CARLOS PADILLA ESTEBAN 12 de noviembre de 2016
María
me ayuda a caminar en medio de la vida. Lo sé, lo tengo claro.
En las
murallas de la villa de Madrid hace muchos siglos escondieron la imagen de
María. Almudaina, ciudadela. La escondió una mujer llena de fe y dejó dos velas
encendidas para que la velaran. Lo hizo en el interior de un muro. Para que
nadie pudiera destruirla.
Me
gusta esta visión de los muros. No son muros de rencor y de odio. Son muros que
protegen y separan. María fue protegida en el muro de la ciudad. Para que no
dieran con ella. Para que no destruyeran su imagen.
Cuando
siglos después fue encontrada Nuestra Señora de la Almudena, las velas
permanecían encendidas. Las velas fieles en medio de la oscuridad iluminaron a
María. Muros que guardan, custodian, protegen. Muros que salvan.
En la
vida no quiero tener muros de defensa que me alejen de los hombres.
Pero quiero ser capaz de guardar lo más sagrado de mi vida entre muros.
María
me ayuda a guardarme y a entregarme. María guardaba todo en su corazón. Me
enseña a guardar lo que he recibido y a abrirme a lo nuevo.
El
papa Francisco les pidió dos cosas a los jóvenes en Cracovia: guardar la
herencia y ser audaces en la vida y luchar: “No dejen que la vida les
ponga muros. Siempre tener el coraje de querer más, con valentía. Pero a la vez
no olvidarse de mirar atrás. La herencia que han recibido de sus mayores, de
sus abuelos, de sus padres, la herencia de la fe. Esa fe que tienen en sus
manos para mirar hacia delante. ¡Juégate la vida! Asume la vida como está y haz
el bien a los demás. Hoy se está jugando en el mundo una partida en la que no
hay sitio para los suplentes, o juegas de titular, o estás afuera. Toma la
memoria recibida, mira el horizonte, y asume la realidad y llévala adelante,
hazla fecunda”.
Los
muros que guardan la herencia recibida. Las velas encendidas de mi fe para que
no se pierda todo lo que me han dado. La fe guardada. La inocencia
cuidada.
Vivimos
en un mundo en el que todo se expone a la luz de los demás. No nos importa
incluso que hablen mal de nosotros. Al menos hablan. Hemos perdido la
capacidad de ser reservados. No tenemos pudor.
Quiero
guardarme más. Y guardar más mi fe como un tesoro entre mis
muros. Lo más mío como algo íntimo. Mi nombre, mi llamada.
A
veces me falta hondura, profundidad. La necesito para poder
guardar dentro lo más sagrado, lo más mío. No quiero que entre el viento y
apague la llama de mi alma. No deseo que entre la lluvia y anegue mi esperanza.
Al
mismo tiempo quiero ser valiente. Me lo pide el Papa. Ser audaz y que el fuego
de estas velas mantenga encendido mi amor. María me ayuda. Ella no quiere que
esta luz desaparezca. Este fuego. Esta esperanza. No quiere que los muros que
me guardan me cierren el horizonte. Por eso quiero ser más valiente y mirar
lejos.
En la
Almudena caen los muros y aparece María.
En mi
casa tengo un muro que con los años ha cedido. Me impresiona. Un muro que
parecía alto y firme. Pero el agua y el desgaste han ido destruyendo los
cimientos sin que me diera cuenta.
Quiero
construir un muro firme que sostenga mi fe. Un muro que no deje que
se apague el fuego. Un muro que no me aísle del mundo ni socave mi esperanza. Un
muro en cuyo interior pueda crecer y ahondar. Y luego quiero ser capaz de
alzarme por encima de mis muros.
María
me ayuda. Decía el padre José Kentenich: “Si nos esforzamos en regalar
a María nuestra alma y la de aquellos que nos fueron confiados, si nos
empeñamos en vincularnos a Ella, ¿qué sucederá?, ¿acaso no hemos escuchado que
el amor posee una fuerza asemejadora y unitiva? No podemos amar a María sin
hacernos semejantes a Ella. He aquí la psicología del amor, en este caso, del
amor a María: amar a María significa asemejarse a Ella. En
virtud de su intercesión y también del crecimiento del amor filial en nosotros,
Ella pone en nosotros los cimientos de una profunda infancia espiritual”[1].
María
levanta los cimientos de mi ser niño. No deja que me vuelva rígido y duro. No
deja que me seque. Mantiene en mi alma la confianza inocente de
los niños. El fuego del primer amor. Me hace dócil al querer de Dios, como lo
fue Ella. De su mano me adentro en Jesús.
Me
hace confiar en medio de la tormenta. Y logra que sujete la mano de Dios como
los niños. Colgado de la mano de María llego al Padre. Él me muestra el
horizonte amplio.
Todo
lo hace María cuando le abro el corazón. Cuando derribo mis muros para que Ella
entre e ilumine mi alma con su luz. Cuando dejo que en sus manos mi vida camine
los pasos de Jesús. Es lo que hace el amor. Me hace amante. Me hace luz para
otros. Me hace capaz de llevar vida y luz allí donde Dios me pida.
Mi
amor me asemeja a quien amo. Me asemeja a María cuando la amo y me dejo amar
por Ella. Me envía al mundo que necesita mi luz y mi esperanza.
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