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miércoles, 18 de septiembre de 2024

Las hallacas del exilio, por @miropopiceditor


Miro Popić 17 de septiembre de 2024

@miropopiceditor

Según el diccionario, exilio es la separación de una persona de la tierra en que vive, generalmente por motivos políticos. Esa separación incluye también los sabores y aromas que han alimentado la existencia de esas personas en la tierra que deben abandonar, involuntariamente, por los más abyectos motivos.

Nuestra historia está llena de ejemplos donde la nostalgia de ilustres expatriados por lo comido se manifiesta de múltiples maneras con una constante tenaz y permanente: las hallacas. La añoranza por las hallacas entre los políticos y luchadores sociales del país es de vieja data. Comencemos por Francisco de Miranda, precursor de nuestra independencia. Al regresar a Coro en 1806, luego de más de tres décadas de ausencia, lo primero que comentó eran los almuerzos en casa de su padre donde ordinariamente comía hallacas “… que hacía treinta años que no las probaba”.

Don Lisandro Alvarado cuenta en uno de sus escritos la experiencia vivida junto a José Gil Fortoul cuando decidieron hacer hallacas en Inglaterra, en diciembre de 1891. El problema era los ingredientes. El maíz lo solucionaron con un abastero trinitario de Londres y lo trituraron en un mortero de madera. La mayor dificultad fueron las hojas de plátanos. Tras una cuidadosa investigación se enteraron de que en el Royal Botanic Gardens (Kew) había muestras de la codiciada musácea. Luego de las gestiones diplomáticas de rigor, obtuvieron autorización para cortar de una mata mantenida en calefacción, cinco hojas bajo la dirección de un técnico en agronomía que actuó como cirujano. Las hojas fueron llevadas en un carruaje a caballos y de allí en ferrocarril hasta Liverpool, donde las curaron con el fuego de la chimenea del consulado venezolano.

Como eran pocas hojas prepararon solo diez hallacas, de las cuales una fue enviada a Londres, otra a París, la tercera fue para el secretario consular y el resto quedó en boca de dos venezolanos ilustres que lograron así cumplir su deseo de disfrutar la Navidad con la más genuina de nuestras preparaciones culinarias.

Otro caso memorable es una cena que organizó un grupo de exiliados de Juan Vicente Gómez en el Grill Room de La Sorbona, en París, el 18 de diciembre de 1928, con el enunciado de La Hallacada. La historia la cuenta el historiador José Rafael Lovera. Dice que consistió en unos aperitivos preparados por el chef del restaurante seguido por hallacas elaboradas por una venezolana cuyo nombre no quedó registrado. En el menú consultado aparecen «esas pequeñas manchas de un menú vivido, comido y bebidos» y las firmas de los asistentes donde, «el autógrafo que las encabeza es el de Armando Zuloaga Blanco, el héroe por excelencia de la oposición juvenil de la tiranía que, pocos meses después, se embarcaría en el famoso Falke, buque que llevaba la expedición libertadora dirigida por el general Román Delgado Chalbaud, desembarcando en Cumaná, donde fue alevosamente muerto por las balas gomecistas».

El escritor Federico Vegas, autor de una novela que trata también sobre el Falke, cuenta en sus escritos lo sucedido con unas hallacas que su madre mandó a calentar a su sirvienta de origen trinitario. «Cuando volvió a la cocina –dice Vegas–, la masa y el guiso de las veinte hallacas flotaban y se deshacían en el agua hirviendo. Tal era el hambre de patria que aquellos conspiradores sin esperanza se comieron el menjunje como si fuera una sopa picante, y hasta lo celebraron».

En 1954, apareció Geografía gastronómica venezolana, del periodista Ramón David León. La primera receta corresponde a la hallaca venezolana, la que califica como «nuestro gran plato nacional y símbolo de unificación. Cuando por cualquier circunstancia, estando en el exterior, se piensa en la patria, la hallaca es lo primero que se viene a la mente. Se la ha utilizado como reto político». León dice que la enfática frase «las hallacas nos las comeremos en Caracas en el próximo diciembre», tiene curso histórico en Venezuela desde los azarosos días de la Guerra de Independencia y la usaban por turno patriotas y realistas, según cuál de los bandos estuviese afuera. Cuando alguien en el interior del país iba a viajar a la capital para Navidad, decía que ese año las hallacas se las comería en Caracas.

La expresión pasó al exilio en la época de Juan Vicente Gómez cuando muchos de los que se encontraban en el exterior por combatir la dictadura gomecista ansiaban poder comerse las hallacas en diciembre en Venezuela.

El viernes 24 de diciembre de 1954, en el diario El Nacional, apareció un pequeño aviso donde se ofrecía: «Envíe a sus amigos y familiares en el extranjero la tradicional cena de navidad HALLACAS Pampero. Puestas en Nueva York Bs. 20. Infórmese en: Calle Real Sabana Grande Nº 164 – Telf.: 29.446. Hecho en Venezuela». Estas hallacas envueltas en hojas de plátanos a la manera tradicional venían enlatadas en envases de dos, cuatro y ocho unidades. Los envases de dos costaban Bs. 4,50 y los de ocho Bs. 17,00.

¿Quiénes eran los clientes de esas hallacas enlatadas? Principalmente, los exiliados políticos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez quien, luego de participar en el golpe de Estado que derrocó al presidente Rómulo Gallegos el 24 de noviembre de 1948, formó parte de la Junta Militar de Gobierno y asumió la presidencia desconociendo el triunfo electoral de Jóvito Villalba, del partido URD, provocando una ola de persecuciones que no culminó sino cuando fue derrocado por un movimiento cívico-militar el 23 de enero de 1958.

Villlalba fue enviado al exilio en Panamá. Otro de los candidatos en esa elección, Mario Briceño Iragorry, tuvo que asilarse en Costa Rica y luego en España, como muchos más que abogaban por la democracia. Como Rafael Caldera, quien llegó a gobernar dos veces desde Miraflores, o Rómulo Betancourt, presidente en dos ocasiones, a quien se le atribuye eso de multisápidas para definir nuestras hallacas. Si bien fue Betancourt quién hizo tendencia la famosa palabra cuando la usó en un saludo presidencial el año nuevo de 1960, la autoría no es suya, sino de Briceño Iragorry, en un escrito de 1952 titulado Mensaje sin destino.

La vieja costumbre de exiliar a los contrarios continúa en pleno siglo XXI. Nos lo recordó el sociólogo y escritor Tulio Hernández, exiliado actualmente en Colombia, en un escrito titulado La hallaca y los escritores venezolanos, de diciembre de 2019: «Por desgracia una buena parte de los venezolanos demócratas que estamos en el exilio político expulsados por el chavismo, ya no podremos decir lo mismo. Al menos a los pocos días que faltaban para que terminara 2019. Porque, al menos las hallacas de Navidad nos la tuvimos que comer afuera. Pero las del próximo diciembre, las del 2020, ¡nos las comeremos en Caracas!».

Más que alimento, la hallaca es un sentimiento que se come.

Miro Popić

@miropopiceditor


  

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