Miro Popić 17 de septiembre de 2024
Según
el diccionario, exilio es la separación de una persona de la tierra en que
vive, generalmente por motivos políticos. Esa separación incluye también los
sabores y aromas que han alimentado la existencia de esas personas en la tierra
que deben abandonar, involuntariamente, por los más abyectos motivos.
Nuestra historia está llena de ejemplos donde la nostalgia de ilustres expatriados por lo comido se manifiesta de múltiples maneras con una constante tenaz y permanente: las hallacas. La añoranza por las hallacas entre los políticos y luchadores sociales del país es de vieja data. Comencemos por Francisco de Miranda, precursor de nuestra independencia. Al regresar a Coro en 1806, luego de más de tres décadas de ausencia, lo primero que comentó eran los almuerzos en casa de su padre donde ordinariamente comía hallacas “… que hacía treinta años que no las probaba”.
Don
Lisandro Alvarado cuenta en uno de sus escritos la experiencia vivida
junto a José Gil Fortoul cuando decidieron hacer hallacas en Inglaterra, en
diciembre de 1891. El problema era los ingredientes. El maíz lo solucionaron
con un abastero trinitario de Londres y lo trituraron en un mortero de madera.
La mayor dificultad fueron las hojas de plátanos. Tras una cuidadosa
investigación se enteraron de que en el Royal Botanic Gardens (Kew) había
muestras de la codiciada musácea. Luego de las gestiones diplomáticas de rigor,
obtuvieron autorización para cortar de una mata mantenida en calefacción, cinco
hojas bajo la dirección de un técnico en agronomía que actuó como cirujano. Las
hojas fueron llevadas en un carruaje a caballos y de allí en ferrocarril hasta
Liverpool, donde las curaron con el fuego de la chimenea del consulado
venezolano.
Como
eran pocas hojas prepararon solo diez hallacas, de las cuales una fue enviada a
Londres, otra a París, la tercera fue para el secretario consular y el resto
quedó en boca de dos venezolanos ilustres que lograron así cumplir su deseo de
disfrutar la Navidad con la más genuina de nuestras preparaciones culinarias.
Otro
caso memorable es una cena que organizó un grupo de exiliados de Juan Vicente
Gómez en el Grill Room de La Sorbona, en París, el 18 de diciembre de 1928, con
el enunciado de La Hallacada. La historia la cuenta el historiador José Rafael
Lovera. Dice que consistió en unos aperitivos preparados por el chef del
restaurante seguido por hallacas elaboradas por una venezolana cuyo nombre no
quedó registrado. En el menú consultado aparecen «esas pequeñas manchas de un
menú vivido, comido y bebidos» y las firmas de los asistentes donde, «el
autógrafo que las encabeza es el de Armando Zuloaga Blanco, el héroe por
excelencia de la oposición juvenil de la tiranía que, pocos meses después, se
embarcaría en el famoso Falke, buque que llevaba la expedición libertadora
dirigida por el general Román Delgado Chalbaud, desembarcando en Cumaná, donde
fue alevosamente muerto por las balas gomecistas».
El
escritor Federico Vegas, autor de una novela que trata también sobre el Falke,
cuenta en sus escritos lo sucedido con unas hallacas que su madre mandó a
calentar a su sirvienta de origen trinitario. «Cuando volvió a la cocina –dice
Vegas–, la masa y el guiso de las veinte hallacas flotaban y se deshacían en el
agua hirviendo. Tal era el hambre de patria que aquellos conspiradores sin
esperanza se comieron el menjunje como si fuera una sopa picante, y hasta lo
celebraron».
En
1954, apareció Geografía gastronómica venezolana, del periodista
Ramón David León. La primera receta corresponde a la hallaca venezolana, la que
califica como «nuestro gran plato nacional y símbolo de unificación. Cuando por
cualquier circunstancia, estando en el exterior, se piensa en la patria, la
hallaca es lo primero que se viene a la mente. Se la ha utilizado como reto
político». León dice que la enfática frase «las hallacas nos las comeremos en
Caracas en el próximo diciembre», tiene curso histórico en Venezuela desde los
azarosos días de la Guerra de Independencia y la usaban por turno patriotas y
realistas, según cuál de los bandos estuviese afuera. Cuando alguien en el
interior del país iba a viajar a la capital para Navidad, decía que ese año las
hallacas se las comería en Caracas.
La
expresión pasó al exilio en la época de Juan Vicente Gómez cuando muchos de los
que se encontraban en el exterior por combatir la dictadura gomecista ansiaban
poder comerse las hallacas en diciembre en Venezuela.
El
viernes 24 de diciembre de 1954, en el diario El Nacional, apareció
un pequeño aviso donde se ofrecía: «Envíe a sus amigos y familiares en el
extranjero la tradicional cena de navidad HALLACAS Pampero. Puestas en Nueva
York Bs. 20. Infórmese en: Calle Real Sabana Grande Nº 164 – Telf.: 29.446.
Hecho en Venezuela». Estas hallacas envueltas en hojas de plátanos a la
manera tradicional venían enlatadas en envases de dos, cuatro y ocho unidades.
Los envases de dos costaban Bs. 4,50 y los de ocho Bs. 17,00.
¿Quiénes
eran los clientes de esas hallacas enlatadas? Principalmente, los
exiliados políticos de la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez quien,
luego de participar en el golpe de Estado que derrocó al presidente Rómulo
Gallegos el 24 de noviembre de 1948, formó parte de la Junta Militar de
Gobierno y asumió la presidencia desconociendo el triunfo electoral de Jóvito
Villalba, del partido URD, provocando una ola de persecuciones que no culminó
sino cuando fue derrocado por un movimiento cívico-militar el 23 de enero de
1958.
Villlalba
fue enviado al exilio en Panamá. Otro de los candidatos en esa elección, Mario
Briceño Iragorry, tuvo que asilarse en Costa Rica y luego en España, como
muchos más que abogaban por la democracia. Como Rafael Caldera, quien llegó a
gobernar dos veces desde Miraflores, o Rómulo Betancourt, presidente en dos
ocasiones, a quien se le atribuye eso de multisápidas para
definir nuestras hallacas. Si bien fue Betancourt quién hizo tendencia la
famosa palabra cuando la usó en un saludo presidencial el año nuevo de 1960, la
autoría no es suya, sino de Briceño Iragorry, en un escrito de 1952
titulado Mensaje sin destino.
La
vieja costumbre de exiliar a los contrarios continúa en pleno siglo XXI. Nos lo
recordó el sociólogo y escritor Tulio Hernández, exiliado actualmente en
Colombia, en un escrito titulado La hallaca y los escritores
venezolanos, de diciembre de 2019: «Por desgracia una buena parte de los
venezolanos demócratas que estamos en el exilio político expulsados por el
chavismo, ya no podremos decir lo mismo. Al menos a los pocos días que faltaban
para que terminara 2019. Porque, al menos las hallacas de Navidad nos la
tuvimos que comer afuera. Pero las del próximo diciembre, las del 2020, ¡nos
las comeremos en Caracas!».
Más
que alimento, la hallaca es un sentimiento que se come.
Miro
Popić
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