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jueves, 20 de diciembre de 2018

Nuestro El Nacional de cada día, por @trinomarquezc




Trino Márquez 19 de diciembre de 2018
@trinomarquezc

Con el cierre, esperemos temporal, de la edición impresa de El Nacional, se cancela un espacio más del recorrido democrático iniciado en 1958.

El Nacional representó de manera cabal el país urbano, moderno, laico, plural e inclusivo que se potencia a partir de la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. La amplitud y ecuanimidad con la que sus páginas mostraban a diario los puntos de vista contrastantes, las variadas informaciones, los reportajes e investigaciones periodísticas, el espacio que le concedió a la cultura en sus distintas manifestaciones, fue el reflejo de esa Venezuela que luchaba por sacudirse el oscurantismo asociado con todos los rostros del militarismo. La etapa democrática que comienza con la huida del dictador y empieza a declinar el 2 de febrero de 1999, cuando Hugo Chávez llega a Miraflores, tiene al periódico como testigo y protagonista de muchos de los aciertos alcanzados y de los errores cometidos a lo largo de esa fase.

El Nacional paralizó sus rotativas por la intemperancia de un régimen mediocre y autoritario, incapaz de tolerar el ejercicio de la crítica, y la libertad de información y opinión, a pesar de poseer el control de la mayoría de los órganos del Estado. A El Nacional, uno de los rotativos más antiguos e importantes del continente y de las naciones democráticas del planeta, el gobierno le negó el papel para imprimir, lo cercó judicialmente y chantajeó a las empresas que querían realizar publicidad en sus páginas. El asedio fue total. Diosdado Cabello, la versión bastarda de Pedro Estrada, le declaró la guerra a muerte. Su odio encarnizado encontró eco en Maduro. Ambos se aliaron para cortar la luz de las imprentas.

A las autocracias comunistas les gustan periódicos como el Granma cubano o el Últimas Noticias dirigido por Eleazar Díaz Rangel, órganos informativos y propagandísticos de la dictadura. En realidad esos no son diarios en el sentido cabal de la expresión, sino pasquines sin brillo intelectual y sin ninguna capacidad para transmitir informaciones veraces y oportunas. Son órganos en los cuales la nomenclatura promueve sus políticas y adultera la realidad, sustituyéndola por quimeras. En esa deformación del periodismo pretendía el régimen, primero de Chávez y luego de Maduro, convertir a El Nacional. No lo logró. Sus dueños, su director, sus periodistas, articulistas y, en general, su personal, no los complacieron. El Nacional se mantuvo como una voz disidente, inaceptable para los amos del poder.

La importancia de El Nacional en el país ha sido tal, que llegó a colocarse por encima de los desaciertos de sus conductores. Haberse convertido en trinchera para dispararle a mansalva a Carlos Andrés Pérez durante su segunda presidencia, fue un error catastrófico. Transformar sus páginas en refugio de los “Notables” y en el paredón desde el cual Alfredo Peña, en alianza con José Vicente Rangel y Ramón Escovar Salom, pedían la cabeza del mandatario, fue una insensatez que le ha ocasionado un daño enorme al país. Luego, apoyar a Hugo Chávez durante la campaña electoral de 1998 fue otra equivocación gigantesca. Sin embargo, El Nacional ya se había trasformado en una institución pegada a la piel de Venezuela. Era, junto a RCTV, el ícono de la modernidad y de la Venezuela democrática en el campo de la información y las comunicaciones. Los desbarros de sus líderes no lograron fracturar la conexión afectiva de la nación con el periódico. El Nacional se mantuvo como la principal referencia periodística de Venezuela.

Cuando, con Chávez, comenzó a recibir los embates del poder autoritario, el país se solidarizó con el diario. Lo mismo sucedió posteriormente con Maduro. Ocurrió, no obstante, que la crisis económica adquirió un ritmo endemoniado. Sideral. Al cerco político, judicial y financiero contra el periódico desatado por el régimen, se unió la crisis económica global de la nación. La hiperinflación terminó por doblegar al diario. El gobierno no tuvo que allanarlo, ni invadirlo, ni secuestrarlo. Dejó que actuara la inercia por ellos que ha destruido a la inmensa mayoría de las empresas industriales y comerciales. El Nacional tuvo que admitir que no podía continuar sufragando los gastos tan altos. Ser opositor tiene costos muy elevados. Últimas Noticias no conoce ese tipo de problemas. Le sobra el papel y la publicidad oficial; pero, eso sí, le falta periodismo de calidad.

Desafortunadamente, el cierre del periódico se produce en una Venezuela sumida en la confusión y el desaliento, por eso la respuesta popular y de los sectores políticos frente al atropello ha sido tan tibia.

Mis mejores deseos en estas Navidades para todos, especialmente para esa gente tan digna ligada a nuestro El Nacional de cada día.

Trino Márquez
@trinomarquezc

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