirando con admiración, uno se dará cuenta de que Dios forma parte
de la propia historia, de que quiere vivir la vida de cada uno desde el amor.
Si uno
sabe que Dios le está mirando con admiración, se dará cuenta de que los
defectos del otro (marido, mujer, hijos, hermanos, amigos, …) forman parte de la
propia aventura para aprender el arte de amar, el arte de asemejarse a Jesús.
¿Cuándo
hay que amar al otro? ¿Sólo cuando es perfecto, sin defectos, simpático,
puntual, útil; o más bien, cuando es débil, frágil, pobre y se equivoca?
Todos
estamos llamados a relaciones de fidelidad, relaciones donde tendremos siempre
millones de excusas para repudiar al otro (marido, mujer, hijos, hermanos,
familiares, amigos, compañeros, …).
Pero,
si el otro solamente tiene derecho al amor cuando se lo merece, entonces uno no
sabe amar, tiene un corazón de piedra, endurecido. En ese corazón no está la
imagen esplendorosa de Dios. Está ofuscada, escondida.
Y para
entender esto es preciso aprender el arte de la pequeñez y de la debilidad, el
arte de ser como niños. La segunda parte del evangelio no está ahí por
casualidad.
Amar
de verdad, requiere estar en la vida como los niños, como quienes tienen
siempre algo nuevo que aprender. Aprender de las dificultades, de las
tribulaciones, de las desilusiones.
Si el
otro está en función de nuestra propia realización, de lo que debe, de lo que
sirve; el otro siempre será insuficiente. Por el contrario, si uno percibe esa
mirada de Dios sobre uno y sobre los demás, querrá aprender de esa mirada cada
día: como un niño aprende de la mirada amorosa de sus padres.
El
secreto de esta vida no es que seamos perfectos, fuertes, simpáticos, sin
defectos. El secreto de la vida es llegar a ser amados en nuestra debilidad y
fragilidad y amar al otro en su debilidad y fragilidad. Es poder decir: soy
fiel a la persona a la que amo.
Y
Jesucristo siempre viene en ayuda de nuestra debilidad. No hay ninguna relación
que no esté llamada a experimentar la pasión, muerte y resurrección de
Jesucristo: la capacidad de perderse a sí mismo para ganar al otro, para dar
vida al otro, para darse al otro en todas las situaciones. Nuestra grandeza
inicia cuando, en Jesucristo, nos perdemos por amor, cuando nos atrevemos a
entrar en su lógica de la eternidad, de la donación, de la entrega.
Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2024-10-06/
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