Pedro Benítez 31 de agosto de 2019
@PedroBenitezF
Todas
las presiones externas para provocar un cambio político en Venezuela son
necesarias. El régimen de Nicolás Maduro no va a ceder sin ellas. No obstante,
la clave del cambio está dentro del país. Esa es la diferencia transcendental
entre Cuba y Venezuela. En Venezuela existe un fuerte movimiento opositor con
una cara visible, que sigue siendo una terca realidad política. Ese rostro es
Juan Guaidó.
Desde el campo de los adversarios a Nicolás
Maduro se ha dado un debate a propósito de la utilidad de las sanciones
económicas para forzar un cambio de régimen en Venezuela. Un grupo
argumenta, no sin razón, que ese tipo de presiones nunca ha desalojado a un
dictador del poder. Para muestra Cuba y los 60 años de
ineficaz embargo económico por parte de los Estados Unidos.
Pero esa es una verdad a medias. Las presiones
económicas por sí solas no provocaron un cambio político en ninguna parte si no
fueron acompañadas de otras acciones. Hay ejemplos diferentes: la Nicaragua sandinista
(1990) y la Sudáfrica del apartheid (1992).
Durante la década de los 80 del siglo pasado la
Administración de Ronald Reagan le declaró una guerra no
formal al régimen sandinista que era apoyado directamente por Cuba e
indirectamente por la Unión Soviética. Washington hizo uso de todas
las presiones que tuvo a la mano, comerciales y militares, legales e ilegales.
Embargó la economía del país y armó a la subversión anticomunista en la
frontera. Sólo le faltó la invasión. Pero durante todo ese lapso dentro de
Nicaragua siguió existiendo una oposición variopinta, por lo general enfrentada
y sin una política clara, que sin embargo terminó por unirse detrás de una
candidatura, derrotar al Frente Sandinista en las elecciones
de 1990 y a continuación negociar la transición.
¿Cuál factor fue clave en el cambio de régimen en la
Nicaragua de entonces? Todos fueron necesarios.
Una historia similar aconteció en Sudáfrica durante la
misma época. De parte de las grandes potencias hubo coacción financiera y
comercial sobre el régimen racista, aislamiento diplomático, e incluso presión
militar pues los sudafricanos se vieron envueltos en guerras en Namibia y Angola.
Pero lo que resultó decisivo, tanto en uno como en
otro caso, fue la existencia dentro de cada país de unas fuerzas opositoras más
o menos bien organizadas. No siempre unidas, pero al menos con una cabeza
visible.
En Nicaragua fue doña Violeta Barrios de
Chamorro, viuda del director del diario de La Prensa de
Managua, Joaquín Chamorro, la candidata que derrotó electoralmente
al aparentemente invulnerable Frente Sandinista en 1990.
En Sudáfrica fue Nelson Mandela, quien
tuvo la habilidad de llevar a su radicalizado movimiento, el Congreso
Nacional Africano, al terreno de la negociación con la minoría blanca.
En Nicaragua primero hubo elecciones y luego (como en
la Polonia comunista por esa misma época) se pactó la transición.
En Sudáfrica primero se pactó la transición que
facilitó las elecciones posteriores.
¿Por qué lo que aparentemente ha sido inútil en Cuba
durante seis décadas sí lo fue en los otros casos? Porque había una fuerte
oposición dentro de cada país con capacidad de capitalizar el cambio. Había
alguien con quién hablar del otro lado. Sin ese factor no hubiera habido
sanción económica o incluso presión militar que valiera.
Desde 1961 toda oposición organizada dentro de Cuba ha
sido barrida. Esa es la diferencia transcendental entre ese país y Venezuela.
Pedro Benítez
@PedroBenitezF
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