Por Hector Briceño,
14/05/2015
“El poder es la
capacidad de lograr que otros hagan lo que uno quiere. Poder es dominación”.
Sin embargo, la razón de ser del poder es lograr hacer cosas: construir. Así lo
explica el Padre Luis Ugalde en un artículo
reciente publicado en el diario El Universal.
Desde la
perspectiva de la ciencia política el poder se comporta de forma bastante
parecida a la ley de la termodinámica según la cuál la energía ni se crea ni se
destruye, sólo se transforma.
El poder sirve para
crear y construir. Y en ese mismo crear y construir, el poder se
deshace. Se disuelve. Aun cuando las cosas se hagan bien. Gobernar implica
precisamente usar el poder para hacer algo, para construir y crear, pero al
gobernar el poder tiende a desgastarse. Es por esto que en los sistemas
democráticos se suele hablar de una luna de miel, un período de tiempo que
viene luego del matrimonio (elecciones) en el que los nuevos gobernantes toman
decisiones sin mucho costo político. No obstante, luego de un cierto tiempo
(tres meses, seis meses, un año), los gobiernos y sus decisiones tienden a
perder apoyo, a encontrar detractores y a ver decaer (en diferentes grados)
tanto su apoyo como su capacidad de crear y construir. Es decir, ven disminuir
su poder[1].
La democracia, en
conocimiento de este fenómeno, ha previsto un mecanismo que le permite que,
antes de que el desgaste del ejercicio de gobierno llegue a niveles
excesivamente bajos, se renueve el poder. Las elecciones cada cuatro, cinco o
seis años cumplen esa función.
Desde inicios del
siglo XXI, hemos visto en Venezuela un gobierno con una tendencia a aumentar su
ya de por sí extenso y basto poder. Y lo ha hecho quitando poder a otros
actores. Por ejemplo, tiene mayor poder comunicacional porque ha adquirido
nuevos medios de comunicación o porque simplemente ha obligado a estos medios a
asumir su la línea comunicacional.
También ha
aumentado su poder económico al expropiar empresas, así como declarar sectores
económicos estratégicos y monopolios de estado. También al imponer mecanismos
de control en todos los procesos productivos de empresas de diversa índole, sin
mencionar el control cambiario que impone a toda la sociedad.
El gobierno también
controla a voluntad la administración de justicia, la capacidad legislativa, la
fiscalía, la contraloría y el poder electoral. Por supuesto, también detenta el
derecho legítimo de usar la violencia para hacer cumplir las leyes, a través de
los organismos del estado dispuestos para ello (policías, Fuerza Armada, etc.),
al tiempo que ha disminuido competencias de policías municipales, reduciendo su
ámbito de acción y posibilidades.
Sin embargo,
obsesionado con el poder, el gobierno se ha preocupado fundamentalmente por
acumularlo, usando el poder para incrementar su propio poder y no para crear y
construir, renunciando a gobernar. Ha ejercido poder absoluto, eso sí, sobre
sus adversarios, pero esto con el único fin de disminuirlos, de evitar que se
conviertan en una alternativa real de poder.
Hemos visto, por
ejemplo, un gobierno despreocupado por ejercer su legítimo poder sobre el
tránsito para hacer cumplir las más elementales leyes. Al contrario, cuando
intentó modificar las normas y hacer cumplir las leyes a los motorizados,
temeroso de perder su apoyo, decidió simplemente no hacer nada. Ejemplos como
este sobran en la Venezuela actual.
Pero renunciar al
uso del poder tiene sus consecuencias. Una de ellas la hemos visto durante la
última semana en el sector de San Vicente de Maracay, donde la ausencia de
gobierno sostenido durante tantos años se hace ahora incontenible, obligando al
uso de la violencia extrema.
Perder poder es
consustancial a gobernar. Visto así, el largo período de popularidad que gozaron
los gobiernos chavistas, se explica en parte por su renuncia a ejercer el
poder. No haciendo nada, nada puede criticarse. Pero la inacción también tiene
consecuencias, pues el poder acumulado en ocasiones cae en desuso y se vuelve
obsoleto e inútil para solucionar problemas que con su omisión o inacción ayuda
a gestar.
[1] Existen fenómenos (políticos, económico y sociales)
que puede acelerar o frenar esto procesos. Por ejemplo, altos niveles de
crecimiento económico pueden desacelerar el desgasta, así como crisis
económicas tienen a acelerarlo. De igual manera, un sistema de partidos
consolidado impone una barrera que contiene el desgaste, mientras partidos
políticos con escasas y superficiales raíces en la sociedad permiten que el
desgaste fluya sin mayor resistencia.
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