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miércoles, 24 de junio de 2020

Nociones elementales en la política por @aveledounidad



Por Ramón Guillermo Aveledo


El derrumbe de pesadas piedras que bloquea el estrecho camino de la solución política a la crisis nacional, cuyos últimos signos son la designación de un CNE no confiable y la intervención judicial de partidos fundamentales, sumado a años de deterioro de las libertades y desprestigio del voto, no solo evidencian soberbia, sino también una grave incomprensión. Venezuela lo paga caro.

El grupo en el poder, más inescrupuloso que hábil para mantenerlo, no entiende la política y mucho menos la política democrática. Se me dirá que no le ha hecho falta, porque ahí siguen mandando tras veinte años acumulando disparates, sean viejos y en desuso en el mundo, dado su fracaso o de fabricación propia, imponiendo nuevas marcas del desatino. La política no les ha hecho falta a ellos, pero sí al país, cuya vida se empobrece sostenidamente en todos los órdenes, a pesar del esfuerzo descomunal que tantos hombres y mujeres hacen para mantenerlo en pie.

Mucho más que el poder

La política no se trata del poder y punto. Es mucho más que eso. Es el difícil arte de procesar tensiones, resolver conflictos y generar equilibrios. Dificilísimo, porque más que el arte de lo posible es el arte de hacer posible lo que es necesario. Así que solo es posible entenderla mirando el horizonte de sus fines: crear las condiciones para el bien común. ¿Y cuáles son los medios de esta exigente tarea? Los lícitos, marcados por el derecho.

Benedicto XVI citó a San Agustín al hablar al Bundestag. “Quita el derecho y entonces, ¿qué distingue al Estado de una banda de bandidos?”.  Y recordó la experiencia de su propio país, Alemania. Ellos vivieron “cómo el poder se separó del derecho…” y en ese pisoteo, en esa destrucción, “se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y llevarlo hasta el borde del abismo”.


No hay en mis palabras la más mínima exageración.

La democracia supone libertad de participación política, y esta, a su vez, libertad de organización. Para eso existen los partidos. El asalto judicial a los partidos no solo viola la Constitución, llevándose por delante, por lo menos, sus artículos 62 y 67, sino que implica además una cuestión de la más elemental lógica democrática. Los partidos son medios de ejercer la libertad de las personas. El ciudadano puede escoger si milita o no y en qué organización lo hace. Aquí, cualquier imposición equivale a negación de derechos que son fundamentales.

Claro, el grupo en el poder no puede entenderlo. Un partido vertical creado desde el poder, confundido con el Estado y amarrado a una superstición ideológica que ignora la complejidad y diversidad y su incidencia en el funcionamiento social, es radicalmente incapaz de asimilar esas realidades.

Repaso necesario

Los opositores participacionistas “como sea”, que los hay honradamente, deben prestar atención a la reacción aquí y afuera a la tosca maniobra del falso árbitro electoral  y, sobre todo, a los asaltos judiciales a partidos, ante los cuales he escuchado la solitaria protesta del PCV. “Cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”. No hay alacrán confiable. Conste me refiero a gente que respeto, aunque discrepemos, y no a algún avispado “compañero de ruta” que hace negocio con eso. Esa es otra fauna.

El grupo en el poder es inexculpable, pero estas nociones elementales por él ignoradas tal vez tendríamos que repasarlas también quienes proponemos un cambio hacia la libertad, la democracia, la prosperidad y la equidad. O, al menos, mirar con ese lente lo que estamos haciendo para conducir el esfuerzo venezolano hacia esa meta deseada y necesaria.

23-06-20





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